Le digo si quiere bajar a un lugar piola, pleno de sombra
y frescor. No le digo que me gusta su carita de sueca, y que hace rato la estoy
relojeando desde mi puesto de observación de Ugi´s, mientras me como media de muzza.
Ella se llama Ilsa, como Elsa, pero con I.
Está parada en el kiosco de Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña, vestida de
blanco y negro, con una pollerita. Me gusta que no se decida por la Para Ti ni
por la Cosmo, y que mire más la Muchogusto, seguro para encontrar mejores recetas.
Le cae una gota de traspiración desde la frente. Bajamos.
Como tiene acento de extranjera le explico que si a un
porteño le preguntan dónde queda “el pasaje” de Buenos Aires, le indica éste,
el que pasa por debajo del obelisco, salida a Cerrito. No hay tutía. Te hacés el regalón con la pendeja, Ricky; qué plato, qué hombre
fresco. Ella da pasitos de Barbi, en puntas de pie, y va directo al
ventilador, para secarse. Yo me quedo al lado de la maceta, mirándola jugar con
su pelo. También me peino en la flechita de la entrada al pasaje, que es
espejo. Karina, de Obelico Camping, riega las tres únicas plantas y se queja de
la gente que tira los puchos a la tierra. El tango que pasan es “As time goes
by”. Se mezcla con la tonada del subte que, más lejana, canta “disculpe las
molestias…”
Me le acerco y la agarro por la cintura, bien campeón. Elsita: podés comprarte todo lo que
quieras, un portafolio mochila, un Spirithardwear. Soy un tipo de billetera llena. Pero a ella no le gusta ninguno de
estos objetos, prefiere la tecnología o las joyas y le indico que hay más
adelante, en Antares o en Rey Midas.
Vos
elegime un póster y yo te elijo otro. Es un juego, para saber si nos gustamos
de verdad. Ella sonríe y pide Casablanca, romántica - ay-
pero no hay. Yo le elijo uno de Conan el bárbaro, para clavar con chinches en tu pieza de hotel. El pelado que
atiende me explica que la Muni les alquila los locales, y los contratos se
renuevan cada cuatro años. ¿Y si no los renuevan?
Van a licitación, afirma, con voz cierta. Envidio la certeza de ese hombre y le
compro una postal de Batman y Robin, por diez pesos. Pienso mandársela a mi ex
para que crea que estoy en el Caribe y se muera de envidia. “Desde estas
hermosas playas”, le escribo tapando con la mano para que Elsita no me vea.
Pero ella habla por el celu con un tipo, el Ruso,
y le dice Ruso me parece que no me voy
nada con vos.
Despacho la postal en el Correo Argentino. Por cuatro
pesos y diez minutos de cola, soy feliz. Elsi se queda mirando la Virgen de Luján y,
con igual devoción, un teléfono público que no anda, una heladera repleta de
gaseosas y un matafuegos rojo.
La invito a que nos peguemos una lustrada de timbos, pero ella está en ojotas. A
Carlos, del Salón Inmortal, no le importa: la sienta y le embadurna los pies en
pomada negra. Dice “después se hace un baño caliente y la tirita le queda
brillantina”. Le pregunto por el enano, para disimular. Andrés se fue a San
Juan. Andaba mal de las piernas, pobre.
A mí me hace el arolado de mocasín por
el precio de una lustrada común, para compensar la inusitada ira de Elsi. Las
zapas me quedan espejadas.
No importa, acá abajo sobran locales de calzado, le digo
a ella, canchero. De marroquinería y afines a las legítimas Rueda: en esta galería somos adoradores del pie.
Nos elegimos dos pantuflas peludas en el 22, que vende “chinelas de cuero”. Los
calzados están expuestos adentro de bolsas: parecen panes dulces o pebetes. Se
atiende al lado, en el bar.
Allá vamos, con ragú.
Pido por los dos, porque conozco a Tati, la cocinera. Para mí el hiperpancho,
para Elsi la hamburguesa gigante. Hago un corazón de mayonesa sobre su Paty y le pongo nuestras iniciales con
kétchup. La flecha la hago de mostaza. Elsi le mete el mordiscón. La la la, todo este hermoso caos la hace
acordar a París. ¿Estuviste en Francia?
No, nunca. Los pies negros. En el local de enfrente venden quitamanchas de
birome y de sangre (el que compra Tony Soprano), pero ningún quita Washington.
La peluquería se llama Pelos y Barbas, en cuarenta
minutos me encargo un corte Príncipe Valiente y ella se hace un carré del tipo Uma
en Pulp Fiction. Quedamos hermanados. La vida nos ha cambiado en este pasaje
(cuando uno cambia de look, cambia de vida, es mi filosofía más profunda).
