22.9.21

LA VIDA ES DOLOROSA Y DECEPCIONANTE / LOVECRAFT EN LA AGENDA

Lo primero que se agradece en este libro es su tapa roja: si hubiera aparecido antes de 2019 habría traído una de las grises o negras, tan feas de la vieja colección Argumentos de los libros de Anagrama. Por suerte se dieron cuenta y la rediseñaron: no sé si este libro se banca más oscuridad de la que su texto trae. “Contra el mundo, contra la vida”.

La introducción de Stephen King también ayuda; es luminosa. Tampoco sé si Lovecraft hubiera podido prologar tan estupendamente un libro sobre su admirado Poe: su propio éxtasis le hubiera jugado una mala pasada literaria. King esquiva todo inconveniente con habilidad, se dedica a contar una anécdota y a ensalzar a ambos monstruos -HPL y MH- parcamente pero con gracia, cuidando las adjetivaciones como si cobraran por elogiar.

La anécdota que cuenta es un ejercicio posible para un taller de creatividad literaria. En 1979 el prologuista es invitado a una Convención Mundial de Fantasía y Terror en Providence, ciudad natal de Lovecraft. En un recreo entre mesas redondas decide salir a recorrer las cercanías. El barrio está atiborrado de anticuarios. En muchas vidrieras se ven objetos que pertenecieron al héroe de las letras local (o llevan cartelitos donde se afirma eso). Plumas, tinteros, extraños secreters. A veces la inscripción HPL grabada a navaja sobre la madera de un mueble “garantiza” la autenticidad de los objetos. Y Stephen piensa: si llego a encontrar la almohada de Lovecraft, la compro. Qué jugador.

“Lector, soy incapaz de recordar -ni siquiera ahora, un cuarto de siglo después- haber tenido jamás otra idea que me diese un escalofrío semejante. ¡La almohada de Lovecraft! ¡La que acunó su cabeza alargada cuando abandonó la conciencia!”

Stephen regresa al hotel apurado por escribir. Pero enseguida lo llaman a participar de un evento y termina morfando y chupando birra con otros expositores. Cuando se va a dormir tiene un sueño en el que escucha los “chillidos sordos atrapados dentro de la almohada”, en la que cree estar apoyando su propia cabeza. “El chirrido de las pesadillas de H. P. Lovecraft”. King agrega al final de la introducción:

“No escribí La almohada de Lovecraft aquel fin de semana en Providence, ni entonces ni nunca. Si quieres probar suerte, lector, yo te lo entrego… como también las pesadillas que sin duda traerá consigo cualquier intento serio de hacerle justicia a una cosa así. Por lo que a mí respecta, ya no quiero meterme en la almohada de Lovecraft, ni visitar los sueños que puedan seguir atrapados ahí, y tengo la sensación de que en eso Michel Houellebecq podría comprenderme.”

Algún día voy a proponer el ejercicio con mis alumnos de la Clínica de cuentos del Galpón Estudio. Tal vez cambie a Lovecraft por Horacio Quiroga. Y haga que el almohadón sea de plumas.

“Lovecraft conoce bien los sueños; son en cierto modo su coto de caza”, escribe Houellebecq en el libro. “De hecho, pocos escritores han utilizado sus sueños de manera tan sistemática como él; clasifica el material, lo trabaja; a veces se entusiasma y escribe la historia sobre la marcha, sin siquiera despertarse del todo; en otras ocasiones solo conserva algunos elementos para insertarlos en una nueva trama; pero, sea como fuere, se toma los sueños muy en serio.”

¿Cómo sabe todo esto el francés? Porque leyó las cartas de Lovecraft. Parece que escribió más de cien mil, de las que Arkham editores publicó mil en una colección de cinco tomos. La mayoría de las cartas son con sus fans. Robert Bloch, capo del terror a lo Lovecraft (su cuento Las bestias de Barsac lo revela fan desde el mismo título), le escribirá con tan solo quince años. Y el maestro de Providence le va a contestar sin que la edad importe.

Esta correspondencia es una cosa de locos: hay misivas de cuarenta, cincuenta carillas. Casi tesis. Y todas aquellas que salen de la literatura -o sea, que hablan de otras cosas-, suelen ser patéticas. Hay una dirigida al director de una revista para que le publique un cuento. La revista se llama Weird Tales, la carta que HPL envía no podría ser más ridícula. Al mismo tiempo que se presenta diciendo, tal vez por pudor, que sus amigos son los que lo impulsan a enviar esos cinco cuentos que adjunta, escribe que el único lector que él tiene en cuenta es “a sí mismo”, dando a entender que no le importa si lo publican o no. Y después agrega que los textos “ya han sido rechazados por Black Mask” (otra revista de su tiempo). Peor publicista no puede haber.

