29.3.20

LA VIDA ADENTRO / CLARÍN



Los metros cuadrados de un balcón para el valor de la construcción se computan al cincuenta por ciento. Es así que si tenés un balcón de seis metros cuadrados, en dinero vale como si fueran tres de superficie cubierta. Sin embargo, en épocas de pandemia, donde uno tiene que pasar las veinticuatro horas de cada día recluido en su casa sin salir, esos pocos metritos al descubierto que solemos tener los habitantes de la ciudad de Buenos Aires deberían pasar a valer el doble o el triple, porque se vuelven fundamentales. Y no solo para salir a fumar, a regar o a colgar la ropa: ahora se han convertido en oficinas, en lugares de almuerzos y cenas, en gimnasios o sitios para recostarse a leer. Lo observo desde mi hamaca paraguaya colgada en los pobres pero magníficos cuatro metros con cuarenta centímetros cuadrados de mi quinto piso al contra fondo de Palermo.
En el pulmón de manzana conté veintitrés edificios visibles, algunos muy altos que sobresalen por detrás de los que dan realmente al fondo de la manzana; nueve casas, diez patios (cuatro de ellos son estacionamientos, los de las torres más nuevas), siete terracitas parecidas a las que yo tenía en Barracas y en la casa chorizo de Floresta en la que nací. Por los huecos del perfil urbano se ven asomar plátanos altísimos desde Charcas, una palmera a media altura por Paraguay y dos arbolitos que parecen álamos, modiglianenses, que me saludan desde Bonpland. En uno de los patios donde hubo un colegio secundario y ahora hay una agencia de publicidad veo dos higueras enormes (“hoy a mí me dijeron hermosa”, Juana de Ibarborou). Solo dos balcones entre setenta -los conté, no me hago el Baldomero Fernández Moreno- ostentan una profusión botánica de selva; la mayoría son utilitarios como el mío. Algunas plantas, casi todos cactus o agaves; algún aloe, una begonia, esos ejemplares que necesitan poco cuidado para existir. Las medianeras más viejas, en cambio, están parcial o totalmente tapadas por enredaderas. Cuento nueve, una más linda que la otra.
Mi lado arquitectónico llega hasta acá: estoy suspendido en un quinto piso, o sea aproximadamente a quince metros del nivel de vereda, desde hace diez días. No tengo tele ni cable. Tampoco tenía Internet, salvo el del celular. Como trabajo en el Galpón Estudio, en Chacarita, concentré todas las labores que exigen red en ese lugar grupal; mi casa siempre la he usado para escribir. Hasta ahora, escribir una novela con Internet a mano me había resultado imposible por lo distractivo. Soy de esa gente que convierte cualquier costumbre rápidamente en vicio.
La pandemia me agarró sin aviso como a todos, por lo que no pude instalarme ningún servicio de cable de urgencia. Por suerte mis vecinas Marita y Carla se apiadaron y me convidaron su contraseña de wifi. Yo les pasé masitas de vainilla y chocolate, algún whisky, un salmón. Me convidaron con un ron rico y chipá; intercambiamos cigarritos, datos de lugares que te traen la verdura o el pescado a domicilio y diálogos de sicología (Marita) y urbanismo (yo). En cualquier momento empezaremos a pasarnos libros. Todo de balcón a balcón. Me las encuentro cuando salimos a aplaudir. O sea: mi lado arquitectónico está en estado contemplativo y conversador, con la máquina casi apagada, ya que el Galpón me queda a una distancia que hoy se ve lejana.
Mi lado literario, en cambio, está feliz con el confinamiento. Desgrabé un montón de material que tenía atrasado, escribí un nuevo cuento de fantasmas y  empecé a darle forma a una novela de plantas extraterrestres que graban nuestra ciudad desde sus semillas con forma de ojos. Mientras están en el árbol, cerradas, exhiben una serie de vellos cortos alrededor de una línea horizontal. Cuando se desprenden, abren los párpados y usan esas pestañas para planear. En el planeo recogen información, como cámaras vegetales. Bien clase B.
Escribí sobre esta felicidad de mi encierro en el Facebook y casi todos los que son escritores me contestaron que se sienten igual. La vida del poeta es caserita. Algunos de mis colegas arquitectos me reprocharon que estuviera contento en un momento de crisis en el que la gente muere, o puede faltarle de comer. Una chica me dijo que romantizar la cuarentena es un privilegio de clase, y otra, una gran profesional, me consta, que no podría disfrutar de un momento como este en el que cientos de miles de humanos están pasándola mal. Las dos tienen razón, pero yo no inventé la enfermedad. Hubiera preferido que no existiera. Hasta ahora, como la única forma que encontré para colaborar es quedarme en casa, decidí pasarla con alegría. Cocinando, amasando, siesteando, fumando, comiendo, bebiendo, leyendo, escribiendo, dibujando y ordenando la biblioteca. Y no bajando a la calle. Puedo entender la progresía hacia afuera, nunca hacia dentro. Me encanta que revisar el Facebook sea una obligación de contención y afecto. No escucho mucha música porque soy más amigo del silencio. Tampoco miro demasiadas películas porque vi casi todo. Me levanto o me duermo a la hora que quiero.
Creo que me va a costar más regresar a lo anterior que seguir así.

