“Buenas noches a todos, gracias por invitarme.
Vine por primera vez a este centro cultural, Área 623,
cuando parecía una fábrica abandonada, se llamaba con el nombre de un payaso
depresivo de Provincia y pasaban una obra del hijo de alguien que solamente
caminaba un poco más despacio. La obra me había gustado.
Después de un tiempo considerable la arquitecta Eli Sirlin
me invitó a recorrer una especie de centro cultural que estaba haciendo para
ella misma, y mientras subíamos y bajábamos escaleras de hormigón solamente
pude reconocer al viejo Apacheta por una sala que estaba sin terminar, y era
justamente la de la obra a la que yo había asistido, aunque en ese momento se
entrara por otro lado.
Otra persona se unió al recorrido, no recuerdo su nombre,
que también escuchó de boca de Eli todos los problemas que había tenido durante
la construcción, porque la refacción y crecimiento del inmueble los había desarrollado
en plena pandemia. O sea: en los dos putos años que a nadie le sirvieron para
nada, ella transformó este lugar como lo vemos ahora. Inmediatamente ambos visitantes
le rogamos que se presentara a elecciones para presidenta; ya tenía los dos primeros
votos. ¡Hizo todo esto durante un tiempo inútil y soso, de inactividad e
inmovilidad para casi todos los argentinos, y que no debería computar en la
mayoría de nuestras vidas!
Merece un aplauso.
APLAUDIR
Anteriormente yo ya había escuchado hablar de su pericia
por alguien, un capo de la educación argentina al que me tocó visitar mucho
durante el período en el que ayudé a crear la Carrera de Imagen y Sonido de la
UBA, por encargo de la dupla Tomás Maldonado y Manolo Borthagaray. Estoy
hablando del gran Gastón Breyer, que en un curso que daba a idea y semejanza de
la Bauhaus, titulado “Dibujo y Maqueta”, casi una introducción a la
escenografía, me habló por primera vez de Eli Sirlin, aunque no me mostró
ningún libro sino unos apuntes en el que había escritas cosas parecidas a las
que se pueden encontrar en “La luz en las artes escénicas”. No puedo
asegurarlo, pero creo que se trataba de algunos borradores de ella, editados
como para cursos universitarios. Espíen la cara que Eli pone cuando digo esto mientras
sigo leyendo, si es (Sí GESTUAL), (NO GESTUAL) o (HAMMMBRE GESTUAL). Breyer,
que jamás nombraba a nadie, sugirió su nombre en la Carrera para cuando hubiera
una materia de iluminación. Estoy hablando de algo que sucedió hace treinta y
cinco años, en la primera organización junto a Simón Feldman como director. Creo
que todavía no hay una materia de iluminación, y la poca orientación que ofrecen
la hacen los mismos diseños.
La primera versión del manual de la arquitecta se llamaba
“La luz en el teatro”; la compré en el pequeño sector de librería del TGSM.
Utilicé el libro durante mis teóricas de diseño y de dibujo, en distintas
cátedras de Arquitectura de FADU, UBA, mi casa y la de ella, y en una teórica de
arte que di especialmente para la Cátedra Campos Trilnik de Imagen y Sonido.
Los capítulos aplicados iban por el lado, primero, de repasar datos de física
de la luz, para introducir finalmente el tema de la percepción lumínica. Releyendo
el manual de Sirlin para esta presentación, recordé y marqué los capítulos que
me interesaron por entonces: el de Entender la luz y el de las Funciones y
propósitos, La luz y los géneros y los numerosos ejemplos de iluminadores
famosos como Jennifer Tipton o Dan Flaver, del capítulo tres. Al respecto, son
buenísimas las experiencias que nos va contando Eli de su propio hacer, con
comentarios de cómo encaró esta obra o aquella. Es lindo descubrir que en el
pasado reciente uno se sentó en una butaca de un teatro de Buenos Aires a ver
una obra iluminada por una amiga.
Me gustan también las coincidencias. Breyer me había dado
los originales de sus clases, que aún conservo, para que lo ayudara con la
edición de un libro de “Dibujo y Maqueta”, que al final nunca se publicó.
Solamente una clase vio la luz en la Revista Contextos, de la que unos años fui
secretario de redacción junto a la arquitecta Aída Daitch. El modo de encarar
la enseñanza de estas teóricas escritas es el mismo que utiliza Sirlin en los
capítulos de su libro: primero los aspectos biológicos del ojo humano, después
los físicos relativos a la luz. Y después, recién después, la técnica, las
sensaciones que se quieren dar, la calidez o frialdad de los espacios a
iluminar o a diseñar. O sea, los dos comienzan de la misma manera, explicando
lo esencial que nunca es demasiado esencial para los alumnos de los primeros
cursos, que a veces llegan a la facultad casi olvidados de lo que aprendieron
en sus respectivos secundarios. Adoré encontrar el nombre del alemán y el
título de su libro “Teatro: el ámbito escénico”, entre las páginas del libro de
Eli. Me cierran cosas de este modo.
