6.9.13

PASAJE VOLTAIRE / REVISTA BRANDO DE SETIEMBRE


“…las ideas más abstractas no son más que la consecuencia de todos los objetos que he percibido. Si pronuncio la palabra ser en general es porque he conocido seres particulares. Si pronuncio la palabra infinito es porque he visto límites, y hago retroceder estos límites en mi entendimiento tanto como puedo: sólo tengo ideas porque tengo imágenes en la cabeza.”*
Voltaire no es solamente mi filósofo ilustrado de cabecera, con su extraordinario “Cándido o el optimismo” y el “Diccionario filosófico” del que extraje todas las citas de esta nota; Voltaire también es un pasaje de Buenos Aires que parece de juguete. Está en Palermo, entre las calles Costa Rica y Nicaragua, mide dos cuadras de largo y va desde Angel Justiniano Carranza hasta Arévalo.  Lo describo como de juguete porque llega hasta primer piso solamente en contados episodios -apenas tres veces en la vereda elegida, la impar que nace pasando Ravignani, y porque la distancia de calle es muy pequeña: con veredas incluidas mide seis metros. Lo común en Buenos Aires es que de vereda a vereda, contando la calle, midan el doble o más. La distancia corta del espacio público y la baja altura le dan ese aspecto de calle de muñecas que destaca como una intimidad de interiores. Y además, por si fuera poco, mantiene una curiosa unidad de estilos: es art decó. No en su completitud, no porque se lo haya pensado de antemano, porque también hay fachadas italianas, hasta algunas neocoloniales como la amarilla de mitad de cuadra. Pero sí, casi toda decó.
El art decó es un estilo de principio de siglo pasado que nace en París, específicamente en la Salón Internacional de Artes Decorativas, impulsado por un grupete de artistas franceses que se hacían llamar “los modernos”. El término decó sale de apocopar la palabra décoratif. La gente común sabe que es un estilo importante, pero siempre se lo confunde con el art noveau. Es decir: no sabe cuál es cuál. Y son bien diferentes. El noveu es un estilo belga-francés precedente al que nos compete en esta nota, en el cual todas las líneas son curvas y estilizadas, e imitan a la naturaleza. En el decó hay muchas rectas, rayos en zigzag, círculos, rectángulos, trapecios, triángulos. Hay elementos de la naturaleza pero están invariablemente geometrizados. También hay muchos elementos provenientes del mundo de la industria: máquinas, chimeneas, engranajes, puentes. Con respecto al noveau, podemos decir que el decó es más moderno, y de alguna manera una simplificación de aquel. Para dibujar un vitraux nouveau que no fuera burdo había que ser un artista; para el mismo vitraux en art decó alcanzaba con ser un artesano. Tal vez ese fue el motivo por el que prendió tanto en América. El decó fue una moda indiscutida y maravillosa en Brasil, EEUU y Cuba (Copacabana, Miami y La Habana en particular). Y en el Río de la Plata hizo roncha hasta los años 50.
Digo maravillosa porque los ejemplos de arquitectura anónima de Buenos Aires,  Montevideo o Rosario son de una belleza extraordinaria lograda con un repertorio inagotable de frisos, molduras y molduretas que después el Movimiento Moderno voló para siempre. Y eran ornamentos al alcance de cualquier constructor medianamente avispado.
Hay joyas firmadas, además de todo el anonimato atendible. Los arquitectos Sánchez, Lagos y de la Torre tienen un par de edificios emblemáticos entre los que está el Kavanagh frente a la Plaza San Martín, que es de un decó librado de todo ornato y, por lo mismo, más Moderno. En las antípodas, o sea el decó más sobrecargado de imágenes que vi, está el Palacio Minetti, de los arquitectos Gerbino, Schwartz y Ocampo (si van a Rosario no dejen de visitarlo, queda en la peatonal Córdoba 1452). Ahí todo está abundantemente lleno del imaginario maquinista: hay frisos en los fustes de las columnas, en las bases de vigas, en los cielorrasos.
Otro ejemplo argentino es Alejandro Virasoro, el de la hermosísima Casa del Teatro de la avenida Santa Fe. Otro, Andrés Kalnay, el de la Cervecería Munich de Costanera Sur (y decenas de viviendas). 
Consulté al escritor y amigo uruguayo Fernando Loustaunau Braidot, Director del Museo de Artes Decorativas de Montevideo y me nombró sus edificios favoritos en una lista interminable como de casamiento. Lo hago quedarse con dos y me destaca el Palacio de la Cerveza, luego IASA, en el barrio Goes y el edificio Tapie al comienzo de la calle Constituyente del barrio Cordón.  
A Fernando el decó le gusta por lo mismo que a mí. “Tenemos un estilo dirigido a un público de recursos moderados, que dio buenos ejemplos tanto en zonas prósperas como en barrios de inmigrantes y clase media. Estos fenómenos acontecían en el marco de un welfare state o estado de bienestar”. Es que el surgimiento del decó coincide, además, con la expansión explosiva Hollywood, con sus estrellas intocables y sus mundos suntuosos y fantásticos. Un estilo decente que te hacía quedar ante tus vecinos como un futurista por poca plata. Un estilo que abarcaba el diseño de rejas, de paisaje, de mobiliario, de gráfica y objetos como ningún otro. Y lo más importante de todo: a media voz, decorando las casas, los carteles, las revistas y la ciudad sin gritar, ni dañarla.

Modesta y silenciosamente, como tiene que ser.

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