22.3.22

ET VOS, BRUTE? / MATÍAS BATISTÓN

Sobre el uso del voseo en traducción, como sobre muchos otros temas, tengo una opinión formada, pero yo no la comparto. Es decir, estoy de acuerdo, pero no conmigo mismo. Quizá esto se entienda más si vamos por partes. Para empezar, los argumentos a favor de traducir con voseo me parecen de lo más convincentes. ¿Por qué no vamos a usar nuestro registro coloquial para traducir el registro coloquial ajeno? ¿Por qué los millones de personas que hablan de vos en Argentina no justificarían una edición voseante? Por no hablar de las que viven en Costa Rica, Paraguay, Uruguay, Chile, Ecuador, Bolivia, Colombia, Venezuela, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua… Es más, si el voseo efectivamente es minoritario dentro del mundo de habla castellana, ¿no valdría la pena defender a esa minoría que lo usa, y hacer lo posible para respaldar, fomentar y naturalizar esta variante en la traducción también? ¿Por qué un inglés que habla como un argentino nos debería parecer menos verosímil que un canadiense que habla como un mexicano? Y en el caso de las obras que ya circulan traducidas de tú, ¿realmente no se justificaría que hubiera en paralelo traducciones nuevas con voseo, tanto de la literatura contemporánea como de los más sublimes y admirados bodrios de la literatura universal? En definitiva, traducir de vos me parece lógico, necesario.

Y sin embargo, en general no lo hago. Me pasa lo mismo cuando pienso en dejar de comer carne, en sacar la basura en un horario fijo o en contestar enseguida los mails. Los argumentos me convencen, pero no me influencian. En el caso de la traducción, se me ocurren al menos tres motivos de por qué esto es así. El primero y principal son las restricciones impuestas, porque casi siempre trabajo con editoriales que hacen del tuteo una política de la casa. El segundo es que comparto en gran medida lo que expresó de manera brillante Alejandro González, la idea de que usar el tú, más que una renuncia, también puede ser una dimensión adicional de nuestra idiosincrasia, una manera sutil y propia de marcar y acoger al mismo tiempo, lingüísticamente, la extranjería del otro, recurso anfibio típico y hasta cierto punto exclusivo de las comunidades voseantes. Y el tercero, por último, es lo que me pide un texto o, para hacerme menos el sota, lo que yo siento o digo que me pide un texto. Por anacronismo, anatopismo o simple falta de costumbre, en los libros que me tocó o que elegí traducir, cuando hice la prueba de usar el vos, el resultado muchas veces no me convenció.

De más está decir que el resultado tampoco me convenció cuando usé el tú, claro. Pero era un fracaso menos confianzudo. Así y todo, creo más que posible que el día de mañana cambie y me convierta en un profeta del voseo, y prenda fuego a cualquier tibio traductor de tú que se me cruce por delante. Ganas no me faltan. Como dije más arriba, argumentos tampoco. Por el momento, hasta volverme Torquemada o bonzo, la solución que encontré, y que con frecuencia, sorprendentemente, funciona, es aprovechar los intersticios donde el vos y el tú se confunden, se mezclan y se vuelven no una sola cosa, sino dos cosas distintas para dos lectores distintos. Es decir, busco y prefiero, cuando el texto lo tolera y no hay forzamiento, las formas naturales que el lector voseante puede leer como voseo y el lector tuteante como tuteo, eso que en el campo de las ilusiones ópticas se llama percepción biestable, como en el cubo de Necker o la escalera de Schroeder. En lugar de “¿Qué piensas?” o “¿Qué pensás?”, optar por “¿Qué te parece?”. Es una forma de evasión, de escamoteo, de engaño, de paciencia y también, por qué no, de atletismo. “Traduzco novelas enteras esquivando la decisión entre el vos y el tú”, escribe Laura Wittner en su libro Se vive y se traduce. “Considero que es el único deporte en el que me destaco”.

 

Tomado del Club de traductores literarios de Buenos Aires.

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