21.2.14

MI ÚLTIMO PASAJE EN BRANDO / OBELISCO SUR

Le digo si quiere bajar a un lugar piola, pleno de sombra y frescor. No le digo que me gusta su carita de sueca, y que hace rato la estoy relojeando desde mi puesto de observación de Ugi´s, mientras me como media de muzza. Ella se llama Ilsa, como Elsa, pero con I. Está parada en el kiosco de Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña, vestida de blanco y negro, con una pollerita. Me gusta que no se decida por la Para Ti ni por la Cosmo, y que mire más la Muchogusto, seguro para encontrar mejores recetas. Le cae una gota de traspiración desde la frente. Bajamos.
Como tiene acento de extranjera le explico que si a un porteño le preguntan dónde queda “el pasaje” de Buenos Aires, le indica éste, el que pasa por debajo del obelisco, salida a Cerrito. No hay tutía. Te hacés el regalón con la pendeja, Ricky; qué plato, qué hombre fresco. Ella da pasitos de Barbi, en puntas de pie, y va directo al ventilador, para secarse. Yo me quedo al lado de la maceta, mirándola jugar con su pelo. También me peino en la flechita de la entrada al pasaje, que es espejo. Karina, de Obelico Camping, riega las tres únicas plantas y se queja de la gente que tira los puchos a la tierra. El tango que pasan es “As time goes by”. Se mezcla con la tonada del subte que, más lejana, canta “disculpe las molestias…”
Me le acerco y la agarro por la cintura, bien campeón. Elsita: podés comprarte todo lo que quieras, un portafolio mochila, un Spirithardwear. Soy un tipo de billetera llena. Pero a ella no le gusta ninguno de estos objetos, prefiere la tecnología o las joyas y le indico que hay más adelante, en Antares o en Rey Midas.
Vos elegime un póster y yo te elijo otro. Es un juego, para saber si nos gustamos de verdad. Ella sonríe y pide Casablanca, romántica - ay- pero no hay. Yo le elijo uno de Conan el bárbaro, para clavar con chinches en tu pieza de hotel. El pelado que atiende me explica que la Muni les alquila los locales, y los contratos se renuevan cada cuatro años. ¿Y si no los renuevan? Van a licitación, afirma, con voz cierta. Envidio la certeza de ese hombre y le compro una postal de Batman y Robin, por diez pesos. Pienso mandársela a mi ex para que crea que estoy en el Caribe y se muera de envidia. “Desde estas hermosas playas”, le escribo tapando con la mano para que Elsita no me vea. Pero ella habla por el celu con un tipo, el Ruso, y le dice Ruso me parece que no me voy nada con vos.
Despacho la postal en el Correo Argentino. Por cuatro pesos y diez minutos de cola, soy feliz.  Elsi se queda mirando la Virgen de Luján y, con igual devoción, un teléfono público que no anda, una heladera repleta de gaseosas y un matafuegos rojo.
La invito a que nos peguemos una lustrada de timbos, pero ella está en ojotas. A Carlos, del Salón Inmortal, no le importa: la sienta y le embadurna los pies en pomada negra. Dice “después se hace un baño caliente y la tirita le queda brillantina”. Le pregunto por el enano, para disimular. Andrés se fue a San Juan. Andaba mal de las piernas, pobre. A mí me hace el arolado de mocasín por el precio de una lustrada común, para compensar la inusitada ira de Elsi. Las zapas me quedan espejadas.
No importa, acá abajo sobran locales de calzado, le digo a ella, canchero. De marroquinería y afines a las legítimas Rueda: en esta galería somos adoradores del pie. Nos elegimos dos pantuflas peludas en el 22, que vende “chinelas de cuero”. Los calzados están expuestos adentro de bolsas: parecen panes dulces o pebetes. Se atiende al lado, en el bar.
Allá vamos, con ragú. Pido por los dos, porque conozco a Tati, la cocinera. Para mí el hiperpancho, para Elsi la hamburguesa gigante. Hago un corazón de mayonesa sobre su Paty y le pongo nuestras iniciales con kétchup. La flecha la hago de mostaza. Elsi le mete el mordiscón. La la la, todo este hermoso caos la hace acordar a París. ¿Estuviste en Francia? No, nunca. Los pies negros. En el local de enfrente venden quitamanchas de birome y de sangre (el que compra Tony Soprano), pero ningún quita Washington.
La peluquería se llama Pelos y Barbas, en cuarenta minutos me encargo un corte Príncipe Valiente y ella se hace un carré del tipo Uma en Pulp Fiction. Quedamos hermanados. La vida nos ha cambiado en este pasaje (cuando uno cambia de look, cambia de vida, es mi filosofía más profunda).
