19.8.22

LA VIDA PRIVADA DE LOS BONSÁIS / ZAMBRA EN LA MILANGA


“Hay familias en las que a las nueve de la noche el hombre empieza a darle al vino y la mujer al planchado, ajenos a la suerte de los niños, que juegan en el patio a hacerse heridas, o en la pieza a la pieza oscura, o en el baño a hacer burbujas de jabón, o en la cocina a fabricar postres insólitos. También hay familias que ven caer la noche al compás de responsables conversaciones de salón. Y también hay familias que a esa hora recuerdan a sus muertos, con el aura de dolor copando sus rostros. Nadie juega, nadie conversa: los adultos redactan cartas que nadie va a leer, los niños hacen preguntas que nadie va a contestar.”

Levanté la cita del libro “La vida privada de los árboles”, de Alejandro Zambra, novelista chileno que aún no tiene ni cincuenta años y escribe con esta sabiduría y perfección. Un poco adelante también afirma: “Hola, soy el hijo de una familia sin muertos”, aunque después nombre a Benjamin, a Borges y a Nicanor Parra por ahí. Qué maravilla de novela.

Hay un protagonista, que podría ser él mismo, u otro chileno cualquiera, que está esperando a que su mujer regrese a casa. Mientras tanto cuida de Daniela, la hija de ella. Antes, en la pareja que tuvo en otro tiempo y otro barrio de Santiago, también supo esperar, pero lo que tenía para cuidar era un simple bonsái. Que se terminó secando cuando la polola se le voló.

En la espera, Julián tiene miedo de que a Verónica, la que no llega, le haya ocurrido un accidente. En esas horas eternas recuerda el episodio de la seducción, el amor nuevo. Viaja mentalmente hacia el pasado, al tiempo en que era difícil convencer a una niña pequeña, Daniela, a la que ahora cuida y le inventa historias para dormir, que él era el hombre apropiado para cuidarla. Y también se imagina el futuro de ella, su adolescencia, un novio, una carrera universitaria, la independencia profesional de la chica. Y supone que Verónica ya no vendrá nunca, porque se cansó de su casa y decidió quedarse con el sexo de afuera. Más el cariño de afuera.

Así llega Julián hasta el amanecer. Entonces sucede algo maravilloso, que no pienso contar, porque Julián jamás se lo va a contar ni a Daniela ni a nadie. Ni a los profesores de la niña, ni a los vecinos. “No sabemos qué va a pasar, pero sabemos que es irremediable”, comenta Margarita García Robayo en el epílogo al libro, ponderando una manera de crecer en lo literario sin la necesidad de explicarlo todo. “El libro es una gran conjetura preñada de conjeturas”.


Leila Guerriero también destaca la delicada forma de contar de Zambra en el epílogo al libro “Bonsái”. Escribe: “-(AZ) es un maestro de la puntuación y del empleo de los tiempos verbales, que en “Bonsái” fluctúan entre un pasado que inyecta nostalgia, un presente que inyecta inminencia, un futuro que inyecta inevitabilidad-, quiebra el espinazo de las frases, construye un camino de oraciones secas como restos, y luego se desliza por la colina lenta de una sentencia larga, suspirada, como si algo que hubiera permanecido jadeando con esfuerzo pudiera, al fin, respirar”. Como cronista de no ficción, la preocupación de Leila es no saber nada acerca de los personajes y los sucesos; empezar el libro sin historia: “cuál es el pasado que produjo este presente, cuál el sustrato afectivo, cuáles los traumas y las alegrías que colocaron a los personajes donde están, pero su suerte y su desgracia nos interesan como si fueran familiares”.

“Bonsái” es la primera novela del autor, que tal vez se vea completada muchos años después en “Poeta chileno”, opina Guerriero. “Poeta chileno” se convierte así en una expansión con todo detalle, durante cuatrocientas veinticuatro páginas, de la pequeña joya iniciática de solamente ochenta y dos.

Dice Zambra sobre el origen de la nouvelle: “hace nueve años, una mañana de 1998, encontré en el diario la fotografía de un árbol cubierto por una tela transparente. La imagen pertenecía a la serie “Wrapped Trees”, de Christo & Jeanne-Claude (…). Y luego di con los bonsáis, tan parecidos en un sentido, a los árboles de Chisto & Jeanne-Claude (…). Escribir es como cuidar un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada (…). Quería escribir -quería leer- un libro que se llamara “Bonsái”, pero no sabía cómo: tenía solo el título y un puñado de poemas que crecía y decrecía con el paso de los meses”.

El libro cuenta la relación amorosa sin estridencias ni fuegos artificiales entre Emilia y Julio. “Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia”. El que espoilea es el mismo autor en la frase de apertura. “Al fin Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”.

Ambos libros, más “Tema libre”, de discursos y textos inclasificables, acaban de ser felizmente reeditados por Anagrama. Hace poquito había salido “Poeta chileno”, novela extensa y un poco melosa cuando llega el tiempo del nacimiento de su hijo (los varones que escriben se ponen insoportables al estrenar primerizos; hasta los más mentados como Zambra o Halfon -la “Biblioteca bizarra” del segundo no me deja mentir- caen en la trampa del baboseo). También habían reimpreso “Mis documentos”, el libro de cuentos del chileno, donde se destaca el cuento que le da título al libro, más “Larga distancia”, “Verdadero o falso” y “Gracias”.

En “Tema libre” vamos a encontrar graciosas (y furiosas) referencias a los argentinos que pololean con chilenas, una crítica hilarante (y demoledora) a la letra de la canción “El amor después del amor” de Fito Páez, y cantidad de comentarios desbocados acerca del oficio de escribir y de traducir. En los discursos, Zambra se pone taxativo:

 

“(…) si has vivido mucho escribes novelas, si has vivido poco escribes poemas.”

“Decir gentes en lugar de gente me provoca un gozo inexplicable.”

“Resistirse totalmente a adoptar el léxico del lugar donde uno vive es una decisión altiva y estéril. No tiene sentido moverse por México diciendo auto en lugar de coche, o coche en vez de carriola. Pero aceptarlo todo y cambiar hasta las interjecciones y los suspiros, como hacen tantos compatriotas desparramados por el mundo, es signo de torpe docilidad, de servilismo, de falta de carácter.”

“Mi hijo es, por el momento, completamente mexicano. Pronto deberé convencerlo de que la palabra chile designa también un país. Y que ese país no pica.”

“La forma boliviana de referirse al despunte de la borrachera: “Él ya estaba en los yo te estimo”.”

“Pienso en la casi desesperada atenuación del imperativo, por ejemplo, en Ecuador, donde dicen dame pasando la ensalada o pásame viendo como a las ocho. Pero lo que más me gusta es esta rara y bella forma de recomendar un libro: Leeraslo.”

“Desde cierto punto de vista, lo que escribo siempre busca la naturalidad de una conversación en que digo lo que diría si alguien me editara los balbuceos.”

 

Poder leer los primeros libros de Zambra es un alto disfrute. “La vida privada de los árboles” lleva diez ediciones; “Bonsái”, dieciséis (¡!) y “Tema libre” va por la tercera. Eso dicen las fajas.

Alejandro Zambra, crá.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario