“Querido Fogwill: Maestro; muy buena su novela corta y, como le aseguré por teléfono, nada tiene que ver esta apreciación con el hecho de que mi vanidad se haya visto (obviamente) satisfecha al ser personaje de la obra. Te agradezco, sin que tenga que ver con los méritos del libro, que me hayas hecho ricachón, y juro devolverte en la misma moneda: a mí tenés que hacerme dictador o ricachón.” La carta de cuatro páginas, fechada el 18/9/83, está firmada por el escritor Alberto Laiseca, cuando todavía no era el Conde Láisek ni había publicado “El jardín de las máquinas parlantes”. Se está refiriendo renglón por renglón a “Help a él”, la primera versión libre de “El Aleph” escrita por Rodolfo Fogwill, en la que Beatriz Viterbo se llama Vera Ortiz Beti y Carlos Argentino Daneri es Laiseca Ortiz. Don Alberto se derrite de emoción en su misiva escrita a máquina, llena de elogios a la parodia fogwilliana, y se despide con un “Cuando termine mi novela de máquinas parlantes, te la presto. Por ahora conformate con mi obra seria”. Firmado: “Tecnocracia Monitor Triunfo”. Este y una pila de documentos extraordinarios podrán empezar a consultarse dentro de muy poco en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, área de archivos, “Archivo Fogwill”.
Ana Guerra, la encargada de alcanzarme el material, me pide
prudencia. Aún falta para que los investigadores puedan acceder a todo en forma
ordenada: ella calcula que los documentos se abrirán al público en la segunda
mitad del año que viene. La clasificación es exhaustiva: son doce cajas de
grabaciones, papeles, archivos físicos y digitales. Carlos Bernatek, mi
contacto para poder hacer la nota, agrega: “La semana pasada recibimos la
totalidad del material, un sueño que había tenido Leopoldo Brizuela en los
cuatro últimos años de su vida, ahora destrabado gracias a una gestión de
mecenazgo de la Ciudad y del Banco COMAFI, que pagaron a la familia Fogwill lo
que el archivo valía”. En el momento de la foto estaba mi amigo Andrés, entre
los hermanos, y Vera participó de modo virtual porque vive en Madrid. Le
escribí un wasáp y logré este aporte:
“Llevamos todo adelante junto con Andy y Verónica Rossi,
nuestra archivista particular. Fue una carga pesada de la que ocuparse, porque
el archivo solo no hacía nada. A ver si me explico: había que lidiar con la obra
de un padre muerto que pasa a exigir más que tu hijo vivo. Una pesadilla. ¿Qué
más? No está la grabación tuya, Gustavo, ojalá puedas dejar una copia con la
transcripción.”
Se refiere a “Adentro y afuera por los Fogwills”, del día en el que los conocí. Fogwill me había invitado a su departamento porque Gandolfo le había pasado un cuento mío. Lo leyó en voz alta, y entre Verita (adolescente) y él opinaban y me iban preguntando. Yo contesté cantidad de pavadas de joven (alguna vez tuve veinticinco años); él grabó la sesión y me regaló el caset cuando cumplí los cuarenta. La desgrabación de esa clase magistral, acá.
Sigo revolviendo entre las carpetas con mis guantes y barbijo
y encuentro un papel con el membrete del Gran Hotel América Larre, de
Constitución. Esta vez la carta, fechada el 3 de marzo de 1980, es manuscrita,
desprolija, y está dividida en dos partes. Copio la primera carilla en forma
completa:
“1) -a la puta madre que te parió te vas vos, Fogwill,
imbécil de mierda, que desde el preciso instante en que pusiste manos (o
pezuñas) sobre mi libro, perturbaste, postergaste y, finalmente, impediste mi
salida.
Compasivo con los animales, te tuve hasta paciencia. En ningún
momento me causó… “asombro”… el hecho de que no pudieras editar un libro mío
sin actuar tu chaplinesco personaje: yo, perdoname, entiendo. (Sí, tenés que
perdonarme que te entienda).
Que me odiás porque te… entiendo…, ya lo sé, o ya me lo
resigno. Que te meás en los calzones para que yo te Hable y Hable, como en esta
Carta, también te lo entiendo. Es lo habitual. La gente suele querer que yo le
Hable. Y algún día, quién te dice, dejarás de ser gente: mantenete firme en esa
esperanza.”