Gustavo Nielsen es arquitecto y escritor.

ES LA SALUD, ESTÚPIDO / CHRISTIAN CAMBLOR

"¿Puede haber una dicotomía entre salvar vidas o que la economía no siga cayendo? Sí, se puede, como dirían algunos. El poder económico tiró el ultimátum de retomar la normalidad cuanto antes. Está perdiendo muchos negocios, claro. Así lo hizo saber desde sus voceros instalados en los principales medios. El tema es que no hay “normalidad”. Hay miles de muertos acá y allá. Acá, en realidad, muchos menos, por las medidas que tomó Alberto Fernández –quien, en estos tiempos tan raros, está ganando la aceptación de los anti K, un oxímoron ideológico del que habría que hablar en algún momento-. Por eso quizá el Presidente, en su respuesta menos esperada en la entrevista con la funcionaria Rosario Lufrano, dijo que “se está evaluando” el estirar la cuarentena. No lo confirmó. ¿Por presión de estos mismos grupos, o para sorprender con el anuncio, y ahorrarse así algunos días de críticas? Se va a saber en forma inminente. Fue Trump quien quiso ignorar al coronavirus, y ahora que tiene más infectados que China, retrocedió 6 casilleros y hasta tuvo que conceder un subsidio de 1000 dólares por persona. Fue Boris Johnson, su correlato británico, quien amagó con seguir como si nada y, vaya ironía fulminante, terminó contagiado. Al igual que el Príncipe Carlos, rey heredero. En el horizonte negrísimo aparecen Italia y España, con unos 800 muertos diarios. Argentina hasta este viernes a la noche tiene 17 muertos y 690 infectados –sí, claro, pueden ser muchos más- mientras que Brasil tiene 92 muertos, con 3417 infectados. Lo curioso es que muchos incautos hacen propia esa necesidad de retomar el trabajo. “Si la economía sigue cayendo, vamos a morir más de hambre que por contagio”, advierten. ¿Y si el Estado echa mano del capital financiero, ese que nunca pierde, para solventar este momento tan excepcional? ¿Es mucho pedir? ¿No estamos listos para dar esa batalla? ¿Si no es ahora, cuándo, en momentos en que salir a la calle significa poder morir a los pocos días, con los pulmones infectados? Parafraseando temerariamente a Gramsci, la clase dominante es tal, cuando hace que los demás interpreten los intereses de ella como los propios. No caigamos en eso. Entre economía y salud, es la salud."

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28.3.20

EN CUARENTENA / POST EN FACEBOOK

Entre nosotros, estoy chocho con mi encierro. Siento que se legitimaron las cosas que me gusta hacer: estar en casa, levantarme tarde, cocinar, ver pelis, leer cantidad, escribir cuentos, amasar, siestear, dibujar, ordenar la biblioteca, tomar vino, porrearme y boludear en grande. Ahora son obligaciones. Mirar el feis pasó de ser una pérdida de tiempo a ser fundamental para la contención y comunicación.

Lo que me va a costar regresar a lo anterior, ni les cuento.

Solamente salí a la calle una vez en diez días. Tomo todos los recaudos (eso es lo más plomo). Soy consciente de que mucha gente la está pasando horrible, ojo. Y que otros se mueren. Pero yo no inventé la pandemia: hubiera preferido que no ocurriera. Ahora ya está entre nosotros: puedo amargarme o tratar de pasarla bien. Elegí lo segundo. Y estoy muy contento con mi elección; recuperé todo lo "casero" que hay en mí. Y me siento muy seguro con la conducción del país que voté y que ahora disfruto. Puedo relajarme, por decirlo de alguna manera, siguiendo las reglas del cuidado.

