15.1.14

PASAJE BRANDO DE ENERO / COMPLEJO LOS ANDES

Martín Huberman tiene un Monoambiente en el conjunto Los Andes de Fermín Bereterbide, a pesar de que el conjunto tenga solamente departamentos de tres, cuatro o cinco dormitorios, y nunca uno de un solo ambiente para habitar. Monoambiente se llama su proyecto, y está abierto en uno de los veintitrés locales que dan al exterior. Medio en serio, medio en broma, el diseñador argentino se siente como su santo (San Martín) y cruza Los Andes diariamente para llegar hasta allí. Con menos esfuerzo que el patriota de a caballo, pero con las mismas ganas. Por eso traigo al complejo Los Andes a una página dedicada a los pasajes: si Huberman pasa, es un pasaje. Empiezo otra vez. Esto no es un pasaje. Lo debería poner como título, pero corro el riesgo de que mi editor de Brando me lo cambie por otro que le venga mejor al tutti fruti del índice. “Magritte da un nombre a sus cuadros (algo así como la mano anónima que ha designado la pipa mediante el enunciado “esto no es una pipa”) para mantener a raya a la denominación. Y, sin embargo, en este espacio quebrado y a la deriva se anudan extrañas relaciones, se producen intrusiones, bruscas invasiones destructivas, caída de imágenes en medio de las palabras, relámpagos verbales que surcan los dibujos y los hacen saltar en pedazos” (Miguel Foucault). Desde afuera el conjunto Los Andes, situado entre las calles Concepción Arenal, Leiva, Rodney y Guzmán, parece una manzana de Buenos Aires. De hecho, lo es. Por adentro parece un pasaje. No es una pipa. Fermín Bereterbide fue un gran arquitecto, egresado de la UBA en 1918. A los dos años de recibido ganó su primer concurso de vivienda colectiva, organizado por la Unión Popular Católica Argentina para el barrio de Flores. El conjunto Los Andes también fue resultado de un concurso impulsado por la Ley Cafferata y la Comisión Nacional de Casas Baratas en 1926. ¿Qué habrá tenido de extraordinaria para obtener el primer premio? Respuesta: su innovador interior de manzana. Adentro hay patios, terrazas, pérgolas, placitas, una fuente, una cancha de fútbol, árboles, calles, veredas, asientos. La miniaturización del parque de un pueblo de provincia, pero ubicado en Chacarita, a metros de las avenidas Corrientes y Dorrego. Y todos esos lugares son para compartir con cada una de las personas que lo habitan. El proyecto de Bereterbide tiene la misma densidad que dos torres de 15 pisos con basamento para autos y salones de usos múltiples. Pero la diferencia la hace el diseño. Con las torres hubiéramos conseguido un descampado con una muralla perimetral hacia la ciudad. La muralla puede ser muy segura para sus habitantes, como pasa en los barrios cerrados, pero no le sirve al paseante, al peatón. Es la nada misma, una pared con alambres de púa por arriba. Hay un montón de lugares en Palermo, producto de la especulación inmobiliaria, que prometen seguridad para las seiscientas personas que viven ahí , al tiempo que se cagan en la seguridad de los miles que pasan caminando diariamente por su puerta. Y no se trata solamente de seguridad: caminar al lado de un murallón es feo. Y del otro lado estás preso, por más pileta climatizada que tengas. Bereterbide recompone el borde de la manzana disponiendo doce bloques de vivienda de 4 pisos, con plantas en forma de “L”, “T” o “I”. Y con estos juguetes arma los patios y plazoletas, mucho aire y sol para ventilar cada casa y cada una de las terrazas. En su momento las viviendas y locales fueron alquilados por la Dirección de Rentas a obreros que ganaban menos de 400 pesos moneda nacional por mes. Con la ley de Propiedad Horizontal de 1948 fueron vendidos a sus inquilinos. Hoy el target cambió: cotizan como palacetes, y todo es debido a su hermoso diseño urbano. Las inmobiliarias deberían aprender que se puede conseguir buena densidad y renta con mejor calidad de vida, hoy que estamos tan estupidizados por la inseguridad. Este ejemplo de vivienda colectiva con servicios comunitarios fue vanguardia progresista de justicia e igualdad social. El mismo Bereterbide era socialista. Hoy Los Andes es simplemente un ejemplo de ciudad jardín enclavado en CABA: verde, bien ventilado y mejor asoleado. Son ciento treinta viviendas grandes, con servicios comunes, baños públicos, lavaderos, jardín de infantes, oficina de correo, teatro, biblioteca y locales comerciales. Monoambiente queda sobre Concepción Arenal, una de las calles laterales del conjunto. Es una galería de Diseño y Arquitectura Experimental. Más que galería, ya es un Medio. La experimentación le ganó a la exhibición. A Martín lo deben conocer por su esfera de cestos plásticos de basura que recorrió el planeta. Se llama Canasto Zombie. Él ahora quiere que lo reconozcan como curador: en su galería podemos ver un panel divisorio modular de ambientes denominado Triombo, de los capos Adamo-Faiden. También algunas obras de José Maserazzo, un ingeniero argentino que hace finos artefactos lumínicos con acrílico e imanes. Martín dice por fin que está cansado de su Canasto Zombie, que lo desarmó en su última versión, la dorada, para regalárselo a los amigos. Dice que cada parte es un talismán. ‘Aunque no lo puedas creer’. Le pido a Martín que me diga por qué se mudó a Los Andes y sin dudar contesta: “Cuando conocí el complejo entendí que la modernidad de los PHs modernos y los fideicomisos de zona norte son zaraza. Los Andes es el lugar que defiende verdaderamente los preceptos de la excelencia del habitar. Los Andes es la declaración más feliz de la habitabilidad mínima. Y en su tiempo fue tan experimental como ahora es Monoambiente, mi sitio”. Me voy contento con uno de los canastos dorados bajo el brazo. Si hasta ahora tuve suerte en la vida, en adelante la pienso romper. La composición del Complejo Los Andes es clásica: hay un eje de simetría que pasa por el medio de la planta, a lo largo del conjunto. Pero también hay crítica al clasicismo: no se accede por ese eje. Esto a veces puede no ser una pipa, como pensó Magritte. La cuadra corta que da al parque parece abierta al transeúnte, pero está cerrada y tiene una especie de mirador bajo una pérgola repleta de rosales, para que los de adentro del complejo se sienten a conversar. En sus bancos se enamoraban las empleadas de Harrod¨s con los electricistas de la Empresa Velazco y Justo, los que hicieron la obra. Fue en el ‘30. Ahora se enamora la gerenta del Coto de un programador del Centro Metropolitano de Diseño. Con las manos entrelazadas de la misma manera y el mismo olor a rosas en el aire.

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