También me hizo reír encontrar que mi novia, la doctora en
arquitectura Moira Sanjurjo, que tiene una concurrida cátedra de dibujo en el
CBC llamada SPAM -en homenaje a los Monthy Phyton-, tiene la misma tirria
que Eli con respecto al círculo cromático, a la hora de la enseñanza del color.
La cita viene de la mano del maestro James Turrell, y dice lo siguiente:
“Realmente necesitamos deshacernos del círculo cromático Es
la peor herramienta educativa que puede existir. Como es sabido, no podemos ir
a la luna solo con la geometría euclidiana. Tampoco podemos avanzar conociendo
únicamente el círculo cromático. Es útil para la pintura, pero uno puede pensar
mejor si piensa en términos de luz, porque la luz es lo que captan nuestros
ojos.
Podemos pensar qué luz irradia una pintura o un color, y
qué luz proviene de ella. Nosotros en realidad deberíamos hablar de luz aditiva
en términos de espectro. Debemos enseñar el espectro, que es como enseñar las
escalas en música. La razón de que tengamos un vocabulario de luz tan pobre es
que estamos pensando en los objetos como emisores de color: “verde palta”,
“damasco”, “frambuesa” y muchos otros. Estos son elementos materiales; tenemos
un mundo demasiado material. La nuestra es una cultura a la que solo le
interesa la superficie.”
Para terminar, quería hablar sobre la vigencia de un manual
en la época de los tutoriales, ahora que Internet ha reemplazado a las
enciclopedias. Pienso en mi padre ingeniero, que decía haber entendido la 2ª
Ley de la Termodinámica en la Tecnirama, no en la Facultad. O en mi hermana
Fernanda buscando “Flores de Latinoamérica” en una lámina doble de la
Enciclopedia Estudiantil. O en mi hermana menor, calcando un esqueleto humano de
El libro gordo de Petete. O en mí mismo, todavía hoy, escarbando en El Tesoro
de la Juventud informaciones sobre Edison y Tesla para una novela. En el tomo
XV de la primera edición hay un reportaje en modo revista Caras a Edison, y lo
suben al pedestal como “El inventor más importante de la Tierra”. Me indignó no
haber hallado ni una sola mención en todo el índice general de la colección de
su competidor, don Tesla. En los tiempos de Jackson se curtían las mismas
selecciones políticas que ahora, injustas si la información que se estaba
reuniendo era para que un tipo cualquiera -como yo- pudiera afirmar, por la
sencilla lectura de sus páginas, “Lo sé todo”.
¿Qué significa un manual en esta época? La misma tipografía
de tapa que nombra la palabra “manual”, para significar que el libro de Eli lo
sigue siendo, se ha achicado en el tiempo. La segunda edición de 2006 -vuelta a
comprar porque presté y me robaron la primera subrayada (ENSEÑO) dice “Manual”
con letra tamaño 26, y en la que acaba de salir (ENSEÑO) da el mismo dato con
letra tamaño 11. Me imagino a Eli discutiendo con el diseñador gráfico para que
dejen una palabra que él hubiera quitado por perimida (por favor cotejen la
cara de Eli mientras digo esto -LA SEÑALO COMO A ESCONDIDAS).
Los manuales, que un chico del secundario puede andar
diciendo que ya no sirven para nada, siguen siendo fundamentales, porque
recogen toda la información relacionada a un solo tema. No son lo mismo que las
enciclopedias, en las que después de “Peces del Paraná” venían dos páginas de “El
Imperio Romano (primera parte)”, y en las dos anteriores figuraba la “Historia
del álgebra”. El tema completo es el que hace valer a un manual, además de la
calidad de sus contenidos, para poder tener todo en un mismo libro. En este
caso, la luz en las artes escénicas, o en el teatro. Y es un centro de consulta
permanente, que tal vez lo único que necesite es renovarse con las nuevas
técnicas, con luminarias recién salidas en el mercado o inventos nuevos.
Para eso se hacen las nuevas ediciones, corregidas, actualizadas.
Ediciones que no solamente nos permiten retomar nuestros asuntos en la carrera
de los tiempos futuros, sino que además provocan reuniones lindas con vino y sanguchitos, como la
de hoy, llena de amigos y buenos recuerdos.
Felicitaciones en el día de la luz a la arquitecta Eli Sirlin por sus manuales y su Área de amor, numerada en un 6… 2… 3…”
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