Ahora empiezo a mirar el amor
distinto, ahora que sé que no
estoy bajo su luz. Quiero preguntarle a mi
casi–ya–no marido cómo es esto de no
amar, pero él no quiere hablar de eso,
él quiere calma para el fin de lo nuestro.
Y a veces siento como si yo, ahora,
no estuviera acá – estoy bajo su mirada
de treinta años, no bajo la mirada del amor,
siento una invisibilidad
como un neutrón en una cámara de niebla
perdido en un acelerador gigante, donde
lo que no se puede ver es inferido
a partir de lo visible.
Después de que suena la alarma,
lo acaricio, mi mano es como una cantante
que canta a lo largo de él, como si fuera
la carne de él la que canta, en todo su registro,
tenor de la vértebra más alta,
barítono, bajo, contrabajo.
Quiero decirle, ahora, ¿Cómo
era amarme –cuando me mirabas,
qué veías? Cuando él me amaba, yo miraba
hacia el mundo como desde adentro
de una profunda morada, una madriguera, o un pozo, yo miraba fijo
hacia arriba, al mediodía, y veía a Orión brillando
– cuando pensaba que él me amaba, cuando pensaba
que estábamos unidos no solo por el tiempo de la respiración,
sino por la larga continuidad,
los caramelos duros del fémur y la piedra,
lo inalterable. Él no parece enojado,
yo no parezco enojada
salvo en chispazos de mal humor,
todo es cortesía y horror. Y después
cuando digo, ¿esto tiene que ver
con ella?, él dice, No, tiene que ver con
vos, no estamos hablando de ella.
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