¿Cuál es la primera película de la que guardas recuerdo?
–Una de las primerísimas películas que vi fue ¡Aleluya!, un domingo por la mañana en uno de los primeros cineclubs italianos, quizá el primero. Lo habían fundado Pietrino Bianchi y mi padre, hacia finales de los años 30. Yo tenía cinco o seis años, estaba con mi padre y detrás de nosotros había dos campesinos que, nadie sabe cómo, habían ido a parar allí. En un determinado momento uno de los actores (todos ellos negros) toca un blues en el piano. Entonces uno de los campesiones, muy sorprendido, le grita al otro: “¡Eh, mira! ¡Un armonium en Africa!”. Aquel campesino había seguido toda la película pensando que transcurría en Africa y estaba sorprendido de que en un lugar como aquel hubiera un piano. No sabía que también en Estados Unidos existía una población negra.
La actitud de aquel campesino he vuelto a encontrarla años más tarde en una secuencia de una película de Godard, cuando Mariano Masé y su compañero ven en un cine Llegada del tren a la estación de La Ciotat, y echan a correr hacia los lados de la sala porque tienen miedo de que la locomotora salga de la pantalla y los arrolle. Esta actitid, de gran confianza y asombro, la misma de los niños y de los espectadores primitivos, es quizá el primer recuerdo que guardo del cine. Pero este recuerdo me parece también el punto de partida de un vicio que posteriormente arraigó en mi cada vez con más fuerza: el de pensar demasiado en el cine. O, mejor dicho, no establecer diferencia entre cine y realidad. Era niño, y no obstante me impresionó más la reacción de sorpresa de aquel campesino que la película.
Aunque lo que acabo de decir ya no me parece cierto: la verdad es que los dos campesinos se habían convertido en parte de la película y de su espectáculo.
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