A los 13 años descubrimos, con mi amigo Quico, el Parque Rivadavia, al que mi mamá llamaba Lezica. Josefina lo conocía de chica porque había ido al Normal 4. Con mi amigo empezamos intercambiando estampillas en el ombú y más tarde revistas y libros en las mesas. Era un programa que me encantaba; nos tomábamos el tren desde Castelar, a las 9 de la mañana de casi todos los domingos, y después el subte A en Plaza Miserere. Volvíamos felices, llenos de regalos. La fiesta duró hasta los diecisiete, más o menos, en que llegaron las primeras novias. Después vinieron los exámenes de ingreso a las Facultades, las colimbas en guerra, la muerte de Quico. Me había prometido nunca más volver a pisar este parque y así pasaron 37 años.
Hoy a las diez de la mañana decidí que quería ver cómo había cambiado. Me cargué la mochila vacía por las dudas, y salí para el subte. Contra todo lo que creía, el paisaje estaba muy animado. La plaza no es la misma; hay más puestos, ordenados como los de Plaza Italia. Hay una nueva zona de juguetes y figuritas vintage con precios por las nubes (si sabía, traía mis Barbies y mis Matchbox para vender, jajá -jamás le haría eso a mis Barbies, digo) y no se puede tocar más el ombú, que era lo que hacíamos con Quico como un ritual de recién llegados: la Muni lo cercó. Por lo que ningún filatelista o numismático anda dando vueltas por ahí para canjear sus tesoros; apenas hay una línea de puestos sobre la vereda, donde se pueden adquirir sellos , billetes, marquillas y medallas viejas.
Supuse que no iba a comprar nada. Menos que menos un muñequito. Había ido a pasear, qué tanto. Pero se me ocurrió preguntar a un coleccionista que exhibía unos carteles de Jack si tenía el primer Karadagián, el de 1973. Abrió una caja y me lo mostró: pintadito, perfecto, único. Cuando me dijo el precio, me hizo reír: tengo cantidad de cosas para comprar antes -casi le digo. Y mucho más baratas. Soy un tipo maduro, me siento así (por fin).
Volví a los puestos de libros para llevarme dos que me habían llamado la atención en el recorrido: “El centrofoward murió al amanecer” e “Historia de mañana”, de Jean Fourastié (autor de “¿Por qué trabajamos?”, una genialidad), que habla del futuro del mundo desde el año 1960. Cuando pasé por el ombú levanté una hojita que andaba por ahí caída, como recuerdo (la voy a prensar en un libro) Y después me fui a tomar el subte para el lado de Rio de Janeiro. Qué locura comprar un muñequito a ese precio. Esos tipos están chiflados, dije, en voz alta, antes de retirarme del Parque. Qué suerte que no soy más nerd…
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