" En la novela El discurso vacío, el personaje creado por Mario Levrero se propone hacer una “terapia grafológica” que consiste en dedicarse todas las mañanas a escribir a mano, concentrándose en la caligrafía, en el dibujo de las letras --en por dónde se comienza a escribir una b mayúscula o cómo trazar el palito de la z sin levantar el lápiz--, más que en el contenido de lo que dice. Tiene algo de espíritu religioso, de ritual, para entregarse a una tarea que le resulta muy difícil porque todo el tiempo se desvía de su propósito. “Observo que la letra viene muy pequeña, eso debe ser porque me siento culpable”, dice. A veces la escritura refleja nuestro estado de ánimo. Si estamos apurados o nerviosas, los trazos lo delatan. Pero para el personaje de Levrero es mucho más que eso. A medida que pasa el tiempo, su letra se vuelve más legible y por momentos encuentra cierto equilibrio, cierta calma, aunque todo el tiempo siga luchando por disciplinarse con la escritura como si ello pudiera ordenar el caos de su vida."
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