Don Draper es el
hombre que se inventó a sí mismo. Peggy Olson también es una mujer que se hizo
sola. Muchos de sus atributos son su karma -en él la seducción, en ella la constancia-,
ambos cargan con equívocos –él con su nombre falso, ella con su maternidad
despreciada-, ambos son personas reales metidas en una serie. Ninguno acepta su
pasado. Los une la inteligencia y la soledad.
Los problemas que se
arman y los beneficios que se suceden en Sterling Cooper se parecen,
modestamente, a los problemas y a los beneficios que tenemos en nuestro Galpón
Estudio de Chacarita. Con celos, alianzas, diferencias, ganancias y pérdidas entre
socios, invitados y pasantes. Un sistema cerrado adentro de una gran oficina;
en la serie es de publicidad, en la realidad que nos pertenece, de diseño y
arquitectura. Y me gusta Mad Men no solamente porque le encuentro parecido con
nuestra cotideaneidad profesional, sino
porque además el tema que se comparte, la creatividad grupal, es el mismo. La
discusión es la misma, una que se mueve entre las ideas más abstractas y su
concreción económica, la magia y los clientes, la invención y la materialidad,
el encierro y la sociedad que se cuela por debajo de la puerta, como si fuera
viento.
Y me gusta también
eso en lo que intentamos no creer, pero existe, y tiene que ver con el ánimo en
la experiencia creativa. Que cuando estamos bien, creamos bien, y cuando
dejamos de ser felices nos caemos.
Draper y Olson, cada
uno por su lado, representan la parte de la humanidad que me interesa.
Siempre he tratado de
estar en ese club.
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