Así terminaba mi nota anterior
sobre adaptaciones de grandes libros al cine, en la que opinaron Alejandro
Agresti y otros másters, por este mismo canal, hace tres meses. La pandemia
sigue sin visos de terminar, las vacunas están indecisas a la espera de pruebas
irredentas y nosotros seguimos –los más responsables, los más respetuosos de la
gente que está dejando el lomo en la salud pública para salvar vidas del intolerante
Covid, viendo pelis, leyendo libros y trabajando sin salir de casa. Por esa
nota que escribí, nacida en el Facebook, recibí un tirón de orejas y cantidad
de indicaciones desde la misma red social. Y me hice de dos fantásticos amigos
nuevos: María José Schamun y Matías Carnevale. La primera me azuzó con respecto
a lo poco que hablé sobre los finales de Soy Leyenda, y me sugirió leerla de
nuevo antes de compararla con la peli. Sigo pensando que son dos excelentes
productos artísticos, tanto el de Matheson como el de Lawrence, pero, como bien
dice Majo, no tienen un pomo que ver uno con otro. Matías, que dirige el site “Clásicos
de ciencia ficción” (https://www.facebook.com/groups/1752024258425626/?ref=share) y es colega de La Agenda, me empezó a recomendar
libros en los que se basan extraordinarios films, y me dejó frito con uno: “Starship
Troopers” o “Tropas del Espacio”, de Robert A. Heinlein, con el que Paul
Verhooven realizó “Invasión”, que tanto me había gustado.
Vamos por orden. Dice María
José:
“Cuando pensamos en Soy leyenda, no pensamos en un monstruo sino en un héroe que se
inmola para salvar a una mujer y a un chico, y proveer de una posible cura a los
pocos humanos que restan en el planeta. Sin embargo, Neville no era un héroe,
era el monstruo.
La novela original, nos muestra cómo abatida por una
guerra bacteriológica, la humanidad había mutado en una especie vampírica, pero
Neville, inmune a las bacterias, se había mantenido humano. Los nuevos seres
que poblaban el planeta comenzaron a adaptar sus hábitos y, de a poco, a organizarse.
Mientras tanto, el viejo Neville se resistía a dejar su forma de vida, vivía de
día y dormía de noche, mataba “monstruos” y soportaba sus burlas y
provocaciones. Por eso, cuando encuentra a Ruth, después de tres años de vida
solitaria entre seres extraños, siente que la ama aún si mantiene sus sospechas
de que sea realmente una sobreviviente como él. De hecho lo es, sólo que no del
modo en que él pensaba. Ruth era portadora de la enfermedad y de un mensaje:
sus horas estaban contadas, no había lugar para él en esta nueva normalidad.
Sólo entonces, Neville comprende que su modo de vida era una amenaza para la
nueva especie y que, habiendo probado que no podía adaptarse a este nuevo modo
de ser, era el monstruo al que todos temían.”
Matheson hace referencia varias veces en su novela –que
tuve el placer de releer después de estas indicaciónes- a la democracia y al
funcionamiento social de las ciudades. Neville se siente atacado por el mal de
afuera, pero es el único que queda vivo producto de la “normalidad” anterior. Y
en democracia cuando sos minoría podés protestar, pero no salir a matar. Sigue
Majo:
“Las leyendas hollywoodenses siempre nos salvan en el
último minuto. ¿De qué nos salvan? Del cambio. Sacrifican sus vidas para que
nada cambie, para que todo siga igual, aunque sea en detrimento suyo y de
muchos más. Ser otros, o ser iguales al otro, es un terror que no nos deja
dormir cuando el otro está definido en términos excluyentes porque, en ese
caso, si el otro existe yo no puedo seguir viviendo y viceversa.
Ése es el poder del final de la novela de Matheson, yo
soy el otro, yo soy aquel a quien temía de chico, el monstruo que mata a los
niños mientras duermen. La novela pone de manifiesto la incapacidad de ver la
semejanza en la diferencia, la mirada de aquellos europeos que, al llegar a
América se negaban a reconocer la humanidad de los americanos porque eso
significaba que el ser humano también era eso, que ellos mismos eran eso. Los
vampiros o los zombies son inmigrantes, son los habitantes de la muerte que
invaden el reino de los vivos, y ¡cómo se atreven! Sin embargo, no era su
inmunidad a la bacteria lo que transformó a Neville en monstruo, sino las
enseñanzas que recibió de pequeño, esas que decían que los vampiros eran
monstruos y debían ser decapitados.”
