30.10.17

REPORTAJE A DAVID JAMES POISSANT

Estudiaste con Barry Hannah, un autor de culto pero de poca circulación aquí, admirado por grandes escritores como Philip Roth o Tobias Wolff ¿Cómo llegaste a él? 
–Durante el verano en Estados Unidos hay unas conferencias para escritores muy famosas, Sewanee, en la Universidad del Sur. Cuando Tennessee Williams falleció, donó todo su dinero a esta conferencia para que los jóvenes pudiesen ir al sur, a estudiar con escritores famosos. La primera vez que fui, estaba Barry Hannah, compartía la clase con doce estudiantes. Él estaba muy medicado, con un cáncer terminal y sabía que iba a morir pronto. Había unos estudiantes haciendo un documental sobre él y su estadía allí. Así que él sobreactuaba un poco a Barry Hannah. Representaba todos sus personajes raros. 
 ¿Y qué te enseñó que resultó fundamental?
–Aprendí la importancia del conflicto en un relato. En un momento de la clase, él le habló a alguien, visiblemente enojado porque la historia no tenía un conflicto. Estaba frustrado. Miró hacia el aula y dijo: “Tiene que haber conflicto en las historias. ¿Cómo sería la historia del jardín de Edén si Adán y Eva no tuvieran un conflicto? Sería simplemente gente desnuda acariciando leones”. Y dejó caer su birome. 
Has declarado ser un lector voraz para quien la lectura ha sido la mejor escuela. En ese sentido ¿qué te dio el paso por la academia?
–Tuve tres educaciones. La primera fue leer todo lo que podía, todo el tiempo que podía. La segunda, fue empezar a trabajar en una pequeña revista de Atlanta, Chattahoochee Review. Yo debía leer los cuentos que llegaban con la intención de ser publicados. Leí cuentos grandiosos y otros malos. Aprendí más de los malos, porque cuando descubrís por qué no funcionan, volvés sobre tu propio trabajo y ves en tus escritos los mismos errores. Te leés como editor, en vez de como escritor que ama sus propias historias. Y en tercer lugar, quería ir a la Universidad de Arizona porque ahí estudió David Foster Wallace, soy su fan, sobre todo de La broma infinita. Pero al llegar descubrí que no solo a él no le había gustado estar ahí, sino que a ninguno de los profesores les gustaba Wallace. Pero resultó una buena experiencia. 
Esos errores que encontrabas en aquellos malos cuentos, ¿cuáles eran habitualmente?
–Las historias podían empezar bien o en el medio funcionar. Pero los finales eran chatos. Por lo menos esa es mi cuestión favorita: nunca mandaría un cuento hasta no sentir que el final atrapa al lector, lo golpea y emociona. Algunos escritores piensan que es un truco y prefieren el final chato. No es mi caso. Nací cerca del hogar de Flannery O´Connor, ella no tiene miedo a los finales dramáticos. 

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