5.1.18

CARTAS Y MÁS CARTAS


Siempre me gustaron los libros de magia. A los once años mandé una carta a un programa radial de Estados Unidos hablado en español, "La voz de la amistad", en el que los chicos latinoamericanos cambiaban estampillas, revistas o billetes, logrando las direcciones por onda corta. Dije me que gustaba hacer magia. Los del programa, preocupados, en lugar de contestarme le contestaron a mi padre (guardo el sobre, está dirigido al Sr Nielsen). La respuesta estaba llena de consejos que decían algo así como que las mancias eran una de las vías por las que el diablo entraba a las casas.  El programa era cristiano (yo eludía las partes de dios, solamente me entregaba a las listas de intercambio). Había confundido la palabra prestidigitación por magia.

¿Me hago el canchero?: fui prestidigitador a los seis. Tenía una capa, un sombrero de copa que me había hecho con cartulina negra y una varita de palo de escoba. Les daba shows a mis vecinos y a la familia. Con el tiempo tuve varios partenaires; mi amigo Quico, mi hermana Fernanda, Cyntia Trevisán, la amiga de mi hermana. Molesté a medio mundo durante años, y solamente en Micaela Cascallares se acuerdan de mis pases de garage. La prestidigitación no prosperó, pero me quedó la admiración por los magos de salón y por sus libros.

Ya no se hacen más libros de magia, o están demasiado dirigidos al mundo infantil, con los trucos más simples que todo niño debe saber y fotos enormes. Estos que yo tengo en mi biblioteca son viejos y están dirigidos a los mayores. “Prestidigitación al alcance de todos”, de Aldo Musarra, Editorial Hobby, por ejemplo. Aldo, sin embargo, no era mago: era un emprendedor. En la colección de Hobby había otros libros firmados por él: “Fabricación de juguetes de madera”, “Para aprender encuadernación “, “Cartonaje”, etcétera.  En el sitio de Eduardo Tarrico sobre encuadernación se puede leer este comentario: 

O don Musarra era un fuera de serie: encuadernador, alfarero y juguetero, o tenía un serio problema de personalidad múltiple...” 

El de Musarra es un manual potpurrí. Lo normal es que los libros sean específicos en los trucos que enseñan: “Micromagia” (trucos con objetos pequeños) o “La magia de los cubiletes”, “La magia de las monedas”. Mi confusión en las palabras era aceptable para mis doce años: casi todos los libros de prestidigitación, salvo el de Hobby, venían titulados con la palabra prohibida. Y hay algunos, incluso, como “La última palabra de la Magia y el Ocultismo”, de Editorial Caymi, que empiezan enseñando grandes juegos para teatro (“Madame Crisantema” -una cabeza de mujer viva saliendo de un florero- o “La Sibila de Cumes”, de Míster Volsin) y terminan recitando nombres demoníacos para avivar talismanes. Dándole finalmente la razón a los locutores californianos de “La voz de la amistad”.

Todos, pero todos los libros se basan en el mismo sistema: cuentan cómo se vería el juego y después relatan la trampa. Todos tienen ilustraciones de manos actuando: dibujos en los cincuentas, fotos en blanco y negro en los sesentas, a color en los setentas. En 1980 dejaron de hacerse, como dije antes. Al menos, para los mayores. Como si los magos hubieran decidido callarse, después de muchos años de enseñar el oficio a lectores curiosos.

Dentro de mi pasión siempre tuve un interés especial por los juegos de naipes, como otros magos pequeños que conocí lo tenían por los de monedas. Mi libro preferido es “Cartomagia”, de José Ketzelman, “El arte de hacer maravillas con un mazo de naipes”, Editorial Bell. Tengo la tercera edición, del año 1958, bastante anotada por mi padre o mis tíos necochenses, que seguramente hacían los trucos frente a un espejo. Hay correcciones en los títulos hechas en letra mayúscula, como para acordarse de los trucos rápidamente. Por ejemplo: el truco “TRES DE COPAS” de la página 27 fue re titulado por alguien como “ALTERNADAS DE A CUATRO”. El “SEIS DE COPAS” de la página 33, como “CARTA CHISMOSA”. 

En todos los trucos Ketzelman divide el texto en dos: una primera parte titulada “Hago y Digo:”, donde cuenta lo que ve el espectador, con los pasos prolijamente enumerados. Una segunda parte, “PROCEDIMIENTO”, dará cuenta del cómo se hace, lo que solamente el mago sabe, manipula, ve. De todos los que hice me gusta el de la página 95, que es una adivinación telefónica. Confieso que he dejado a más de un amigo boquiabierto al otro lado de la línea, en mi pre adolescencia. Después ya fue imposible: la teta más chata era un imán superior a cualquier enigma procedente de un mazo.

