G: ¿Qué fue lo que te enganchó de Zama para
decidirte a filmarla?
L: Estoy desarrollando una teoría. ¿Qué hace
que una cosa que uno lee entre todas las palabras que fueron impresas en el
mundo desde Gutemberg hasta esta parte, te ponga en tal estado que tomes la
decisión tan estúpida de querer hacer una película? ¿Qué hace la literatura?
Uno se entrega al libro y dice: “Zama es una obra maestra”. Por supuesto, yo
había escuchado que no hay que hacer una película de una obra maestra. Pero
cuando empecé a leerla entré en un estado de euforia, en un desarreglo físico y
mental tan grande que solamente se me ocurrió que quería hacer la película.
Ahora, el problema es que estamos en el
imperio tonto del argumento. Si el mundo de la narrativa es el mar, el
argumento es la espuma. Es casi nada y está en la orilla...
Una novela te obliga a un ritmo, a un
recorrido, a aceptar un tono. Y por adentro te empiezan a aparecer voces. Hay
que tratar de descubrir quién es el que habla adentro tuyo cuando leés. Si es
tu voz o la de un amigo, o la de un familiar. Quién es el que aparece en tu
silencio. Esa voz es un enorme trastorno.
Simplemente pasó que leí la novela. Más allá
del contenido, sentí que podía reproducir el efecto que la novela hizo en mí.
No la novela en sí, sino ese efecto. Y llevarlo al lenguaje audiovisual.
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