"Al elegir destino, mejor no optar por el futuro. En el futuro aun el joven contemporáneo más preparado se comporta como un anciano que por primera vez enfrenta un cajero automático. El pobre viejo no entiende lo que ve en la pantalla, se angustia, repite a gritos su contraseña de seguridad, le pide ayuda al ladrón que está detrás esperando a que él haga una extracción. En el futuro una persona de la actualidad es incapaz de abrir una puerta o usar una supercuchara flotante autoenfriante que mientras lleva la sopa a la boca analiza y elimina gérmenes patógenos. No hay manera de que entienda cómo detener a un taxi que pasa volando, que lleve a cabo la transacción necesaria para tomar una cerveza, o que entienda cómo mear esa misma cerveza en un inodoro lleno de comandos para reconvertir al instante asquerosos detritus humanos en energía para niños de países menos favorecidos y perfume para el baño.
Viajero del tiempo que visitas el futuro, provocan risa y lástima tu cara no operada a la moda, tu desconocimiento de la gestualidad considerada elegante y tu rústico atuendo, y cualquier cosa que hagas está fuera de la ley. Los acontecimientos te resultan incomprensibles y ni idea tenés de quienes son los protagonistas, no conocés sus nombres y todo te parece idiota: es como mirar un programa de puterío de famosos del espectáculo, pero de la tele de Armenia: malvados de armenia, cornudos de armenia, indignados de Armenia, polemistas profesionales de Armenia, y peluquines, labios, tetas y pómulos inflados con botox armenio. Imposible disfrutar nada sin la maravilla de la referencia.
El pasado, en cambio, es como visitar a tu familia, suponiendo que tu familia no fuera esa runfla insignificante y deprimente que es. En el pasado están Lenin, Shakespeare, Napoléon, Santo Tomás de Aquino, Borges, Camilo Sesto, Silvia Montanari. Toda gente conocida, los amiguitos del barrio, tus noviecitas, vos mismo cuando eras chiquito y pelotudo, o cuando eras adolescente y pelotudo.
Los grandes espectáculos de innegable prestigio a la hora de presumir en reuniones están en el pasado: el desembarco en Normandía, Cristo en la cruz con su hit “por qué me abandonaste”, el duelo romántico en el que muere el joven Pushkin, Robespierre y Marat desafilando guillotinas en cuellos aristocráticos, Juana de Arco participando de un asado, Noé empujando por el culo a una vaca que se resiste a subir al arca. O los chusmeríos deliciosos: Calígula transando con su hermana, Edipo con su madre, Narciso con su mano derecha, Platón con todos los amigos del barrio.
De todas formas hay cosas a tener en cuenta. Cuidado con tus conocimientos de física y astronomía a la hora de elegir destino. A la máquina del tiempo que fabricaste le pusiste una pantallita con un mapa para indicar las coordenadas espaciales de la casa de Carmencita, la chica que te gustaba en la adolescencia, y un tecladito para indicar la fecha. Un toque de perfume y zas, allá vas a encontrarte con ella. Pero… ¡ay, qué boludo! ¿No te avisaron que la Tierra, el sol y toda la galaxia no están fijos, que se mueven a cientos de miles de km por hora? ¿No viste eso en la primaria? Bueno, llegaste. Ya no está Carmencita en esa coordenada pero la buena noticia es que nadie se va a reír de vos. No se va a reír nadie porque tampoco está la escuela secundaria, el barrio, la ciudad, el país, el planeta, ni el sistema solar ¡Estás pasando a cuatro cuadras de Andrómeda! ¡Aprovechá para conocer! ¡Uy, mirá, ahí viene la pelota de aquel penal que Palermo mandó al cielo en un partido contra los colombianos.
