16.4.15

ELVIO GANDOLFO ME INCLUYE EN LA LITERATURA FANTÁSTICA, ¡BIEN!

La literatura fantástica

Elvio E. Gandolfo

     Debo reconocer que no sé diferenciar la literatura fantástica de la literatura a secas, salvo en sus tendencias más nítida, obviamente “realistas”. No sé si existen muchos escritores de peso de cualquier país que no tengan en un momento o en gran parte de su obra una corriente subterránea de fantasía: Tolstoi, Kafka, Arlt, Bernhard, Rulfo, Amalia Jamilis, Pablo de Santis, Peter Handke, Hebe Uhart, Raymond Carver, Chéjov, Tolstoi, Flaubert, Aira, Proust, David Viñas, Saer, etc. etc. etc. Aparte de los obvios: Borges, Maupassant, Cortázar, Silvina Ocampo, Arreola, Lovecraft, Poe, Stephen King, Fritz Leiber, Ballard y sus incontables colegas. De algún modo, la literatura ya es, en sí, fantástica.
     Hay, en el empleo del lenguaje, de la escritura, una torsión inevitable respecto más a lo real que a la “realidad” (entelequia de muy difícil explicación, incluso o sobre todo desde las ciencias o las psicologías) que hace a un texto literario. Basta con que esa torsión aparezca mínimamente para que aparezca también el sabor de la “inquietante extrañeza” de la que hablaba Freud. Yo mismo no predetermino, cuando escribo, si lo que haré será o no fantástico, nunca me siento cómodo con la definición “escritor de género”, usada a menudo por la crítica.
     Hace ya más de tres décadas y media que tengo una relación de residencia y lectura abundante en Uruguay. Por eso aprovecho esta oportunidad para destacar hasta qué punto existe allí una “literatura fantástica”, bastante menos tenida en cuenta respecto a su literatura nacional que la argentina en su propio país.
     Me ha llamado la atención, por ejemplo, lo poco que se ha examinado el vínculo de dos novelas de Juan Carlos Onetti (La vida breve y Dejemos hablar al viento) con momentos clásicos de la literatura fantástica.En la primera en la creación de un mundo paralelo al real, puramente verbal, que poco a poco se vuelve denso y absorbente y se come al real, a través de la imaginada Santa María. Es aún más evidente en la segunda novela, donde se recurre incluso al conjuro verbal, mágico, para poder “volver” a ese mundo paralelo.
     Todo un universo autosuficiente y complejo rota en los libros de Felisberto Hernández, con base repetida en los mecanismos de la memoria, y con una extrañeza comunicada con tanta naturalidad que cuesta denominarla fantástica, salvo en sus textos más construidos, fabricados, como “La casa inundada” o “Las hortensias”. En cambio en Por los tiempos de Clemente Colling, en El caballo perdido, enTierras de la memoria, en “El balcón” o en “Nadie encendía las lámparas”, la inquietante extrañeza invade tanto al lenguaje como al entorno o los personajes en desarrollo.
     Los aportes de Mario Levrero son cruciales. Su novela París es de una originalidad sin parangón en las letras latinoamericanas y españolas: alucina con medios tanto verbales como visuales una visita a París que parece recurrir a puntos clásicos del surrealismo para mejor destruirlos y explotarlos a través de una magnificación de los elementos temporales e imaginarios que a veces roza la ironía desembozada o feliz. En el relato “La calle de los mendigos” desencadena un mecanismo imparable a partir de un encendedor común, con una limpieza de ejecución que está en las antípodas del barroquismo de París. Y en “Los muertos”, otro relato, vuelve a zambullirse en una mezcla de elementos con profundidades psicológicas o escatológicas que sacuden al lector porque antes han conmocionado (sin hacerle perder el control) a quien escribe.
     En la misma zona operan los textos de Armonía Somers, con un lenguaje particular, áspero en las novelas (desde La mujer desnuda hasta Solo los elefantes encuentran mandrágora) y un funcionamiento eficaz de los mecanismos fantásticos (la vida entera de una mujer se despliega veloz en un viaje en tren) de algunos de los cuentos de Muerte por alacrán.
     La extrañeza se multiplica, sobre todo en el lenguaje, en Tarik Carson, en los relatos de sus dos libros más difundidos: El hombre olvidado y El corazón reversible. En el primero, predomina el uso de recursos que recuerdan a Borges (en especial la biografía de personajes estrambóticos o patéticos) aunque cruzados con fuentes diversas, y con una carga fuerte de sugerencias de perversidad o el tratamiento de la homosexualidad. Esos recursos se refinan y renuevan en los relatos del segundo libro, desde algunos títulos (“Los labios de la felicidad”,  “La muerte de los reflejos insoportables”) hasta la hondura con que son tratados la soledad y el amor en “El corazón reversible”.
     En los autores recientes se destaca Pablo Dobrinin, que ha publicado hasta ahora un solo libro, Colores peligrosos. Allí, en la nouvelle “El regreso de los pájaros”, domina con serenidad el tono de un regreso a Montevideo que se convierte en una forma de llegar a ver la “verdadera ciudad”, con un personaje mayor como guía. También es sereno el desenvolvimiento del recorrido de una pareja esquiva consigo misma en “El bosque que crece por las noches”, publicado hace poco en el mensuarioLento.
     El narrador de La vida breve inventa un mundo paralelo en parte para compensar la ablación de un seno en su mujer. Otro libro de Onetti, El pozo, nació de la falta de cigarrillos. En La calle de los mendigos se le terminá el “disán” (la nafta) a un encendedor. Las imágenes de la carencia, la escasez, la dificultad de arreglarse en condiciones más que difíciles exangües suele sostener el tono fantástico uruguayo, y dotarlo de una dimensión existencial, vivida, menos frecuente en otras literaturas nacionales de América Latina.
     Faltan desde luego algunos libros, algunos autores. Solo quise dar un panorama rápido de autores relacionados con lo fantástico, con la inquietante extrañeza de lo real, más que con un género con reglas.
     A su vez no puedo dejar de subrayar la dificultad para llegar a ponerse en contacto con las obras de este tipo, sobre todo cuando más originales son. A autores importantes como el inglés Robert Aickman o el estadounidense Thomas Ligotti hubo que rastrearlos en revistas o antologías durante años antes de contar al fin, no hace mucho, con la traducción de algunos de sus libros.

En ese sentido quisiera mencionar dos libros argentinos que son un paradigma de esa presencia soterrada, esquiva: la novela corta El encierro de Ojeda de Martin Murphy y La otra playa, de Gustavo Nielsen. En buena parte de su desarrollo El encierro de Ojeda parece desplegar un mundo conocido: el personaje mediocre en un contexto oficinesco. Pero lo extremo de su progresivo aislamiento culmina en una última página impactante, sorpresiva, que revierte lo que podría denominarse locura o solipsismo con una explosión casi triunfal, epistemológica, que solo puede experimentarse leyendo el texto.En el caso de Nielsen, pequeños detalles que en sordina suenan extraños al lector, van desplegando otro mecanismo a la vez sutil y riguroso, que mezcla las épocas y los mundos interiores con resultados inquietantes, extraños, que casi obligan a la relectura poco después de culminar el recorrido. Vale la pena buscarlos.

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