Firma Osvaldo Lamborghini, el de “La causa justa”.
Carlos me explica lo que cuesta llegar a obtener las
donaciones. En las cajas leo Simón Feldman, Lía Jelín, Hermes Villordo,
Abelardo Arias, Enrique Banchs, Macedonio Fernández. Ana me cuenta que el área
de archivos existe como proyecto desde el año 2006. Los hay de escritores,
periodistas, políticos (Frondizi), gente de teatro, cine, teóricos del
psicoanálisis (Baranger), filósofos. Le pido a Carlos que me cuente cuál fue el
botín más difícil de conseguir y me nombra a Bioy.
“Estuve siete años detrás de esos archivos. Los parientes de
Bioy no querían pagar ganancias por la cesión de una biblioteca, querían que la venta se hiciera en negro… ¡con
el Estado! Algo imposible. La herencia fue cambiando de mano a medida que los
herederos se iban muriendo. Así pasé de la negociación con su hijo, a otra con
la amante de Bioy. Finalmente el tema quedó en manos de sus nietos: los libros
estaban en un depósito olvidado del Banco Nación, en el microcentro. Por suerte
un amigo de Bioy, el anticuario Alberto Casares, advirtió a tiempo que esa
biblioteca, que el escritor había ido adquiriendo en librerías y editoriales de
Londres y París, se estaba deteriorando (muchos ejemplares dormían directamente
al aire libre), y decidió darle un primer orden adentro de cuatrocientas cajas.
Gracias a su colaboración es que hoy podemos compartir estos archivos
importantísimos. Muchos de los libros de Bioy eran usados por Borges para
trabajar, y allí consta una abundante marginalia de puño y letra de Don
Jorge Luis, que es el placer de los investigadores.”
Para más información sobre todos los archivos que ya se
pueden consultar en la BNMM, seguir este link.
Le pido a Ana si no tiene algún intercambio postal con una
mujer y me dice que sí; nombra a Eva Giberti. Miro las respuestas para citarlas
y no las encuentro tan interesantes (son más respetuosas, no tienen el estilo
de las otras). Fogwill parecía tener un personaje para los hombres, otro para
las mujeres. Ana se entusiasma y me acerca un papel fechado en Pereira, el 1 de
noviembre de 1983: firma Leonardo Favio. La pila sigue siendo jugosísima.
“Querido Quique: ¿Cómo estás? ¿Y tu vieja? Espero que bien,
y arremetiendo contra la literatura y nuestra hermosa lengua. Yo te escribo en
un día triste, muy triste. Tal vez en el momento más doloroso de nuestra
gloriosa historia peronista. Claro que esto todavía no lo podés entender vos.
¡Cuánto lo siento! Si supieras lo hermosa que es esta vibración de ser
peronista.” Se debe estar refiriendo a la derrota de Luder por Alfonsín.
Concluye: “Nunca les perdonaré esta tristeza mía que es la tristeza de la gente
buena. No descansaré hasta que el último “traidor experto en rosca” sea
extirpado del Movimiento. Yo te dejo un abrazo con todo mi corazón, un beso a
tu mamá y mi cariño de humilde analfabeto peronista.”
El “archivo Fogwill” está integrado por cartas de Eva Giberti,
Jorge Barón Biza, Arturo Carrera, Juan Martini, Andrés Rivera, Juan José Saer,
Héctor Viel Temperley, Alan Pauls; sus primeros contratos con De la Flor y
Sudamericana, su premio Coca Cola; libros, revistas culturales, folletos y
programas de mano; grabaciones, audios, videos; su intercambio con los Mondongo;
los borradores de “Nuestro modo de vida”; documentos personales,
administrativos y familiares; los originales del “Cuaderno de los sueños” (que ilustran
esta nota); entrevistas, transcripciones, apuntes sueltos, colaboraciones,
diapositivas, fotos, etcétera. Un mejunje para sumergirse y nadar durante meses:
crawl. En una nota Enrique Pezzoni lo reta por una información falsa que
Fogwill escribió en los diarios sobre su padre, y termina aconsejándolo
“¡Portate bien!”.
“Alguna vez me moriré por estas cosas, por fumar, por
respirar sin método… pero se obstina, uno, en vivir así” (Rodolfo Fogwill, 1941,
2010).
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