Extraño muchas cosas: sexo, amistades, amor, compartir lo que cocino con otros y comer lo que otros comparten conmigo, reuniones sociales, ver espectáculos, cenar afuera, jugar al.pimpón, tirarme a la pileta, caminar por la calle, ir al galpón. Extraño divertirme en mi ciudad. Estas vacaciones no viajé al exterior; es la primera vez en años. Como si lo hubiera presentido.

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10.3.20

EXTRAORDINARIO PLANETARIO EN RADAR / LEYENDA URBANA POR ZKY SKY



"Y hay algo más. Una leyenda urbana cuenta que a pesar de que los cálculos estructurales del edificio daban bien, inquieto por lo osado de su morfología, el arquitecto Jan decidió realizar un conjuro. Cortar una edición autografiada de Crónicas Marcianas en tres partes y enterrar los fragmentos en el hormigón de cada pata del Planetario. ¿Será por eso que el tiempo no se le nota, que posa de imperturbable, que parece eternamente joven indicando el camino de un futuro que siempre está por venir?"

La nota completa en RADAR

9.3.20

LEEMOS / AUSCHWITZ


"En tiempos en que la corrección política parece reducir el espectro temático y acercarnos peligrosamente al aburrimiento, es para festejar la iniciativa de Editorial Obloshka de reeditar esta novela de Gustavo Nielsen. Elegido en 2003 por César Aira en el Concurso de la Fundación Antorchas, es un texto que trabaja -con humor y talento- materiales oscuros y repulsivos."

¡Gracias Mauro de Angelis!

5.3.20

MIS VEINTE IMPRESCINDIBLES / ETERNA CADENCIA

10 NOVELAS IMPRESCINDIBLES  

  • Madame Bovary, Flaubert
  • Crimen y castigo, Dostoievsky
  • Lolita, Nabokov
  • El extranjero, Camus
  • El corazón de las tinieblas, Conrad
  • Desgracia, Coetzee
  • El desayuno de los campeones, Vonnegut
  • La invención de Morel, Bioy Casares
  • Acerca de Roderer, Guillermo Martínez
  • El lugar sin límites, Donoso


10 LIBROS DE CUENTOS IMPRESCINDIBLES  

  • El llano en llamas, Rulfo
  • Cuentos de amor, de locura y de muerte; Quiroga
  • Crónicas marcianas, Bradbury
  • Manual para mujeres de la limpieza, Lucia Berlin
  • Las Cosmicómicas, Calvino
  • Partes del cuerpo que no se tocan, Sergio Gómez
  • Un  hombre bueno es difícil de encontrar, Flannery O´Connor
  • Ficciones, Borges
  • Siete casas vacías, Samantha Schweblin
  • El cielo de los animales, D. J. Poissant

¡Gracias Eterna Cadencia!

