6.9.16

DDUM 324 / MONEO, MONES, MONERE... / JULIO ACOSTA

"Hoy, hace minutos, tras levantarme, tuve prisa por cumplir con los ritos mañaneros permanentes (el remoloneo, chocarme una que otra pared, tomar el salvador primer mate…) y con los ocasionales (darle el antibiótico al gato) antes de ir a asumir mis tareas en la Universidad.
Sentía la profunda necesidad de venir al teclado y tratar de poner en palabras algunas emociones que sé, serán duraderas. Anoche fui invitado (Gracias, Gustavo Nielsen) al estreno de la película documental “Monumento”, de Fernando Díaz. Y lo primero que debo decir es que el generoso ámbito del cine Gaumont no hizo más que darle un marco adecuado a una obra que bien se lo merece.
El director eligió trabajar con dos líneas narrativas a la vez: la de rescatar la experiencia de algunos sobrevivientes de la Shoá y registrar el traspaso de ese legado vivencial a los jóvenes de su comunidad; y la de mostrar el proceso de gestación, construcción y erección del Monumento Nacional, obra de Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia, que hoy podemos ver en Palermo, en el Paseo de la Infanta.
Primera observación: a pesar de esta manifiesta doble línea, el resultado es uno, indivisible, armónico y efectivo (no “efectista”, una virtud no menor a esta altura histórica y con tanta tinta, celuloide y pixeles insumidos por el tema, por unos de ellos; el del Holocausto). Y así también resultan balanceadas en el auditorio las respuestas intelectuales y las emocionales. El público llora, aplaude, comenta (todos lloramos, aplaudimos, comentamos),
Como hay en nosotros un natural impulso a querer compartir las buenas experiencias, las del intelecto y la del corazón, no quiero demorar una palabra; “véanla”. Y como espero que así sea, como aliento incluso la esperanza de proyectarla para mis alumnos alguna vez, trataré de no dar demasiados detalles, porque aunque temáticamente ya está todo más o menos dicho, el modo de exposición de los elementos del film nos depara “sorpresas”, algunas tiernas, otras hasta risueñas.
Fernando Díaz escapa de todo condicionamiento previo al espectador: no se regodea en lo luctuoso, ya que la realidad habla de por sí; nos “muestra”, aunque desde luego descontamos su toma de partido; no elude, por ejemplo, retratar las disidencias de algunos miembros de la comunidad judía respecto de la concepción de la obra; no nos libra de las escenas de duda, impaciencia o fastidio de los arquitectos/artistas y de sus auxiliares o peones; no nos priva de las escenas del típico asadito de obra junto a los bloques erigidos en memoria de un dolor humanamente “colectivo”.
Elementos caros a la tradición judía, al Pueblo de La Palabra, al Pueblo de la Memoria, al Pueblo que camina (como nosotros todos ; no en vano, las tres más grandes religiones monoteístas de hoy abrevan en un mismo núcleo original) hallan su expresión, por ejemplo, en un sobreviviente que le trasmite sus experiencias a la joven Wanda, y en el registro escrito (una vez más) que ésta hace de esas experiencias en una actual notebook (la trasmisión oral también una vez más, la memoria, el legado y preservación de la Palabra). También en la vela encendida en memoria de los muertos, el pan que se parte y comparte, etc.
Algunos aciertos que no quiero dejar de mencionar: la elección de la música (básicamente, Narcotango) y su perfecto ensamble con la imagen. Reparen por ejemplo que cuando el director nos muestra procesos de construcción o de tránsito mediante una cámara acelerada, la música acompaña esos cambios de ritmo. Otro: que se vean reiteradamente los altos de la vecina mezquita y los simbólicos trenes pasando (detalle que incluso rescata uno de los comunitarios defensores de la obra y del lugar de su emplazamiento).
Uno más: el cortazariano entrar en un ámbito y salir en otro similar y distante, esta vez la estación Colegiales y uno de los verdaderos andenes de la muerte. Y otro: mostrar monumentos en la misma Alemania que como éste, han optado más por la expresión artística, metafórica, lanzada hacia adelante, que por el discurso testimonial obvio y remanido, por más justificado que éste sea. Porque la Humanidad debe recordar para seguir viviendo, pero debe seguir, proyectarse, tratar de no repetir. Otro: recalcar el valor de la palabra de los mayores, un patrimonio hoy no del todo valorado y perecedero, a tal punto que una de las más simpáticas y valiosas testimoniantes muere antes de ver terminado el film. Otro: dejar registro de discursos como el del sobreviviente que le pide a su testigo joven que sigan hablando, para trasmitirle también las cosas bellas; el del que menea la cabeza y dice que no hemos aprendido nada; la referencia a los alambrados actuales al pueblo palestino; la frase respecto de que todo totalitarismo camina hacia un Auschwitz; la tierna, épica, significativa escena final... Y otro, otro, otro…
Caminando por la calle Montevideo hacia Corrientes, abrazado a mi hija del corazón, con quien por suerte compartí esa casi hora y media, traté (como una forma de evadir la carga emocional) de recordar mentalmente, jugando, cómo se enunciaba el verbo latino “moneo”, presente en la raíz de “monumento”.
“Recordación, evocación, homenaje”. La película es todo un monumento también, y no sólo por su nombre. Gracias."

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