En previsión a un ataque de los indios
pusimos las carretas
en círculo
y
los caballos a resguardo
junto al agua
y
viendo que la tarde
se caía
con esa luz agónica
de la pradera
encendimos fuegos
y
viendo que el fuego era propicio
molimos granos de café
y
sentada con una taza de latón
entre las manos
el humo de ella subía
hacia
las dos alas de tu luminosa
oscura cabellera
y
tus ojos reflejaban
el fuego por sobre el borde
de la taza
y
me miraban
fijamente cálidos
y
entonces el tiempo pasó
y
la fogata fue apenas
un rescoldo
vivo
en la inmensidad
de la noche
y
las constelaciones
brillaron sobre
la absorta planicie
sin recortar una sola
sombra de piel roja
y
a la madrugada
en la quietud del lecho
improvisado en la carreta
puse a tu consideración
el hecho incontrastable
de la inutilidad
de la maniobra defensiva
puesto que
el último aborigen
visto en estos parajes
fue
un ranquel
en el año de gracia
de 1897
y
A fuer de ser sincero
dije
soy un guía de caravanas
apócrifo
y
mi objetivo nunca fue
el oro de California ni
mi preocupación
el merodeo agresivo
de los salvajes
y
Ni un sioux?
preguntaste
Ni un comanche
la semana pasada
hace tres meses?
Y
Ni rastros
dije
Menos mal
dijiste
por un momento
casi estuve
por creerlo.

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