Todo un tratado. Y yo comparándolo con la superficialidad
de final yanqui, como si ahora dijera que los antivacunas que se lanzaron a las
calles son los que quieren construir un país maduro. Es increíble la de cosas
importantes que nos provee la ciencia ficción para entender el mundo que nos
rodea. La realidad de acá se parece más a la de la película, cuando vemos que
los manifestantes llevan camisetas reivindicando golpes militares, armas
reglamentarias y horcas para ejecuciones. Cosas que sabiamente habíamos
acordado como NUNCA MÁS. Ellos son la minoría, aunque seamos nosotros –por el
momento- los que están encerrados.
Después vino Matías Carnevale a hablarme de fascismo,
palabra que también estamos utilizando mucho en estos días. Basta encender la
inmunda televisión. Ni siquiera el Covid, amenaza que ha tocado a esos
engreídos personajes de la farándula periodística más abyecta, puede callar sus
mensajes que alientan confusión y odio. Entonces Matías me pasó “Tropas del
espacio” (¡ah, mis baches literarios!). Me hizo acordar a la colimba que hice
en tiempos de Malvinas, con los milicos aceitadísimos y por la que llegué a
escribir una novela, “La flor azteca”. Johnnie, el muchachito, tiene la misma
edad que tenía yo como marinero: dieciocho. La diferencia es cómo se alista a
“la fuerza”. Lo hace desde una inconsciencia juvenil, por seguir a la chica que
le gusta. Como Bardamu en “Viaje al fin de la noche”, que adhiere a la contienda
haciéndose el que marcha detrás de una banda militar; un payaso presumiendo
para unas francesas. Y yo no pude zafar, porque el servicio en esos días era
obligatorio. Éramos “los soldados gratuitos” del libro de Céline, “podredumbre
en suspenso”. Jabones descartables que la patria tenía a mano para usar en una
guerra inútil o para lavarles el auto a los descerebrados de uniforme que
manejaban el país.
Yo había visto la película “Invasión” como una publicidad
americana de esas en las que una mujer o un soldado te señalaban, en las
guerras mundiales, apuntándote con el
dedo: “A usted, joven, ¿qué espera para alistarse?”. La película misma, además
de tener unos maravillosos monstruos cortantes en forma de mamboretá, arañas
madres peligrosísimas y científicos casi carniceros, está realizada como un
spot para convencerte de que te anotes. Escribe Matías:
“Algunos
critican “Invasión” por su fascismo (encubierto, explícito, como sea). En los
uniformes, la arquitectura y los discursos de los oficiales se notan detalles
del nazismo. Verhoeven incluso confesó en una entrevista haber tomado elementos
de los documentales de Leni Riefenstahl, y que puso a un soldado un uniforme de
la SS. El holandés dijo que “es una película sobre fascistas que no saben que
son fascistas”. De hecho, al pobre Verhoeven (y a Ed Neumeier, guionista, que
ya había escrito la fabulosa Robocop), el Washington Post lo trató de neonazi.
Lo cierto es que
el director es un europeo medio inmoral infiltrado en Hollywood. Verhoeven
quiso que la hermosísima Denise Richards hiciera una escena en topless. La
actriz se negó, pero la igualmente bella Dina Meyer y el galán Casper Van Diem
(los tres tuvieron su paso por Beverly Hills 90210, esa fantasía tan noventosa)
salen empelotados. El casting refleja, en cierta medida, el ideal ario de
juventud y belleza, pero en una película norteamericana. Punto para Verhoeven.”
La novela de
Heinlein es del año 1959. Se cree que se basó en datos de la guerra contra
Corea de 1950, y la película busca sus razones cercanas en el despliegue
mediático de la guerra de Irak (podría haberlo hecho también con nuestra guerra
de Malvinas y el ”¡Seguimos ganando!” de la revista Gente y de los canales de
TV locales), aunque suceda en otros planetas. En el ejemplo de Starship
Troopers la película potencia y refresca lo que el libro tiene para decir desde
tres décadas antes, incorporándole el camelo mediático. Es increíble que
todavía le sigamos creyendo a la televisión, ¿no? Y a sus incordiosos voceros
pagados por multinacionales, sembrando órdenes subliminales en las cabezas de
los consumidores. Qué suerte que está la literatura para aclararnos la realidad…
TO BE CONTINUED.

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