Hoy los libros han sido reemplazados por videos en You Tube, ya no con el propósito de enseñar cómo se hacen, sino como propaganda de los shows que dan los grandes maestros. El sistema puede fallar: hay varios trucos fabulosos de René Lavand, grabados en su propio canal, donde una cámara registra el movimiento de su mano rápida (aunque diga y repita el latiguillo “no se puede hacer más lento”, su mano es una de las más rápidas para ocultar). No enseña el truco, pero si lo pasamos más despacio, cuadro a cuadro,  y con la suficiente maldad, podemos descubrir cómo lo hace. Hay uno, incluso, prácticamente imposible de descifrar a primera vista, que si se lo ve en un espejo, “al revés”, te canta las cuarenta. De ahí a hacerlo hay un tramo: su mano era infalible. Ninguna práctica la podrá superar.

 No había escuchado que saliera otro libro nuevo del tema hasta que leí en el Facebook que un mago argentino, Roberto Mansilla, estaba presentando “Naypes” (Mystica Libros) en España. Lo guglié: pude ver los videos de sus trabajos, uno más interesante que otro. Destaco Ups porque lo aprendió de un libro, dice, de 1897. Los invito a verlo en acción. Es un ilusionista multipremiado; “limpio” y leído. Un capo.

De inmediato me hice amigo para manguearle “Naypes”, porque vi que  venía a Buenos Aires. A los dos días tenía un paquete con un ejemplar. Me encantó encontrar un libro diferente, con alusiones a la pintura y a la literatura, a Peter Brueghel o Matisse y a Soriano, o Borges. Así como los libros de cocina cambiaron a lo largo del tiempo, no sólo volviéndose más bellos (la belleza de las fotos y de diseño de “Cómo como”, de Natalia Kiako (Sudamericana) o de “Las 101 hamburguesas que usted debe comer antes de morir”, de Leandro Volpe - Burgerfacts (Planeta) son indiscutibles); los de magia –los pocos que salen, este que acaba de salir- también nos pasean por el arte antes de prodigarnos sus recetas.

La nota más importante la da, a diferencia de “Cartomagia”, el discurso. Mientras Ketzelman escribía para aficionados, “Naypes” es un libro dedicado por Mansilla a sus pares, los demás magos. Cuenta varios trucos de su invención, y ya desde los títulos notamos una influencia del show internacional: dan más ganas de verlos que los titulados por Ketzelman en los 50, y ni que hablar por los re titulados por mi padre. Se llaman “¡Eureka!”, “La Carta General”, “Janismo”.

Otra diferencia notable es que la cartomagia de Ketzelman se basaba en cuatro movimientos que había que aprender: la mezcla y el corte falso, el empalme y el salto de baraja. Los nuevos juegos  salen un poco del ámbito de las figuras del mazo y se adentran en la sicología de los espectadores. También son trucos en los que participan otros objetos: cajas, grandes sobres, copas de colores, pañuelos. Las cartas de Ketzelman parecen dibujadas para una ilusión de a dos, sobre la mesada de la cocina. Las de Mansilla para un pequeño teatro. Mansilla reivindica, en el epílogo, a los grandes maestros del teatro: “Robert Houndin en Francia, Holfzinser en Austria, Charles Bertram en Inglaterra, Max Malini en Estados Unidos, L´Homme Masqué en Sudamérica y Europa”.

La afición hoy me sigue con los libros de cocina, la variante sabrosa de la prestidigitación. Aunque no abandoné aquellos viejos libros amarillos repletos de trucos de mi niñez. No los vendí, no los regalé, los cuidé en las mudanzas de mi preciada biblioteca. Pero cuando Mansilla me pidió que le fotografiara los que tenía, los tuve que buscar. No estaban a mano. Estaban, además, en condiciones deplorables; descosidos, despegados, con las tapas faltantes. Pero los reuní y les saqué fotos para mi amigo nuevo. Resultó que él los tenía a todos.

En el chat previo a enviarme “Naypes” me pidió datos. Le dije que era escritor y que había publicado “La flor azteca”, una novela con un mago, y el cuento “Marvin”. Y que escribía notas en La Agenda, aunque ahora estaban más selectivos con el material. Le dije que no era periodista, que podía llegar a hacer una nota pero no iba a saber bien dónde publicarla, porque ya no tenía un lugar a mano garantido para hacerlo. “Estoy en esos momentos inciertos, entre medio y medio, en una especie de Purgatorio de prensa”, afirmé, dejando colar un poco de “La Voz de la amistad “  -las partes que intentaba no escuchar de chico-, en mi discurso. Le prometí que sacaría la nota en “Milanesa con papas”, como mínimo. No le importó que fuera una bitácora personal, de poca llegada. Solamente me pidió una cosa: “Ni se te ocurra revelar los secretos”. Cumplí.

También en LA AGENDA!!!!

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