3.3.20

EL MUSEO DEL HOLOCAUSTO EN LA AGENDA



"La Fundación Memoria del Holocausto nació en Argentina en el año 1994; al año siguiente recibió del Estado el edificio de la calle Montevideo 919 para la realización de un museo. El edificio en sí era una de las tantas usinas eléctricas pertenecientes a la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad, diseñadas desde 1915 por el arquitecto italiano Giovani Chiogna, que les dio forma de Palacio Florentino, con fachadas ladrilleras y torres almenadas. Más grandes o más pequeñas, las usinas y sub usinas distribuidas por Chiogna en Buenos Aires tienen el mismo aspecto medieval. La más grande se encuentra reciclada actualmente como Usina de la Música, y queda en La Boca.
En el año 2000 el Museo del Holocausto abrió sus puertas con una muestra transitoria de poco presupuesto, hecha casi a pulmón, y se afianzó en la parte educativa colaborando en programas como “Generaciones de la Shoá” de la licenciada Diana Wang. La superficie utilizada en ese primer reciclaje era menor que la del edificio recibido. En el año 2017 se le encargó al arquitecto Alejandro Daniel Becker, coautor del CCK y del Museo Casa Rosada, el diseño de un Museo del Holocausto que ocupara, como mínimo, todo el edificio, con exhibición permanente. La puesta que se acaba de inaugurar fue realizada por un equipo multidisciplinario formado por sobrevivientes, historiadores, museólogos, educadores, diseñadores gráficos e industriales y técnicos en multimedia, junto al estudio Becker. Hasta Steven Spielberg participó. Para ver museo y muestra hay que inscribirse en Museo del Holocausto. Los recorridos se hacen de lunes a viernes de 13 a 17 horas.
Dirigió nuestra visita el mismo Becker. Casi siempre pasear a otros colegas por la obra de uno es como hablar de los hijitos con otros padres del colegio. “Facundo va a quinto, le gusta el fútbol y la Playstation”, algo superficial. No es el caso del arquitecto Becker, que primero se hizo el que no era orador, pero enseguida explicó cada espacio y sus motivaciones como un experto. Y quedó claro hasta el más mínimo detalle de diseño que oculta cableados y retornos de aire acondicionados de esos que solamente a Clorindo Testa le quedaban bien, o mecanismos escondidos muy sutiles para abrir puertas y dividir espacios. Nos contó todo lo que sabía y consiguió despejar otras dudas; no conozco demasiados profesionales con esta sinceridad arquitectónica. A esta altura de la nota, va mi agradecimiento.
Básicamente, el museo tiene un acceso en la calle central empedrada que cruza por dentro del edificio y ya estaba en su disposición anterior. De ahí se desciende a un sótano, se recorren las salas a bajo nivel y se vuelve a subir en el bloque de atrás para regresar a los espacios de la planta baja. El recorrido, que nunca pasa dos veces por el mismo lugar, está organizado cronológicamente desde 1900 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La exposición toma prestado algo que tenía la precedente, la comparación entre lo que sucedía en Europa y nuestro país, con datos gráficos principalmente obtenidos de la prensa local. Pero mientras aquella exposición basaba su museística en impresos sobre paneles, la nueva es un deleite de nuevas tecnologías en marcha. El nuevo Museo del Holocausto vale por su contenido, pero además es maravilloso por el muestreo de punta: hay pantallas táctiles, tótems con información personal relatada por sobrevivientes, infografías, mesas interactivas y gran variedad de dispositivos e instalaciones. Hay también una App muy interesante con 75 estaciones en la que se puede seguir la historia de una familia judía de época.
Argentina aparece como un lugar que recibió a refugiados, pero también están los videos de los festejos nazis en el Luna Park y otros actos alemanes. La exhibición muestra el nazismo local y el repudio de nuestra comunidad, en noticias y afiches.
Otro detalle que se agradece al nuevo Museo del Holocausto es el ocultamiento de los videos del horror. Están, pero en una especie de buzones para que no sean de visión directa por los niños. Si el padre quiere que sus hijos vean un fusilamiento o una retro excavadora empujando decenas de cadáveres desnudos a una fosa, lo tendrá que levantar en sus brazos para que alcance la altura. Los primeros museos del Holocausto, empezando por el de Washington del siglo pasado, enfocaban la mayoría del material en el horror más crudo, casi pornográficamente. Lo que intentan las nuevas tendencias es educar sin estresar.
La excelencia de la exposición combina el relato multimedia con los objetos propios de la memoria del pueblo judío. Los trajes, documentos personales, valijas, una Torá, comparten vitrina con armas y uniformes. La idea es poder contar la historia desde diferentes puntos de vista: nazis, víctimas y personas que miraban sin hacer nada.
