¿Cómo comenzó a escribir? ¿Cómo se publicó su primer libro ¿Cuál fue el clima intelectual de su casa y de su infancia? ¿Se apoyó o se desalentó su inclinación literaria?
Empecé a escribir
para imitar a Horacio Quiroga. Había quedado impresionado por la lectura de
“Cuentos de amor, de locura y de muerte”. Lo leí inmediatamente después de
“Cuentos de la selva”. Los títulos parecían continuar con el tema de los
animalitos: “La gallina degollada”, “El almohadón de plumas”. El libro produjo
en mí una explosión mental. Recuerdo que se me caía de las manos, del miedo que
me dio. Me lo había regalado mi hermana Fer para mi cumpleaños de siete. Yo se lo
pedí inaugurando una costumbre que conservo hasta hoy, la de buscar todos los
libros en la solapa de un autor que me interesa.
Publiqué “Playa
quemada” a los veinticinco años. Mis cuentos venían de ganar algunos concursos:
la Bienal de Arte Joven, el del Concejo Deliberante. Habían salido en diarios y
revistas. Me habían invitado a un congreso de nuevos escritores en Málaga. Castillo
y Fogwill mencionaban mi apellido en reportajes. Entonces Juan Martini me llamó desde Alfaguara, cuando
las oficinas estaban en Pompeya. Tamara Kamenszain, a quien no conocía -a los
veinte leía cuentos, novelas e historietas, no poesía-, me ayudó con la edición
a pedido de Juan. A mí solamente me preocupaba que me dejaran dibujar la tapa.
Mi casa era de clase
media de Morón: apoyaron mi inclinación literaria sin saber muy bien por qué.
Mi madre Josefina había escrito poemas en el secundario y leía bastante. Estuvo
orgullosa de mis logros hasta el último día.
¿Cómo trabaja? ¿Hace planes, esquemas? ¿Lee a otros autores en los periodos en los que está trabajando en una obra propia? ¿Cuándo y cómo corrige? ¿Lee alguien sus textos antes de que ingresen en el proceso de publicación? ¿Escribe de manera regular o por épocas?
Hago planos, además
de planes. Mi escritura es esencialmente visual. La empiezo dibujando; después
la escribo a mano con lapicera, sobre hojas rayadas de papel Rivadavia escolar.
Previamente tomé cientos de notas, llené
cuadernos enteros de la misma marca, de hojas blancas y tapas duras, amarillas,
barnizadas.
Me lleva mucho tiempo
planear una novela. Cuando finalmente me pongo a escribirla ya sé todo o casi
todo lo que va a pasar, y el acto de escritura es placentero y feliz. Suelo
mudarme a un lugar lindo para hacerlo, con playas o montañas. Lo vivo como una
fiesta. Después de ese primer manuscrito en el que incluí todo lo que sé sobre
los personajes y las acciones, toca otro período largo de traducirlo en limpio y
desmalezar.
Tardo entre uno y dos
meses en escribir una novela. La preparación y la corrección me llevan años.
Tengo dos lectores
fieles que siempre me salvan de los papelones: Julio Acosta y Jorge Accame.
Toda vez que salí con una escritora me tocó intercambiar, dar y recibir retoques
textuales varios. He tenido correctoras muy buenas: Mori Ponsowy está entre las
mejores que recuerdo.
Guardo todos los
recortes en carpetas y los voy escaneando y subiendo a mi blog (https://milanesaconpapas.blogspot.com),
sin importarme si la crítica es buena o mala. No lo hago para aprender, ni las
escucho; solamente las colecciono. En realidad me importan muy poco. Creo que
no llego a tener ninguno de los tres indicadores que usted menciona: ni calidad
literaria, ni éxito de público, ni consagración crítica. Escribo porque lo
necesito y de vez en vez y por pura insistencia consigo un párrafo interesante,
o cuento alguna historia engañosa, o logro figurar en algún premio. Pero nunca
trabajé para ser escritor: ni siquiera tengo agente literario. Cuando lo tuve
me sentí oprimido y en deuda. No escribo para tener culpa, sino para tener
felicidad.
La escritura, para
mí, más que un trabajo es una vacación.
¿En relación con qué autores argentinos o extranjeros piensa usted su propia obra? ¿Cuáles fueron los autores o libros que lo impactaron de los últimos diez años?
Soy amigo de buenos
escritores: Guillermo Martínez, Patricia Suárez, Elvio Gandolfo, Alejandra
Kamiya, Miguel Vitagliano, María Teresa Andruetto, Marcelo Caruso, Alejandro
Agresti, Claudia Piñeiro, Ana María Shua, Elsa Drucaroff, Alejandro
Horowicz, los ya nombrados Accame y
Acosta y siguen las firmas. Puedo ir a cenar o a jugar al pimpón con algunos de
ellos, con otros he compartido viajes y experiencias de aprendizaje. Me pasaba
también con Leopoldo Brizuela, a quien conocí a los 13 años. Pero nunca los asocié
a un canon o a una moda para compartir la literatura. Cada uno hace su camino:
algunos están muy preocupados por su carrera literaria, e invitan a sus
editores y agentes a sus cumpleaños. Otros brillan en la educación. Y otros son
cazadores solitarios como yo.
Carlos Busqued es el autor argentino más serio que vi surgir
en los últimos diez años. Lamentablemente nos dejó durante la pandemia. Uno que
creció de modo exponencial es Martín Kohan: sus últimas novelas son
extraordinarias, de la mejor ficción que se ha escrito en este país. Un libro
argentino que vi aparecer con mucha alegría fue “Cometierra”, de Dolores Reyes.
En el plano
internacional me sorprendieron los cuentos de David James Poissant y los de
Sara Mesa.
¿Vive usted de la literatura? ¿Qué otras actividades realiza o ha realizado?
No vivo de regalías, pero tengo el Premio Municipal de Literatura, que ayuda mucho. Y en algunos momentos de mi vida di talleres, fui becado o escribí notas, por lo que sería injusto decir que la literatura no aportó dinero a mi alcancía. Aunque soy arquitecto: los ingresos más importantes, con los que me he comprado una casa, vinieron por el lado profesional. Tengo el orgullo de formar parte del colectivo Galpón Estudio (http://galponestudio.blogspot.com), junto a varios amigos arquitectos y diseñadores.
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