“En Centroamérica ya no hay librerías fuera de los shoppings (malls). En uno de esos shoppings centroamericanos firmé ejemplares al fondo del local de una librería. De pronto le llega el turno a una mucama (empleada doméstica) de uniforme; con delantalito de puntillas y cofia.
"Me puede firmar el libro", me dice.
"¿Cómo no? ¿Cómo te llamas"
"No, no es para mí. Es para mi patrona", dice, señalando hacia afuera.
Y veo, al frente del local, una señora rubia y delgada de anteojos negros que se hace la desentendida, cargada de bolsas, flanqueada por dos niñas iguales, de anteojos negros y bolsas, todas mirando los carteles de las marcas de otros locales.
Pasado el raro trance, lo publico en Facebook y claro, todos los "amigos" virtuales, me preguntan, escandalizados: "¿pero vos se lo firmaste?" Y hasta proclaman dedicatorias más o menos contestatarias, más o menos ofensivas, que ellos, claro, hubieran puesto.
Yo, para levantar un poco mi propia imagen, pienso mentir: No lo hice porque a la mucama podía costarle el trabajo.
Pero la verdad es que me excedió la situación y obedecí.
Sabiendo que la señora no lo iba a leer. Que la mucama y yo éramos dos cosas más del gran shopping del mundo. Y que pensar no era lo que el gran Dios Mall había pensado para nosotros.”
En Matavilela
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