"Di talleres en momentos de necesidad económica. Llegaban y
preguntaban: ¿qué consigna me vas a dar? No, no tengo consignas. ¿Cuánto
pagaron para estar acá? Ciento cincuenta pesos. ¿Vos te creés que, si tengo una
fórmula de cuatro renglones para hacer un buen texto te la daría por ciento
cincuenta pesos? Si la tengo, me la quedo o te la vendo por un millón de dólares.
Entonces, yo les decía que no, y la gente se iba, o alguno se quedaba.
Hacíamos, básicamente, lectura. Otra figura que yo refractaba es el bloqueado.
“Escribo y no me sale nada”, entonces no escribas. “Pero quiero escribir”,
entonces escribí. “Pero no me sale nada”, no escribas. ¿Pero qué pensás? ¿Qué
el mundo está esperando tu obra? Cuidado, está trabado, destrabémoslo. Después
están los que sufren. No escribas si sufrís. “La angustia de la hoja en
blanco”. Si te angustia la hoja en blanco, alejate. Alejate de todo lo que te
angustie, la vida ya está lo suficientemente llena de angustias.
Todas esas
inhibiciones son resultado del escritor con mayúscula, de otorgarle una
solemnidad, una sacralidad que inhibe. Es al revés, se supone que te gusta escribir.
Escribí, no es trascendental, no sos trascendental. Si es genial va a ser
genial, no porque te subiste a la mayúscula. Con eso trabajábamos en mi taller,
agarrar el matamoscas para bajar los egos. Con algunos no podía. Cada uno iba
ahí a leer “su genialidad”. ¡Pará! Si estás seguro de que es genial, hacé al
revés. No digas nada y los demás te vamos a decir. Tampoco acepto hacer
objeciones sobre “no hagas así, hacé asá”. Si a mí no me gusta así, en mi
novela no lo haré. ¿Cómo le voy a decir a alguien que saque algo, si el texto
no es mío? A menos que seas el escritor con mayúscula, el escritor “amo”, dando
latigazos a los escritorzuelos.
La carrera de Letras no tiene eso. Qué gran cosa la carrera
de Letras, donde te dicen cómo está hecho tal texto. Te dan César Vallejo y
“¿Cómo está hecho “El Capote” de Gogol?”. Con esa pregunta aprendés todo."
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