12.12.17

CITAS DE LECTURA / SYLVIA MOLLOY

"Cuando todavía no sabía leer mis encuentros con los libros eran mediados por mi tía, que me los leía en voz alta. Recuerdo una colección de cuentos de hadas clasificada por tradición nacional: cuentos de hadas franceses, ingleses, alemanes y no recuerdo qué más. Durante años recordé mal los títulos de esa colección. En mi memoria eran cuentos de hadas francesas, inglesas y alemanas, es decir que la nacionalidad caracterizaba a las hadas  y solo por añadidura a los cuentos. Acaso tuviera algo que ver el hecho de que mi tía, de familia francesa, evitaba los cuentos ingleses porque le parecían demasiado brutales, prueba para ella de que los ingleses eran capaces de cualquier cosa menos de tener hadas.
La opinión, para la chica bilingüe que yo era, me divertía por lo escandalosa. Para la trilingüe en ciernes resultaba justa: las hadas francesas eran mucho más interesantes, más retorcidas. Las alemanas meramente brutales. No recuerdo que hubiera hadas españolas.
Vivir las lecturas
De las lecturas como actos de posesión: leo y me apodero de lo que estoy leyendo, es decir, encarno la voz del hablante, adopto su dicción, hago mía su circunstancia, lleno hiatos, invento situaciones, personajes, palabras. Leo y el texto se dirige solamente a mí, no existe sin mi lectura: yo le doy voz, le doy yo. Lo que dice Paul de Man de la autobiografía como acto de prosopopeya es finalmente aplicable a todo libro: con mi lectura doy vida a lo que no la tiene, personifico. Este libro es mío, soy su reproductora como Pierre Menard es autor del Quijote.
Desde muy chica emprendí gozosa estas apropiaciones. No sólo vivía a través de los libros, vivía los libros, los volvía performance personal. Creo que desde ese entonces de algún modo se hizo patente en mí, aunque no explícitamente, la noción de pose. Es decir, no sólo me identificaba con lo que leía sino que lo representaba: leer era actuar y actuar era ser yo.
Me veo un verano en Córdoba, en un lugar que no era nuestro habitual lugar de veraneo, un lugar del todo nuevo para mí en el cual no me sentía muy segura. Debo de tener unos diez u once años, estoy leyendo una vida de Chopin para niños. Veranea en el mismo lugar una familia con un chico más o menos de mi edad, que creo recordar se llamaba Quique (Puede ser que esté inventando este detalle). Nos hacemos amigos, le cuento la vida de Chopin que acabo de leer, le encanta, comenzamos a actuarla. Yo soy a la vez directora del espectáculo y Chopin; toco el piano, toso y escupo sangre. Él es Liszt, toca el piano, pero no tose ni escupe. Unas enormes piedras chatas en el jardín del hotel hacen de piano. Creo recordar una dramática huida a caballo perseguidos por los húsares, agregado vistoso que no creo estuviera en el libro. No teníamos quién hiciera de Georges Sand, mi hermana era demasiado chica y mi amigo de ese verano, a quien nunca más volví a ver, era hijo único."

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