“-El epígrafe que abre la
novela es una frase de Adorno bastante citada. Aquella donde se pregunta si
después de Auschwitz se podrá escribir poesía. ¿Encontraste alguna respuesta
para eso?
- Eso es un chiste. Es
una humorada al título de la novela, porque quizás no se pueda escribir más poesía
después de mi libro. Es lo que hubiera citado Berto, como ombligo de su propio
mundo. Al momento de la escritura yo conocía, como todos, lo que había pasado
en Auschwitz,
pero nunca había estado en Polonia. Como arquitecto gané un concurso para hacer un
monumento en Buenos Aires a las víctimas del Holocausto, que tuvo un proceso bastante
largo de trabajo creativo. Nos acompañó Fernando Díaz para hacer un documental que se llama Monumento y muestra el desarrollo
de la obra y otros asuntos relativos a la colectividad, más una parte que es un
viaje donde visitamos Alemania para ver los monumentos de allá y la
ampliación del museo judío. A último momento Fernando decidió que quería unas escenas en Auschwitz y
fuimos hasta Polonia. Fue tremendo; ahí me arrepentí un poco de
haberle puesto ese nombre al libro. Pero al fin y al cabo creo que se trata de lo
mismo, porque, si bien el libro tiene un personaje que es horrible, se llega a
un final en el que hay que entender que el racismo existe. Y si mirás para otro
lado o mirás a los racistas como si fueran dibujitos animados corrés un gran
riesgo. Porque los nazis fueron y son seres humanos. Hay que empezar a entender
que esa gente horrible es real, y espero haber ayudado en algo. Cuando entré al
pabellón del pelo de Auschwitz me pareció absurdo además de criminal (grandes
vidrieras llenas de pelo humano). Y hasta me dio una especie de culpa. Igual no
me duró mucho porque también tengo el concepto de que para escribir hay que ser
libre, y a veces cuando escribís ofendés. Pero bueno… no debería pasar, porque se llama
ficción.”
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