12.1.18

BORGES PROLOGANDO A MARÍA ESTHER VÁSQUEZ

Imaginar que en la etimología se cifran ocultas y preciosas verdades es notoriamente un error, ya que las palabras son símbolos casuales e inconstantes, pero no deja de ser significativo que hablemos de contar un cuento y de contar hasta mil. Todos los idiomas que conozco usan el mismo verbo, o verbos de la misma raíz, para los actos de narrar y de enumerar; esta identidad nos recuerda que ambos procesos ocurren en el tiempo y que sus partes son sucesivas. La literatura de nuestro siglo suele olvidar ese hecho axiomático. Se da el nombre de cuento a cualquier presentación de estados mentales o de impresiones físicas; deliberadamente se mezclan, para mayor perplejidad del lector, los datos del presente y de la memoria. Asimismo, se olvida que la palabra escrita procede de la palabra oral y busca análogos encantos. La más evidente virtud de los cuentos que integran este volumen es que verdaderamente lo son, en la acepción genuina de la palabra. 

Edgar Allan Poe sostenía que todo cuento debe escribirse para el último párrafo o acaso para la última línea; esta exigencia puede ser una exageración, pero es la exageración o simplificación de un hecho indudable. Quiere decir que un prefijado desenlace debe ordenar las vicisitudes de la fábula. Ya que el lector de nuestro tiempo es también un crítico, un hombre que conoce, y prevé, los artificios literarios, el cuento deberá constar de dos argumentos; uno, falso, que vagamente se indica, y otro, el auténtico, que se mantendrá secreto hasta el fin. Las piezas de este libro no son ni quieren ser policiales, pero se advierte en ellas el rigor, el juego de sorpresa y de expectativa, que ha proyectado el género policial sobre la novela y el cuento. […]


Obras completas. Tomo IV p.165.

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