No querer saber demasiado sobre volverse
viejo (no quiero decir más viejo, sino viejo: 80 años y más) es probablemente
una estrategia de supervivencia humana. ¿Para qué sirve saber algo antes de
tiempo? Ya lo vas a averiguar cuando llegues ahí.
Una de las cosas que la gente encuentra
con frecuencia cuando llega ahí es que los más jóvenes no quieren escuchar
sobre el tema. Así que la conversación sobre ser viejo tiene lugar sobre todo
entre viejos.
Y cuando la gente más joven le dice a los
viejos lo que es la vejez, los viejos pueden no estar de acuerdo pero rara vez
discuten.
Yo quiero discutir, un poco.
En el poema “Oven Bird” Robert Frost hacía
una pregunta operativa: “¿Qué hacer con una cosa disminuida?”.
Los norteamericanos creen firmemente en el
pensamiento positivo. El pensamiento positivo es bárbaro. Funciona mejor cuando
está basado en una evaluación realista y una aceptación de la situación real.
El pensamiento positivo basado en la negación no está tan bien.
Cada persona que se hace vieja tiene que
evaluar su situación, que puede cambiar pero rara vez mejorar y hacer lo mejor
que pueda con el resultado. Creo que la mayoría de los viejos aceptan el hecho
de que lo son –nunca escuché a nadie de más de 80 decir “no soy viejo”–. Y
hacen lo mejor que pueden con el tema. Además, ¡consideren la alternativa!
Mucha gente joven, que ve la realidad de
ser viejo como enteramente negativa, considera negativo aceptar la edad.
Quieren lidiar con los viejos con espíritu positivo y les niegan su realidad.
Con buenas intenciones, la gente me dice:
“¡Oh, pero no sos vieja!”
Sí, y el Papa no es católico.
“Sos todo lo vieja que te sientas”
Ahora, no me van a decir que haber vivido
83 años es una cuestión de opinión.
“Mi abuelo tiene 90 y camina doce kilómetros
diarios”.
Qué suerte tiene el abuelo. Espero que
nunca se encuentre con la vieja molesta Artritis y su maligna compañera
Ciática.
“¡Mi abuela vive sola y sigue manejando su
auto a los 99!”
Bien por la abuela, tiene buenos genes. Es
un buen ejemplo, pero no uno que la mayoría de la gente pueda imitar.
La vejez no es un estado mental. Es una
situación existencial.
¿Le dirían a una persona paralizada de la
cintura para abajo “¡No tenés una discapacidad! ¡Estás tan paralizado como quieras
estarlo! ¡Mi primo se rompió la espalda una vez pero se sobrepuso y ahora se
está entrenando para un maratón!”.
Dar ánimo a través de la negación, aunque
sea con buenas intenciones, resulta contraproducente. El miedo casi nunca es
sabio y nunca es amable. ¿A quién estás tratando de alegrar, además? ¿Al viejo?
¿De verdad?
Decirme que mi vejez no existe es decirme
que no existo. Si se borra mi edad se borra mi vida.
Por supuesto, eso es lo que muchos
realmente jóvenes hacen inevitablemente. Los chicos que no han vivido con
viejos no saben ni lo que son. Así los hombres viejos aprenden la invisibilidad
que las mujeres aprendieron veinte o treinta años antes. Los chicos en la calle
no te ven. Y si te ven, con frecuencia es con indiferencia, desconfianza, o la
animosidad que se siente frente a animales de otra especie.
Los animales tienen códigos de etiqueta
distintivos para evitar o desactivar su irracional miedo u hostilidad. Los
perros se huelen ceremoniosamente los culos, los gatos ceremoniosamente mean en
los bordes territoriales. Las sociedades humanas nos proveen de artefactos más
elaborados. Uno de los más efectivos es el respeto. No nos gusta el extraño,
pero el comportamiento cuidadosamente respetuoso para con él evita su disgusto,
y así se elude el estéril gasto de tiempo y sangre que implica la agresión y la
defensa.
En sociedades menos orientadas al cambio
que la nuestra, una gran parte de la información cultural útil, incluidas las
normas de comportamiento, es enseñada por los viejos a los jóvenes. Una de esas
reglas, y no es sorprendente, es la tradición del respeto a la vejez.
En nuestra crecientemente inestable
sociedad, orientada al futuro y conducida por la tecnología, con frecuencia los
jóvenes son los que marcan el camino, quienes les enseñan a los viejos qué
hacer. ¿Así que quien respeta a quién y por qué? Cuando no hay presión social
detrás, el comportamiento respetuoso se vuelve una decisión, una elección
individual. Esto es moralmente problemático cuando la decisión personal se
confunde con la opinión personal. Una decisión que merezca ese nombre está
basada en la información, en la observación, en el juicio intelectual y ético.
La opinión puede estar basada en ninguna información. En el peor de los casos,
sin chequeos de juicio o tradición moral, la opinión personal refleja sólo
ignorancia, celos y miedo.
Así que si decido –si mi opinión es– que
vivir un tiempo largo sólo significa volverse feo, débil, inútil y molesto, no
gasto respeto en la gente vieja, así como si mi opinión es que los jóvenes son
escalofriantes, insolentes, poco confiables e imposibles de enseñar, no voy a
gastar respeto en ellos.
El respeto con frecuencia ha sido forzado
abusivamente y casi siempre estuvo mal asignado (los pobres deben respetar a
los ricos, todas las mujeres deben respetar a todos los hombres etc). Pero
cuando se aplica con moderación y juicio, el requerimiento social del
comportamiento respetuoso hacia a los otros, que reprime la agresión y requiere
de autocontrol, da lugar al entendimiento. Crea un espacio donde pueden crecer
el aprecio y el afecto.
Creo que la tradición de respetar la edad
en sí misma tiene alguna justificación. Solamente seguir adelante con la vida
diaria, hacer cosas que siempre fueron tan fáciles que ni siquiera las notabas,
todo eso se vuelve más difícil con la vejez hasta que se puede necesitar coraje
real para seguir. La vejez generalmente implica dolor y peligro e
inevitablemente termina en la muerte. Aceptar este hecho requiere coraje. Y el
coraje merece respeto.
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