5.7.13

MONUMENTOS / MI QUINTA MEMORIA, QUE NO SALIÓ EN LA REVISTA

En el año 2007 conformé un grupo de trabajo junto al arquitecto Sebastián Marsiglia para estudiar los monumentos erigidos en el mundo en memoria del Holocausto Judío, o Shoá. Nos interesó entre todos los genocidios de la historia por ser el que  tiene más bibliografía editada, y por estar representado en cantidad de memoriales y museos, muchos de los cuales  habíamos visitado alguna vez en nuestros viajes.
Los museos y monumentos de la Shoá mantienen siempre una especie de contradicción de tamaño entre el espacio representativo, metafórico, generalmente enorme, y los objetos a exhibir, casi siempre de pequeño formato. Peter Eisemann enuncia la falta de diálogo entre ambos elementos en el discurso escrito para su memorial urbano en Berlín. La ampliación del Museo Judío de Libedskin es genial, pero no resuelve el conflicto: tiene gigantescos vacíos irregulares que relatan plásticamente y con efectividad la angustia de la existencia y el tema de la muerte, pero cuando esos espacios son ocupados por objetos domésticos rescatados de los campos de concentración, el arquitecto se ve obligado a recurrir a vitrinitas.
El caso es que la presencia de estos sencillos objetos (valijas, cartas, fotos, zapatos, utensilios, ropas, libros) es fundamental porque decanta la memoria social en memoria individual; nos habla de personas como nosotros, pero que dejaron de existir en medio de atroces castigos: persecución, tortura, vejaciones, cárcel, fusilamientos. La actualidad de la presencia de estos objetos, parecidos a las que todos nosotros utilizamos diariamente, es una indicación del peligro de que la catástrofe pueda ocurrir de nuevo, en cualquier momento, en cualquier sociedad. La visualización de estos objetos tristes es fundamental para entender el Holocausto u otro genocidio de la humanidad.
Nuestra investigación derivó en algunas ideas que nos sirvieron para ganar, en agosto de 2009, el Primer Premio del concurso internacional para la realización de un monumento conmemorativo de la Shoá, a construirse en la Ciudad de Buenos Aires. En el año 2011 el Gobierno de la Ciudad inauguró una cuidada plaza de la Shoá, en terrenos del ex paseo Marcela Iglesias, frente a los arcos de la Infanta. A fines del 2012  el Ministerio de Cultura de la Nación a través de la Secretaría de Industrias Culturales,  junto a la DAIA, representada por el señor Aldo Donzis, pusieron allí la piedra fundamental. Las obras están a punto de comenzar, y esta noticia es la primicia que quiero contarles.
Diseñamos con Marsiglia un muro de treinta y nueve metros de largo, incrustado sobre el terraplén del ferrocarril. La idea es que no tome una posición central en el paisaje, queríamos que simplemente acompañara el recorrido de la plaza. El muro está formado por una serie de piedras de hormigón que contienen  una colección de objetos de la vida cotidiana de una persona. Los objetos están vaciados en el material, y a la vista se muestran como ausencias que han dejado sus huellas en la piedra.
Cada piedra contendrá la marca de un solo tipo de objeto. Si se trata de utensilios, el hormigón será colado sobre cucharas, cuchillos, tenedores, platos, jarras, budineras. Si son elementos de aseo, la colada se realizará sobre peines, peinetas, cepillos, broches, afeitadoras. En el caso de ropa se considerarán calzados, almohadones, cinturones, camisas, vestidos, carteras, anteojos. Habrá computadoras, celulares, libros, electrodomésticos, herramientas. El negativo de los objetos cotidianos sobre la piedra conforma una especie de fósil urbano de alta sugerencia. Delata la vida humana a través de las cosas de uso, pero dejándolas a un lado.  
         La colección de ausencias realiza una transferencia de memoria. El paseante será quien recuerde la memoria de una ciudad, de cientos de existencias. Una operación de deshielo para la petrificación de los recuerdos. Aprendiendo de Jochen Gerz, hemos intentado producir un monumento que recuerde el olvido.
Como artistas nos interesan las relaciones entre nuestra existencia y la existencia total, las conexiones entre el ahora y lo que pasó. Por eso este monumento no sólo se refiere a la Shoá, sino que intenta crear un alerta para que nunca más haya un genocidio en el planeta.
Recordar es una actividad vital que da identidad a nuestro pasado y define nuestro presente. La memoria es selectiva: un complejo sistema dialéctico entre el olvido y el recuerdo. Las memorias personales y las memorias sociales están siempre sujetas a construcción, a negaciones, a represión. Son borrosas e imperfectas; no permanentes. En las sociedades modernas, la memoria colectiva se negocia en los valores, las creencias, los rituales e instituciones del cuerpo social.

La metáfora es la de la memoria impresa en la piedra. Cientos de memorias individuales que arman el avatar colectivo de un pueblo, que es a la vez todos los pueblos. 

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