29.10.20

CAMINO A MARTE / LA AGENDA

Yo me preguntaba, pero me olvidaba responder. Me soñé una vida, pero me olvidé ser. Viajé alrededor del todo, pero me olvidé partir: pues preso estaba aquí, en Aniara”.


Un viaje de tres semanas al planeta Marte termina siendo de 15000 años hacia una estrella ignota, y nadie puede asegurar que Aniara, la nave espacial, ese objeto preciado, haya llegado a alguna parte. En 1953 el escritor sueco Harry Martinson había publicado bajo el título “El canto de Doris y Mima” veintinueve poemas  de ciencia ficción que relataban el viaje en dicha nave, a la que llamó “golondra”. Para 1956 había escrito sesenta y cuatro poemas más de la misma saga, y decidió publicarlos en un solo libro con la forma de un canto distópico (como le gustaba denominarlo al autor).  Carmen Montes Cano, la traductora al español de la hermosa edición de “epub libre” que  se consigue gratis en la red, se las vio negras a la hora de las decisiones. Dice:

“Aniara es, en efecto, una epopeya de ciencia ficción. Un viaje espacial versificado principalmente en pentámetros yámbicos, aunque no faltan pentasílabos, endecasílabos, alejandrinos ni versos polimétricos, en una composición de estrofas con predominio de la rima, siempre consonante. En sueco. Es decir, una lengua cuya prosodia distingue cualidades tonales y de calidad silábica que la aproximan más al griego clásico que a cualquier lengua romance moderna, y que a la mayoría de las lenguas actuales.”

Además, el texto en el idioma original se ve como poema. Sus elementos están distribuidos literalmente como si lo fuera, por frases encolumnadas de distintas longitudes. La decisión final conserva cierto ritmo poético, pero el texto termina pareciendo prosa. Por lo que lo leemos en castellano casi como si fuera una nouvelle.

 

“Doris escribe las tarjetas, cinco uñitas brillan opacas en la sala umbrosa. Dice: escriba usted su nombre en esta línea que ilumina la luz de mi propia blancura”.

Martinson es uno de los poetas proletarios de la Suecia de los cincuenta. En 1974 le van a dar el Premio Nobel de Literatura y en 1978 se va a suicidar, impulsado por la depresión que le produce que los críticos de izquierda de su país desprecien su obra. Parece que ganar el Nobel no le alcanzó;  un claro caso de alguien que necesita que todos lo amen. Aniara trata sobre el dolor y la esperanza, y la vida de Martinson sobre el dolor y la desesperanza. Aniara es el destino en la vida del poeta y es también, cuando la leemos, un reconocimiento de lo inmanejable del destino dentro de nuestras propias existencias como lectores. En eso es pegajosa; un texto que se adhiere a nuestra alma intentando hacernos pensar qué haríamos en las diversas situaciones, ámbitos y comportamientos, que su trama produce. Todo pasa en el teatro de una nave en vuelo, separada del planeta de origen, una Tierra en guerra nuclear, y con la imposibilidad de la llegada a Marte debido a un cambio de planes inesperado.

La nave reproduce una ciudad con comercios, salas de baile y cines, restoranes, calles, plazas, lugares de administración y gobierno, departamentos. Los colonos van a vivir en ella el tiempo del viaje, que es acotado pero largo, por lo que justifica ese pequeño urbanismo a caja cerrada. Y contiene un lugar especial, llamado “Mima”, que se va a convertir en el centro de la narración en cuanto los viajantes empiecen a reflexionar sobre lo que les está pasando.

La Mima es el centro de la memoria. Según el propio Martinson, “reúne en el centro de su espejo todo lo que se ha ido y ya no es más. Representa la nostalgia incurable, la elegía del mundo, pero también la Historia, la culpa”. La Mima calma a los hombres que se dejan influenciar por su estado. Los transporta hacia los lugares como eran antes de los cataclismos y las guerras, hacia paisajes naturales de gran sosiego o hacia sus esperanzas más íntimas y felices. Les da el momento suave y gratificante que ellos buscan. Pero, al mismo tiempo, la Mima absorbe los malos pensamientos y cargas que esa gente lleva consigo. Los enojos, el odio. “La Mima siente con mucha más intensidad que nosotros”,  dice el poeta.  Y mientras el viaje sea normal, será utilizada por un mínimo porcentaje de gente curiosa para pasar un rato agradable en un bosque de su niñez, cuando todo era lindo,  o meditar. Pero ni bien las cosas empiecen a funcionar mal, la gente va a empezar a ir en masa, a descargar. Las descargas de todos desestabilizarán el sistema: en los paisajes empieza a aparecer el caos, la miseria, la guerra. La Mima sucumbe. Muere.

Pavada de metáfora.

