“Era un lugar común en la antigua Gracia acusar a Homero y a los poetas en general de ser grandes fabuladores (quizá “mitómanos” sería más apropiado). Al respecto, escribe Eric Auerbach: “El reproche que a menudo se ha hecho a Homero de ser mentiroso no rebaja en nada su eficiencia; no tiene necesidad de copiar la verdad histórica pues su realidad es lo bastante fuerte para envolvernos y captarnos por entero”. Si el crítico alemán rescata la eficiencia y la fuerza de la poesía frente a la “verdad histórica” (sea ello lo que fuere) es porque comprende que el mundo creado por el artista no compite e n realidad ni con este, donde se desarrolla nuestra cotidianidad, ni con aquel otro, inteligible e inmutable, del que según Platón la esfera sensible es una copia imperfecta.
El mundo de la ficción no es ni más ni menos real, es real
de otra manera. El poeta se relaciona con la verdad histórica y el mundo de lo
cotidiano como el carpintero con la madera, o el escultor con el mármol. Es una
relación íntima y utilitaria; un matrimonio por conveniencia, pero no por ello
sin amor. El artista plástico manipula la materia prima, recorta, desarma,
reacomoda, agranda y reduce, labra, talla, pule y tornea como mejor le parece.
El poeta y el narrador hacen lo propio con la palabra. La máxima que nos guía
es ese otro lugar común que dice: “Nunca dejes que la verdad se interponga
entre ti y una buena historia”. Ello implica un cálculo deliberado de parte del
poeta, que decide faltar a la verdad histórica para construir evidencia y, en
vez, deformarla, maquillarla, pervertirla, mutilarla. El poeta, por tanto,
miente, pero no se miente, pues nunca olvida la máxima con que George Costanza
ilumina a Seinfeld cuando su amigo le pide que lo entrene en el arte del engaño
para pasar la prueba de un detector de mentiras: “Jerry, just remember, it´s
not a lie if you believe it”.
Quien se compenetra con la obra y se cree la mentira del
artista tampoco se miente a sí mismo. Nos creemos los cuentos no porque
queremos, sino porque podemos. La capacidad de compenetración es propia del ser
humano como son propias las facultades del lenguaje y la imaginación. Somos
anfibios capaces de respirar en el mundo sensible como en los reinos creados
por el arte y por la fantasía. Pero, a diferencia de los animales que alternan
temporadas en la tierra y temporadas bajo el agua, o aquellos que cambian branquias
por pulmones, el ser humano es capaz de habitar ambos mundos simultáneamente. Esto
le permite creer en los mundos que inaugura el arte y habitarlos con asiduidad
sin necesidad de reemplazar con ellos el de su cotidianidad. En otras palabras,
nos resulta perfectamente natural compenetrarnos con la ficción sin necesidad
de cortar el cordón umbilical que nos conecta con el mundo. Y esto se debe a
que la característica que confiere a ambos mundos ese altísimo grado de verdad
en el que se funda nuestro vínculo es una y la misma, la evidencia. Ya se trate
de una película o de una novela, de una serie o de un cuento, siempre estamos dispuestos
a pensar una nueva partida en el juego de la ficción. Si tan solo ejercitásemos
la misma lucidez anfibia y lúdica con el rumor infundado, el chisme jugoso, la
teoría conspirativa o la noticia falsa del día, otro gallo cantaría.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario