En
el año 2007 conformé un grupo de trabajo junto al arquitecto Sebastián
Marsiglia para estudiar los monumentos erigidos en el mundo en memoria del
Holocausto Judío, o Shoá. Nos interesó entre todos los genocidios de la historia
por ser el que tiene más bibliografía
editada, y por estar representado en cantidad de memoriales y museos, muchos de
los cuales habíamos visitado alguna vez
en nuestros viajes.
Los
museos y monumentos de la Shoá mantienen siempre una especie de contradicción
de tamaño entre el espacio representativo, metafórico, generalmente enorme, y
los objetos a exhibir, casi siempre de pequeño formato. Peter Eisemann enuncia
la falta de diálogo entre ambos elementos en el discurso escrito para su
memorial urbano en Berlín. La ampliación del Museo Judío de Libedskin es
genial, pero no resuelve el conflicto: tiene gigantescos vacíos irregulares que
relatan plásticamente y con efectividad la angustia de la existencia y el tema
de la muerte, pero cuando esos espacios son ocupados por objetos domésticos
rescatados de los campos de concentración, el arquitecto se ve obligado a
recurrir a vitrinitas.
El
caso es que la presencia de estos sencillos objetos (valijas, cartas, fotos,
zapatos, utensilios, ropas, libros) es fundamental porque decanta la memoria
social en memoria individual; nos habla de personas como nosotros, pero que
dejaron de existir en medio de atroces castigos: persecución, tortura,
vejaciones, cárcel, fusilamientos. La actualidad de la presencia de estos objetos,
parecidos a las que todos nosotros utilizamos diariamente, es una indicación
del peligro de que la catástrofe pueda ocurrir de nuevo, en cualquier momento,
en cualquier sociedad. La visualización de estos objetos tristes es fundamental
para entender el Holocausto u otro genocidio de la humanidad.
Nuestra
investigación derivó en algunas ideas que nos sirvieron para ganar, en agosto
de 2009, el Primer Premio del concurso internacional para la realización de un
monumento conmemorativo de la Shoá, a construirse en la Ciudad de Buenos Aires.
En el año 2011 el Gobierno de la Ciudad inauguró una cuidada plaza de la Shoá,
en terrenos del ex paseo Marcela Iglesias, frente a los arcos de la Infanta. A
fines del 2012 el Ministerio de Cultura de
la Nación a través de la Secretaría de Industrias Culturales, junto a la DAIA, representada por el señor
Aldo Donzis, pusieron allí la piedra fundamental. Las obras están a punto de
comenzar, y esta noticia es la primicia que quiero contarles.
Diseñamos
con Marsiglia un muro de treinta y nueve metros de largo, incrustado sobre el
terraplén del ferrocarril. La idea es que no tome una posición central en el
paisaje, queríamos que simplemente acompañara el recorrido de la plaza. El muro
está formado por una serie de piedras de hormigón que contienen una colección de objetos de la vida cotidiana
de una persona. Los objetos están vaciados en el material, y a la vista se
muestran como ausencias que han dejado sus huellas en la piedra.
Cada
piedra contendrá la marca de un solo tipo de objeto. Si se trata de utensilios,
el hormigón será colado sobre cucharas, cuchillos, tenedores, platos, jarras,
budineras. Si son elementos de aseo, la colada se realizará sobre peines,
peinetas, cepillos, broches, afeitadoras. En el caso de ropa se considerarán
calzados, almohadones, cinturones, camisas, vestidos, carteras, anteojos. Habrá
computadoras, celulares, libros, electrodomésticos, herramientas. El negativo
de los objetos cotidianos sobre la piedra conforma una especie de fósil urbano
de alta sugerencia. Delata la vida humana a través de las cosas de uso, pero
dejándolas a un lado.
La colección de ausencias realiza una
transferencia de memoria. El paseante será quien recuerde la memoria de una
ciudad, de cientos de existencias. Una operación de deshielo para la
petrificación de los recuerdos. Aprendiendo de Jochen Gerz, hemos intentado producir
un monumento que recuerde el olvido.
Como
artistas nos interesan las relaciones entre nuestra existencia y la existencia
total, las conexiones entre el ahora y lo que pasó. Por eso este monumento no
sólo se refiere a la Shoá, sino que intenta crear un alerta para que nunca
más haya un genocidio en el planeta.
Recordar es una actividad
vital que da identidad a nuestro pasado y define nuestro presente. La memoria
es selectiva: un complejo sistema dialéctico entre el olvido y el recuerdo. Las
memorias personales y las memorias sociales están siempre sujetas a
construcción, a negaciones, a represión. Son borrosas e imperfectas; no
permanentes. En las sociedades modernas, la memoria colectiva se negocia en los
valores, las creencias, los rituales e instituciones del cuerpo social.
La
metáfora es la de la memoria impresa en la piedra. Cientos de memorias
individuales que arman el avatar colectivo de un pueblo, que es a la vez todos
los pueblos.
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