19.11.21

ANACRONISMO / PAULS

 “Tal vez leer sea la última práctica continua que quede en el mundo. Hay otras -la música, por ejemplo-, pero ninguna que haga de la continuidad una razón de ser tan despótica como la lectura. Leer es someterse a un imperio extinto: el imperio de lo lineal. Imposibilidad de abreviar, tomar atajos, skipear (sin poner en peligro, desde luego, la comprensión de lo que se lee). Si la lectura es hoy una gran práctica anacrónica -la otra es el teatro- es precisamente por la insolencia, la desfachatez, incluso la provocativa ingenuidad con que exhibe los blasones de una cultura del encadenamiento, la secuencia, el paso a paso, en un estado de cosas cuyas monedas de cambio son la simultaneidad y el montaje. De ahí la evidencia que Silvio Astier, protagonista de El juguete rabioso, conoce de primera mano: el enemigo número uno del leer no es una actividad rival, no son las prácticas de trabajo o de ocio candidatas a reemplazar a la lectura; el enemigo del leer es la interrupción, esa iniquidad que la jerga lectora, reprimiendo un furor volcánico, expresa con una frase que es un modelo de civilización: “Levanté los ojos…” (Y quien lee sabe qué gigantesca es la masa de odio que palpita en el fondo de esos ojos obligados a apartarse de la página que leer…) “Silvio, es necesario que trabajes”, le dice la madre a Astier. “Yo, que leía un libro junto a la mesa, levanté los ojos mirándola con rencor”.

Con todas esas prácticas rivales la literatura podría competir, pecharse, incluso negociar; con la interrupción no hay posibilidad alguna de comercio. Lo que obliga al lector a levantar los ojos hiere de muerte a la lectura, pero es a la vez y por lo tanto, su horizonte último, un poco como la muerte es al mismo tiempo límite y condición de los relatos de Sherezade en Las mil y una noches. Todo niño lector ha pasado por ese calvario: la misma voz materna que alguna vez vibró en la oscuridad sembrando el veneno de la lectura es la que pretende ahora imponer la peor de las infamias: parar de leer (para ir a comer, para bañarse, para hacer los deberes, para ordenar la pieza). Se lee, pues, contra la interrupción -y la lectura tiene allí el valor de una espera, esa suspensión en la que Blanchot reconocía la respuesta del lenguaje a su propia anomalía. Como un ejercicio de tantrismo descabellado, leer es extender, prolongar, dilatar al máximo una duración condenada de antemano.”

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