En los 80 hicimos, con Carlos Marinic y
Mónica Zgaib, dos números de una publicación que se llamó “El Pasaje”. Fue una
revista de arquitectura con una contradicción: las imágenes no se veían bien,
la impresión era malísima y el papel era una berretada. Le pusimos ese nombre
porque, a nuestro criterio, los pasajes, cualquier pasaje de Buenos Aires,
encierra esa misma contradicción. Los reconocemos como lugares en los que nos
querríamos quedar a vivir, pero el nombre te dice “pasá de una vez, dale”. El ¿paso o me quedo? era igualito al ¿la guardo o la tiro? que provocaba
nuestra revista llena de contenidos, pero invendible por lo rara. Los pasajes
de Buenos Aires se dan el lujo gratis de ser calles extrañas, dignas de
visitarse.
En esta sección que hoy empieza vamos a
visitar las anomalías urbanas de nuestra ciudad. Manzanas con plazas en su
interior, complejos habitacionales que atraviesan tejidos, maravillosos cul de sac. Y pasajes, que es lo que más
hay. Ancón, De la Piedad, Del Signo, Discépolo, Virasoro, San Mateo, Miguel de
Unamuno, Pedro Arata, Anasagasti, Ravignani.
Para ampliar las contradicciones
empezaremos por Gorostiaga, entre la Avenida Cabildo y Zapata. Ya sé: Gorostiaga continua. No es un
pasaje, dirán los puristas. Yo respondo por eso: el tramo elegido es más pasaje
que otros que ostentan un nombre solamente para titular cuadra. En algún
momento de la historia Anasagasti se llamó Guise, y fue mucho más larga. Como
veníamos diciendo al principio: los nombres de las cosas a veces se equivocan.
Si a la revista la hubiéramos titulado “La
calle” en lugar de “El pasaje”, tal vez habría seguido hasta hoy.
Aquí estamos, Gorostiaga. Vamos por vos.
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