“No olvide a bordo sus pertenencias”, esa recomendación que hacen en los aviones al aterrizar, acá vale oro. Y con “a bordo”, no hablamos de un asiento sino del Tiempo. Hay evidencias científicas de sobra de las consecuencias terribles del alterar el curso de la historia. La más importante de esas evidencias está en el capítulo 6 de la temporada 6 de Los Simpson: al tratar de reparar una tostadora Homero crea una máquina del tiempo, viaja al pasado y cada tontería que hace allá, trae consecuencias en el presente de acá. Pero también hay alteraciones al revés: rastros en el pasado de cosas existentes solo en el presente. Hace diez años un viajero en el tiempo, un amigo uruguayo, viajó al Imperio Romano. Era su primer viaje. Mil veces se le dijo: no alteres nada, no cambies nada de lugar, no pelees, no hagas justicia por tu propia cuenta, no embaraces. Bueno… ¡volvió sin el mate y sin el termo! ¿Qué es un uruguayo sin mate y termo? Un ser carente de identidad. En fin, no solo perdió sus atributos de uruguayo, también provocó un problema a los historiadores. Alguien le habrá preguntado el nombre de eso que llevaba adherido a la axila, y él, en lugar de callar, habló. Entren a Wikipedia, investiguen los nombres de los cónsules de Escipión el Africano: Año 202 a. de C. ¡Hay uno que se llama Quinto Minucio Termo!
Al viajar al pasado debés tener muy en claro que sos turista, tu-ris-ta, no justiciero de la Eternidad, no un Che Guevara/comodín de los manuales de Historia. ¿Sabés a cuántos se le ocurrió esa misma idea estúpida de ir a matar a Hitler? De hecho unos amigos, dueños de una agencia de turismo en el tiempo, por cierto clandestina (salen combis al pasado todos los viernes a las 19 hs, detrás de la estación Constitución) me dicen que la mitad de las consultas son para viajar a ¡Berlin 1945! La mitad de los viajeros en el tiempo quiere ir a matar a Hitler y quedar en la historia. ¿Qué, no leen?: si llegaran a Berlín/1945, la cagada ya está hecha, la guerra está terminando. Además, te parece que vas a llegar así como así hasta el búnker antiaéreo del Fuhrer y te van a dejar entrar para saludarlo y así clavarle tu cuchillito tramontina y salvar a la humanidad? Por otro lado, si lo matás antes, ponele, en 1930, vas preso, mataste a un infeliz que todavía no hizo nada. No sólo vas preso o te ahorcan, tampoco figurás en la Historia Universal. ¡Impediste algo que nunca ocurrió! Y te aviso que esa otra idea que barajás es peor por impracticable y ya muchos la intentaron: a fines de 1889 Adolfito Hitler era un bebé sin el bigotito, gordo, rosado, precioso, llorón, dulce. ¿De verdad te creés capaz de faenar a un bebé como a un pollo?
De modo que es mejor viajar al pasado, pero también hay que saber elegir. ¿Visitaste la Capilla Sixtina en el Vaticano? ¿Fuiste a ver La Gioconda al Louvre? ¿Viste el quilombo de gente, la asfixia, la lucha a codazos con japoneses, alemanes y visigodos por ganar un lugarcito y mirar? ¿Viste que respirás más anhídrido carbónico ajeno que en el subte B, a las 6 de la tarde? Bueno, así pasa con algunos destinos en el tiempo. Todos quieren ser testigos de los mismos episodios. Hay un universo paralelo iniciado en ese 12 de octubre de 1492 en el que Cristóbal Colón llega en sus carabelas y ve en la playa de la isla Guanahaní una multitud de turistas del tiempo aplaudiendo y vivando su nombre como si fuera Messi. “¿Qué mierda es esto?”, le pregunta el Gran Navegante a los hermanos Pinzón y de inmediato ordena levar anclas confundido, decepcionado. Descubre oficialmente el nuevo mundo seis meses después, en Puerto Mont. Ve la horrible estatua de los enamorados y dice: “hostia, estos se merecen una indemnización”.
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