En la vidriera de Joyerías Regalos, cerca del Servi Ropa de la señora Elena, ella duda entre el Microtoise higroscópico o un soldador de 120 watts. Yo elijo rápido lo que quiero para mostrarle seguridad, y me llevo la raqueta matamoscas a pila que es alucinante, las moscas hacen fish en el aire y dejan esa mufa… Después de mucho pensar,  se decide por una colección de destornilladores Philips, una microfibra violeta y una lámpara pecera giratoria de 69 pesos. Le digo qué lindo número el 69, pero a ella no le importa, o capaz que en Suecia hacen el 52 y entonces no alcanza a captar el doble sentido. Para disimular le pregunto al vendedor si es de las que reflejan los pescaditos en las paredes, a lo que me responde “queseyó”.
El local 40 es soñado. Elsa se queda un rato, no es para menos. Hay mallas enterizas y una columnata imitación Baywatch con dos salvavidas naranjas. También hay pescados redondos. Le pregunto qué son a la chica que vende. Me contesta “gorras de baño”. ¿Y vienen con cierre abajo? Lo que está viendo es el estuche, señor. Elsa no quiere gorras, quiere una bikini de Los Simpson, pero como no hay lugar para probarse se da media vuelta sin saludar. Yo me llevo un par de patas de rana para usar en la Pelopincho de casa.
“Uno va y vuelve y aparecen  nuevos comercios, ¿no?”, me dice con su voz edulcorada y yo la admiro tanto, es tan inteligente mi suequita… Le digo: “justo lo que estaba pensando, en un pasaje refundante uno vuelve sobre sus pasos y ve un local de Durlock cerrado con maderas y el local de la ASDRA de los dauns  adonde me pareció que antes estaba el de Seiko o el de los Clasificados La Nación.” Creced y multiplicaos, jaja, vayamos a un sitio con más sombra y frescor. Hay que festejar.
Sellos en dos horas, Grabocentro. Le digo de hacernos uno juntos, para sellar esta promenade inolvidable. Me dice que nos unamos por los apellidos (el de ella es Lund), pero a mí no me parece, quería poner Elsita; ella se enoja y tenemos nuestra primera discusión. Al final no hacemos ningún sello, que ninguna burocracia opaque nuestro amor. Además tardan dos horas: dos, ¿entendés?. Un turno. Pero ella no entiende porque es sueca, a lo mejor en Suecia los turnos duran más tiempo. Primer mundo y subdesarrollo,  choque de culturas.
El local de Citizen tiene cientos de relojes que nunca están en hora. Anotamos en un papel, para después poder jugarle a la quiniela, y la hora más repetida es las diez menos diez. Faltan diez para las diez, digo, pero ella no entiende porque en Suecia no pasan a Balá.
Llegamos a Artemundo y Catalina nos va a dar un sorpresón. Vende posters de cine como en La Baticueva, pero mucho mejores. Consigo el de Bogart que ella ansiaba, y me da un deja vú tan francés que le digo a Cata ¿acá antes no vendían revistas usadas? Niega con la cabeza mientras me cobra. Agrega que a lo mejor es en el otro pasaje, el Obelisco Norte, en el que también venden muñequitos. No se puede ir de uno a otro por abajo, salvo que pagues el subte. “Toda la gente se los confunde, pero el Sur es mucho mejor. El otro es más caluroso, y en estos días…”
La dejamos hablando sola cuando enfilamos para el Subte. Tengo que cargar la Sube, le digo a Elsi, con un guiño capcioso que ella no ve porque está meta maniobrar su celular, para contestar unos mensajes urgentes que parecen perturbarla. Su carita se aperra. No la suelto del brazo cuando le doy los 20 pesos a la señora línea D combinación con B o C. Miro a mi espalda. Hay un hombre ahí, sentado sobre el primer molinete, después del cartel de Duracell. Es un gordazo. Habla y me cuesta entender que le hable a Elsi. Dice:
- Te mandé dos inboxes por el feis.
- En el aipod solamente  puedo recibir esemeenes y wasáps -contesta ella.
- Suerte que me guié por tu gepeese -sigue él-: indica obelisco y un emoticón de cebolla, lo que significa que estás bajo la tierra. ¿El señor…?
A ella se le caen los regalos cuando hace las presentaciones. El Ruso Csilebo, piquetero. A mí me presenta como a su tío Ricardo. Duracell siempre dura más, mucho más que cualquier pila de carbón. Me pregunto si durará más que una alcalina, ganarle a una de carbón tiene que ser una pavada. Veo irse a Elsita de la mano del PO. Una que gana la izquierda, y me amargo. “PUEDO SUPERARME”, leo en el otro cartel. Stamateas, amigo.

Siempre tendremos París.

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