Tres momentos se destacan muy por encima del resto, y los tres están más destinados a emocionar al espectador que a enseñarle historia. La Sala solución final –a la que Becker llama por su nombre espacial: el galpón–, la Sala sensorial que viene inmediatamente después y la culminación del recorrido con el gadget de Spielberg.
La Sala galpón es el corazón del proyecto. Tiene dimensiones de auditorio, anfiteatro y exposición, y en su doble altura exhibe una instalación que hicieron los técnicos de sistemas: una pantalla enorme que corona su parte superior. Allí aparecen los nombres y apellidos de las víctimas, uno a uno, y se van volatilizando hacia arriba a medida que van siendo reemplazados por nombres nuevos. “Seis millones de víctimas, seis millones de nombres; para volver a leer uno de ellos deberás esperar 730 días”. La instalación tiene su antecedente en “7305”, que el artista plástico Luis Campos Cáceres hizo para la Amia en el año 2014, donde en lugar de nombres había fechas que se sucedían hasta llegar al día 18 de todos los meses, recordando el atentado del 18 de julio de 1994 con la frase “SIN VERDAD Y SIN JUSTICIA”. Una versión electrónica de la misma aún puede contemplarse en la estación PASTEUR – AMIA del Subte B.
La Sala sensorial es una simulación de uno de los vagones del tren que entraba a Auschwitz. Becker explica: “El proyecto recrea ese encierro para hacerle sentir al espectador lo mismo que sintieron las personas en su viaje hacia el campo de concentración”. Según los testimonios de los sobrevivientes, fue una de las experiencias más traumáticas. Se ven los durmientes pasando a velocidad entre los huecos de las maderas del piso del vagón, en forma de película continua. La instalación provoca un malestar cercano al mareo, y es imposible de fotografiar. Solamente puede sentírsela y sufrirla en vivo y en directo.
Dejé para el final el golazo del Museo. Si todo lo que escribí antes no te mueve a visitarlo, si lo que escuchás en la App no te emocionó y dieron ganas, con esta te convenzo. Hay un hecho real: nuestra generación va a ser la última que va a poder charlar cara a cara con un sobreviviente. Para eso sirve el trabajo de “Generaciones de la Shoá” que nombré antes: pasar de boca en boca la historia personal, de los mayores a los jóvenes. En dicho proyecto cada sobreviviente le cuenta lo sufrido a su ahijado o ahijada; el joven será quien ahora replique el recuerdo (el proceso en su totalidad puede seguirse en el documental “Monumento”, de Fernando Díaz). Pero… ¿qué pasaría si hiciéramos un ensayo de inteligencia artificial que contenga una imagen del sobreviviente en escala real, con las historias contadas y vueltas a contar directamente de su boca? O sea: armar un clon, un sustituto virtual del sobreviviente y ponerlo a contestar preguntas para toda la eternidad.
El experimento lo realizó la Shoah Foundation de Steven Spielberg junto a la USC de California –es una Universidad, porque según Spielberg los patrimonios de la memoria deber ser administrados por universidades y no por gobiernos, para que su uso sea académico y no tendencioso- y la gran Lea Zajac de Novera, que estuvo hasta los dos años en el gueto de Pruzany y después en Auschwitz-Birkenau. Lea grabó respuestas a más de 1000 preguntas durante cinco días –unas 25 horas reales de filmación- con el objeto de sanear las consultas de los visitantes. Aparece sentada en un sillón, presidiendo desde una pantalla el último salón del Museo. Delante hay un micrófono y un mouse. Cliqueamos y le preguntamos lo que sea. Me adelanto a averiguar cuál es la última película que vio. “Éxodo”, responde. Becker le pide que nos cante una canción; ella lo hace en yiddish, a capela. Le pregunto si todavía tiene pesadillas. “Los primeros años soñaba que me querían atrapar y yo corría y me encontraba encerrada entre paredes. No sé donde estoy, quiero salvarme y nadie me ayuda. También soñé durante años con árboles de panes, pero este era un sueño bueno”.
Entre los presentes está el ingeniero Ariel Shapira, Secretario Ejecutivo del Museo, quien afirma que lo más difícil fue educar el programa de reconocimiento de voces -de Google- para que advierta los múltiples acentos de las provincias argentinas. La segunda dificultad vino con el concepto de diálogo: el programa no toma palabras, sino frases. Hubo que coachear a la doble virtual de Lea. Cuanto más se equivocaba en contestar, una entrenadora del museo le iba indicando las respuestas correctas, y el programa las corregía. La próxima vez el modelo dará una respuesta más cercana a la realidad. Lea ya puede contestar más de 2000 cuestionamientos con un mínimo margen de error. Shapira le dice: “Lea, ¿qué mensaje tenés para nosotros?”.
“Mi legado es que no haya más guerras en el mundo. Que la gente sea más comprensiva y que trate de convivir. Que no haya diferencias y no se discrimine. Que la gente sea apreciada por lo que es, y no por su religión o raza. Que la gente aprenda a convivir en la diversidad. No discriminar. Tratar de defender la paz y el clima del globo terráqueo. Y que no haya guerras, quiero repetir”, insiste ella.
Queremos lo mismo, hermosa Lea."
¡Gracias, Pablo Perantuono!