 

“Un giro abrupto por el asteroide Hondo (que así se da por descubierto) nos desvió del rumbo. Nos apartamos de la órbita de Marte para evitar el campo de Júpiter, entramos en la trayectoria de ICE-doce, en el anillo externo del campo de Magdalena; pero encontramos una lluvia de Leónidas y viramos hacia Yko-nueve. En el campo de Sari dieciséis abandonamos todo intento de volver”.

La vida sigue adentro de Aniara, aunque viaje hacia la muerte. En la Tierra ya no queda nadie: la explosión voló todo signo de humanidad. La Mima, que había pasado a ser el único consuelo existencial, también es destruida por el clamor humano. En todo el universo no queda más que ese grupete de ciudadanos enclaustrados. Durante los años que vengan encontrarán una nave con acceso imposible, realizarán planes esperanzadores de viraje a otros mundos desconocidos, escucharán señales que les harán creer que otros los salvarán. El mimarob, como se le llama al que maneja las sesiones hipnóticas y relator del poema, ruega “que el consuelo que esta Mima otorga sea destellos de luz del consuelo verdadero, que nos busca en la casa desolada del espacio”.

El 1959 los directores también suecos Karl-Birger Blomdahl y Erik Lindegren realizaron una Space Ópera (nunca mejor utilizada la denominación) en la que se narra la historia en forma cantada. Hay una película en blanco y negro de un año más tarde, del director Arne Arnbom, que quedó como registro del estreno. La escenografía es extraordinaria; la nave tiene un diseño curvilíneo que nos hace acordar a una golondrina.  Y la Mima transcurre en la misma plataforma circular de la nave pero con el agregado de un extraño árbol, muy organicista en sus líneas, con antenas que rastrean mensajes en el cosmos. El mimarod es un hombre, como en el libro (supongo que un alter ego del autor, a juzgar por los acontecimientos que signaron su vida leída en Wikipedia); en una segunda película de 2018 el mimarod es una mujer. Vi su preestreno en el último Bafici presencial, el 21. El mimarod se enamora de Isagel, la comandante de a bordo que acompaña al capitán de la nave. Y este amor heterosexual en la versión literaria y cantada, y homosexual en la versión fílmica, se convierte en esa pequeña obsesión que podemos alcanzar los humanos para establecer felicidad: amistad, pareja, familia.

 

“Nos vemos forzados a buscar otras palabras que minimicen y reduzcan todo para consolarnos. Una indecencia es la palabra Estrella, decente es nombre del regazo y el pecho de mujer”.

El diseño de la película de 2018 es extraordinario por segunda vez. No solo ordena y relata perfectamente las partes del poema, sino que le agrega dos ideas formales que fortalecen el sistema de pensamiento literario de Martinson. Una es la del prisma: la nave tiene esa forma. Es una caja, un cajón. Al principio deslumbra en los travellings exteriores, exhibiéndolo en su espléndida longitud. Solo al final lo vemos como una cajita, ataúd, catafalco. Pequeño y sin rumbo en la inmensidad vacía. El otro detalle lo tomó de una teoría espacial de Arthur Clarke, que vivió más o menos en la época del sueco; la del ascensor orbital. La idea de viajar verticalmente hacia la estratosfera por un sistema mecánico, hasta llegar  a una nave flotante. Una vez adentro, largar el viaje. Clarke, en su ensayo “Vuelos interplanetarios” de 1950 en el que proyecta motores para cohetes y nos adelanta progresos en los viajes espaciales, elabora este sistema de ascensores que, creo, aún es vanguardia en espera.

También hay otra película, gringa, que es una mierda: “Avenue 5”.

Los gringos son unos maestros en cagarlo todo.

 

“Y cada vez que la angustia se pasea de puntillas por la nave, y que el terror y la ansiedad nos destrozan los nervios, sirvo conservas de sueños de la Mima”.

La Mima que en la ópera era un tótem a adorar (o escuchar, o mirar), en la película es un galpón. La gente se acuesta en el piso, boca abajo, y apoya la cara  en un cilindro blando que hace las veces de almohada. Los sueños se accionan desde el cielo raso: de ahí brota la memoria en imágenes. Tiene la forma de una pileta de natación invertida, llena de murmullos , nubes y luces. En las sesiones la visión es la un final shakespeariano: personas tiradas, algunas sacudiéndose como con epilepsia; otros quietos. En las cabezas, adentro de las cabezas, hay bienestar o malestar, según lo que se quiera encontrar. La Mima alienta ese misterio, la Mima proporciona divinidad y ateísmo, libertad y fatalidad. Todo aquello que hay en la cabeza de los viajantes. Que partieron con la ilusión de la seguridad, y en el viaje se le fueron cayendo las monedas. Que dicen, como Martinson:

“Viajamos tranquilamente en este sarcófago. Ya no perjudicamos, como antes, al planeta”.°

 

°Fragmentos de Aniara, de Harry Martinson”.¡Gracias Pablo Perantuono! 

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