Sobre el uso del voseo en traducción, como sobre
muchos otros temas, tengo una opinión formada, pero yo no la comparto. Es
decir, estoy de acuerdo, pero no conmigo mismo. Quizá esto se entienda más si
vamos por partes. Para empezar, los argumentos a favor de traducir con voseo me
parecen de lo más convincentes. ¿Por qué no vamos a usar nuestro registro
coloquial para traducir el registro coloquial ajeno? ¿Por qué los millones de
personas que hablan de vos en Argentina no justificarían una edición voseante?
Por no hablar de las que viven en Costa Rica, Paraguay, Uruguay, Chile,
Ecuador, Bolivia, Colombia, Venezuela, Guatemala, El Salvador, Honduras,
Nicaragua… Es más, si el voseo efectivamente es minoritario dentro del mundo de
habla castellana, ¿no valdría la pena defender a esa minoría que lo usa, y
hacer lo posible para respaldar, fomentar y naturalizar esta variante en la
traducción también? ¿Por qué un inglés que habla como un argentino nos debería
parecer menos verosímil que un canadiense que habla como un mexicano? Y en el
caso de las obras que ya circulan traducidas de tú, ¿realmente no se
justificaría que hubiera en paralelo traducciones nuevas con voseo, tanto de la
literatura contemporánea como de los más sublimes y admirados bodrios de la
literatura universal? En definitiva, traducir de vos me parece lógico,
necesario.
Y sin embargo, en general no lo hago. Me pasa lo
mismo cuando pienso en dejar de comer carne, en sacar la basura en un
horario fijo o en contestar enseguida los mails. Los argumentos me convencen,
pero no me influencian. En el caso de la traducción, se me ocurren al menos
tres motivos de por qué esto es así. El primero y principal son las
restricciones impuestas, porque casi siempre trabajo con editoriales que hacen
del tuteo una política de la casa. El segundo es que comparto en gran medida lo
que expresó de manera brillante Alejandro González, la idea de que usar el tú,
más que una renuncia, también puede ser una dimensión adicional de nuestra
idiosincrasia, una manera sutil y propia de marcar y acoger al mismo tiempo,
lingüísticamente, la extranjería del otro, recurso anfibio típico y hasta cierto
punto exclusivo de las comunidades voseantes. Y el tercero, por último, es lo
que me pide un texto o, para hacerme menos el sota, lo que yo siento o digo que
me pide un texto. Por anacronismo, anatopismo o simple falta de costumbre, en
los libros que me tocó o que elegí traducir, cuando hice la prueba de usar el
vos, el resultado muchas veces no me convenció.
De más está decir que el resultado tampoco me
convenció cuando usé el tú, claro. Pero era un fracaso menos confianzudo. Así y
todo, creo más que posible que el día de mañana cambie y me convierta en un
profeta del voseo, y prenda fuego a cualquier tibio traductor de tú que se me
cruce por delante. Ganas no me faltan. Como dije más arriba, argumentos
tampoco. Por el momento, hasta volverme Torquemada o bonzo, la solución que
encontré, y que con frecuencia, sorprendentemente, funciona, es aprovechar los
intersticios donde el vos y el tú se confunden, se mezclan y se vuelven no una
sola cosa, sino dos cosas distintas para dos lectores distintos. Es decir, busco
y prefiero, cuando el texto lo tolera y no hay forzamiento, las formas
naturales que el lector voseante puede leer como voseo y el lector tuteante
como tuteo, eso que en el campo de las ilusiones ópticas se llama percepción
biestable, como en el cubo de Necker o la escalera de Schroeder. En lugar de
“¿Qué piensas?” o “¿Qué pensás?”, optar por “¿Qué te parece?”. Es una forma de
evasión, de escamoteo, de engaño, de paciencia y también, por qué no, de
atletismo. “Traduzco novelas enteras esquivando la decisión entre el vos y el
tú”, escribe Laura Wittner en su libro Se vive y se traduce. “Considero que es el único deporte en el que me
destaco”.
Tomado del Club de traductores literarios de Buenos Aires.
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