Otra carta increíble es una de las que le escribe a su novia durante el cortejo, respondiendo a invitaciones procaces de la mujer para que abandone su castidad victoriana, ya que ella no tiene ningún problema con el sexo antes del matrimonio (está divorciada y tiene una hija de su pareja anterior). Nuestro amigo le contesta párrafos como el siguiente: “La juventud conlleva estímulos erógenos e imaginarios vinculados a los fenómenos táctiles de los cuerpos esbeltos en actitudes virginales y a la memoria visual de las formas estéticas clásicas, que simbolizan una especie de frescor y de inmadurez primaveral muy hermosas, pero que nada tienen que ver con el amor conyugal”. Un incogible de verdad.

Miss Sonia Greene igual insiste durante dos años hasta casarse. El premio que se lleva no es muy alentador: casi sin plata y a regañadientes él se anima a dejar a sus tías viejas de Providence por única vez en su vida. Sonia lo lleva a Nueva York, a un departamentito en Brooklyn. Durante el año 1924 Lovecraft la pasa bien: está enamorado y mantenido, puede escribir. Es feliz por primera y tal vez única vez en su vida. Sonia es linda, cariñosa, le deja libertad, lo admira y provee de todo lo necesario. Él solamente es culto, está munido de una inteligencia sin practicidad. Entonces ella pierde su trabajo. Rápidamente se quedan en la ruina. Venden los muebles. Él intenta conseguir algo que les de plata, pero se da cuenta de que es un inútil absoluto, que no cuadra con nada. La realidad no está hecha para Lovecraft. Cualquier inmigrante de morondanga se maneja en la ciudad mejor que él, que se siente un lord en el exilio. Un mal día se enoja y vuelve a Providence a vivir con su tía Lilian. Lo que para cualquiera podría haber sido una frustración, para Lovecraft es un alivio.

Y todo lo negativo que había sido en su vida anterior al casorio recrudece y explota. Si antes era clasista, ahora es racista a más no poder. Si antes la humanidad le molestaba, ahora la odia sin límites. Si antes era reaccionario y monárquico, ahora es un soldado contra la democracia y los derechos de la gente. Se volvió de ultraderecha, podría cuajar muy bien con los Bolsonaros y los Mileis de ahora. Según Houellebecq “pone las nociones de orden y tradición por encima de las de libertad y progreso en todos los terrenos”. No llega a ser un fan de Hitler porque, como escribe en una carta a Robert Barlow, a los negros “los ocultamos o los matamos”, y entre las dos opciones se queda con la primera. Agrega: “En las estaciones balnearias del Sur no permiten a los negros ir a la playa. ¿Se imagina a personas sensibles bañándose al lado de una horda de chimpancés?”.

La itálica de “en todos los terrenos” es mía, no está en el libro. Y está destinada a remarcar que no hay terreno posible para el odio, que puede servir provisoriamente para azuzar a las masas pero al fin y al cabo se vuelve sobre sí mismo, produciendo una desgracia que cubre a todo el cuerpo social. Lo conocemos por lo que ha pasado numerosas veces en nuestro país, solamente que ahora los chimpancés crecieron y son gorilas, y no por tener pelaje o la piel de otro color. Mi itálica está puesta ahí para afirmar que el racismo no sirve en ningún terreno. ¿Será cierta mi indicación? Desde el punto de vista de Lovecraft, no. Como escritor nuestro personaje era un masomenos antes de irse a Nueva York con su amada Sonia, y fue un maestro al regresar sin ella. Ver triunfar socialmente (o al menos trabajar) a inmigrantes y saber que no había lugar posible para un clásico de la cultura como él, lo hizo volver más radical, un perfecto odiador de clase. Francis Lacassin, en el prefacio a las “cartas”, consideró el asunto con honestidad:

“La fuerza fría de los mitos de Cthulhu surge de la delectación sádica con la que entrega a la persecución de criaturas llegadas de las estrellas a unos seres humanos castigados por su semejanza con la chusma neyorquina que lo había humillado”.

La vida, para Lovecraft, fue el mal. De alguna manera logró transformar su asco de existir, esa repulsión, en una “hostilidad activa”. Los siete libros que conforman la obra magna del maestro de Providence– “El color surgido del cielo”, “El horror de Dunwich”, “El que susurra en la oscuridad”, “La llamada de Cthulhu”, “En las montañas de la locura”, “La sombra sobre Innsmouth”, “En la noche de los tiempos”- fueron escritos después de su regreso al barrio. La primera línea a todo este período está en una carta a Alfred Galpin: “La vida adulta es el infierno”.

Por momentos el libro de Anagrama confunde: no se sabe si Houellebecq está hablando del misántropo Lovecraft o de él mismo. En la foto en la que el gran Michel sale en solapa está imitando al Nosferatu de Murnau.

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