En la vidriera de Joyerías Regalos, cerca del Servi Ropa
de la señora Elena, ella duda entre el Microtoise higroscópico o un soldador de
120 watts. Yo elijo rápido lo que quiero para mostrarle seguridad, y me llevo
la raqueta matamoscas a pila que es alucinante, las moscas hacen fish en el aire y dejan esa mufa…
Después de mucho pensar, se decide por
una colección de destornilladores Philips, una microfibra violeta y una lámpara
pecera giratoria de 69 pesos. Le digo qué
lindo número el 69, pero a ella no le importa, o capaz que en Suecia hacen
el 52 y entonces no alcanza a captar el doble sentido. Para disimular le
pregunto al vendedor si es de las que reflejan los pescaditos en las paredes, a
lo que me responde “queseyó”.
El local 40 es soñado. Elsa se queda un rato, no es para
menos. Hay mallas enterizas y una columnata imitación Baywatch con dos
salvavidas naranjas. También hay pescados redondos. Le pregunto qué son a la
chica que vende. Me contesta “gorras de baño”. ¿Y vienen con cierre abajo? Lo que está viendo es el estuche,
señor. Elsa no quiere gorras, quiere una bikini de Los Simpson, pero como no
hay lugar para probarse se da media vuelta sin saludar. Yo me llevo un par de
patas de rana para usar en la Pelopincho de casa.
“Uno va y vuelve y aparecen nuevos comercios, ¿no?”, me dice con su voz
edulcorada y yo la admiro tanto, es tan inteligente mi suequita… Le digo:
“justo lo que estaba pensando, en un pasaje refundante
uno vuelve sobre sus pasos y ve un local de Durlock cerrado con maderas y el
local de la ASDRA de los dauns adonde me pareció que antes estaba el de Seiko
o el de los Clasificados La Nación.” Creced
y multiplicaos, jaja, vayamos a un sitio con más sombra y frescor. Hay que
festejar.
Sellos en dos horas, Grabocentro. Le digo de hacernos uno
juntos, para sellar esta promenade
inolvidable. Me dice que nos unamos por los apellidos (el de ella es Lund),
pero a mí no me parece, quería poner Elsita; ella se enoja y tenemos nuestra
primera discusión. Al final no hacemos ningún sello, que ninguna burocracia
opaque nuestro amor. Además tardan dos horas: dos, ¿entendés?. Un turno. Pero
ella no entiende porque es sueca, a lo mejor en Suecia los turnos duran más
tiempo. Primer mundo y subdesarrollo,
choque de culturas.
El local de Citizen tiene cientos de relojes que nunca
están en hora. Anotamos en un papel, para después poder jugarle a la quiniela,
y la hora más repetida es las diez menos diez. Faltan diez para las diez, digo, pero ella no entiende porque en
Suecia no pasan a Balá.
Llegamos a Artemundo y Catalina nos va a dar un sorpresón.
Vende posters de cine como en La Baticueva, pero mucho mejores. Consigo el de Bogart
que ella ansiaba, y me da un deja vú tan
francés que le digo a Cata ¿acá antes no
vendían revistas usadas? Niega con la cabeza mientras me cobra. Agrega que
a lo mejor es en el otro pasaje, el Obelisco Norte, en el que también venden
muñequitos. No se puede ir de uno a otro por abajo, salvo que pagues el subte. “Toda
la gente se los confunde, pero el Sur es mucho mejor. El otro es más caluroso,
y en estos días…”
La dejamos hablando sola cuando enfilamos para el Subte.
Tengo que cargar la Sube, le digo a
Elsi, con un guiño capcioso que ella no ve porque está meta maniobrar su
celular, para contestar unos mensajes urgentes que parecen perturbarla. Su
carita se aperra. No la suelto del
brazo cuando le doy los 20 pesos a la señora línea D combinación con B o C. Miro
a mi espalda. Hay un hombre ahí, sentado sobre el primer molinete, después del
cartel de Duracell. Es un gordazo. Habla y me cuesta entender que le hable a Elsi.
Dice:
- Te mandé dos inboxes
por el feis.
- En el aipod solamente puedo recibir esemeenes y wasáps -contesta
ella.
- Suerte que me guié por tu gepeese -sigue él-: indica obelisco y un emoticón de cebolla, lo
que significa que estás bajo la tierra. ¿El señor…?
A ella se le caen los regalos cuando hace las
presentaciones. El Ruso Csilebo,
piquetero. A mí me presenta como a su tío Ricardo. Duracell siempre dura más, mucho más que cualquier pila de carbón.
Me pregunto si durará más que una alcalina, ganarle a una de carbón tiene que
ser una pavada. Veo irse a Elsita de la mano del PO. Una que gana la izquierda,
y me amargo. “PUEDO SUPERARME”, leo en el otro cartel. Stamateas, amigo.
Siempre
tendremos París.
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