28.10.13

PASAJE LANÍN

- Detesto los murales figurativos, esos que a cada tanto aparecen en las paredes de las ciudades y están llenos de obreros con martillos. Creo sinceramente que si esos murales no existieran habría más reivindicación social para la clase trabajadora. Un mural figurativo de izquierda es un premio consuelo en la medianera de un Banco. Una iconografía que le sirve, sin querer, al liberalismo más afilado.
Digo esto sin pestañear. Marino Santa María, hacedor de murales, agrega:
- Y yo odio los de tango.
Dice que cuando empezó a diseñar su proyecto para el pasaje Lanín, la única certeza que tenía era que no iba a hacer nada que tuviera que ver con la tradición muralística de Barracas, emparentada con el tango y con los obreros.
“Para casa, mejor lo abstracto”. Se ríe. Él lo heredó de Gaudí, y Gaudí de una tradición española contaminada por moros y árabes que evitaban cualquier representación natural cuando trabajaban con mosaicos.
El pasaje Lanín está formado por dos cuadras que terminan contra un murallón marrón del ferrocarril que va a Constitución. Marino Santa María tiene su taller en el número 33. El pasaje no es un cul de sac, dobla en el muro y pasa a llamarse Brandsen.
- Trabajamos con varias jefaturas de gobierno, desde hace más de diez años. Hemos tenido continuidad. Los primeros esfuerzos se concentraron en las reparaciones de revoques y veredas. Más adelante empezamos con la obra artística, hasta hoy. El pasaje forma parte del recorrido de la Noche de los Museos.
Cuando llegué a Barracas, le confieso, no sé si lo apreciaba tanto. Ahora que viví aquí  unos cuantos años, sé de la alegría que le agrega al barrio, y del sentido de pertenencia que supone tener una casa que es parte de una obra artística a escala urbana. Me gusta, y estoy seguro de que me gusta racionalmente, y no porque me haya influido el acostumbramiento debido al extraño “síndrome del souvenir”. ¿Vieron que cuando viajan al extranjero el primer día todos los souvenires son incomprables, y al cabo de una semana nos venimos llenos de esos regalos que aquí en Baires vuelven a ser horrendos? A eso le llamo “síndrome del souvenir”. Repito, no es el caso, aunque conozco a más de un profesional al que esta operación aplicada en el pasaje les parece cachirula.
¿Por qué nos asusta tanto a los arquitectos el tema del ornamento?
Dice E. H. Gombrich en “El sentido del orden”: “El ornamento es peligroso precisamente porque nos enajena y tienta a la mente para que se someta sin la apropiada reflexión. Las atracciones de la riqueza y el esplendor son para las personas pueriles; un adulto maduro debería resistir estos engatusamientos y optar por lo sobrio y racional. En este sentido, las advertencias contra los despliegues de decoración son un tributo a su atracción sicológica. Se nos pide que estemos en guardia porque pueden actuar demasiado bien.”
Para el crítico lo cuestionable desde el punto de vista de la ciudad es el ocultamiento de las fachadas. El envoltorio siempre tiene algo de falsedad, de use y tírelo como a todas las modas, de despropósito o superabundancia. Según cuenta Platón,  Sócrates retaba a sus discípulos para que estuvieran en guardia contra los atractivos de la oratoria sofística y el habla refinada: los “adornos” del lenguaje pueden confundirnos y desviarnos del argumento principal. Hasta ahí vamos con la teoría. La obra de Marino Santa María salió por las puertas de su taller y se viralizó en coloridos puntuales hasta llegar a la avenida Suárez.
Acaba de terminar la muestra de Yayoi Kusama en el Malba, donde la japonesa nos mostró su obsesión llevada al infinito. La extraordinaria exhibición, trending topic de visitas del museo, fue curada por los franceses Philip Larratt-Smith y Frances Morris. Había un cuarto mágico donde los puntitos encendidos de Yayoi se multiplicaban en espejos. Había cientos de pinceladas puntillistas rojas y verdes sobre telas enormes. Había lunares en stickers para aplicar en una habitación blanca denominada “The Obliteration Room”. La gente se pegaba Kusamas en la cara y la ropa, y multiplicaba por miles de millones las imágenes de la experiencia en las redes sociales.
Frances Morris dice de ellos: “Sus públicos más fieles y otros desprevenidos han visto cómo sus puntos coloridos colonizan las calles, cubren los ómnibus de Matsumoto, las vallas de las obras en construcción de Manhattan, troncos de árboles en el Southbank de Londres o la fachada del Malba en Buenos Aires. Llegan sin aviso por las noches, como los tags de los grafiteros, para transformar a su manera nuestras ciudades, convertidas en el mundo de Kusama”.
“Cuanto más primitivo es un pueblo, tanto más pródigo es con sus ornamentos, con sus adornos. El piel roja recubre una y otra vez con ornamento cada objeto, cada barca, cada remo, cada flecha. Pretender dar importancia a los adornos significa ver las cosas desde el punto de vista del piel roja. Pero nuestro piel roja interior debe ser superado. Esta mujer es bella, dice el piel roja, porque lleva anillos dorados en la nariz y en las orejas. Esta mujer es bella, dice el hombre en la cúspide de la civilización, porque no lleva anillos dorados ni en la nariz ni en las orejas. Buscar la belleza únicamente en la forma y no hacerla depender del ornamento es la meta a la que aspira toda la humanidad.”
Las últimas son palabras de Adolf Loos, en un artículo escrito en 1898. Le creí bastante tiempo al autor de “Ornamento y delito”. Lo leí y le creí. Puede que todavía le de la razón, los días en los que hago dieta estricta y no tengo que tomar alcohol.

Para el resto del tiempo: pieles rojas, Kusamas y Santamarías.

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