26.3.13

SECRETO Y OJOS


El biólogo Diego Golombek escribió hace unos años un libro imperdible sobre conciencia y cerebro titulado Cavernas y palacios. En él detalla un experimento perceptivo muy extraño basado en el gato de Cheshire de Alicia en el país de las maravillas. La historia de Carroll nos cuenta que el animal desaparece ante los ojos de la niña, dejando solamente su sonrisa como recuerdo. Diego nos invita a fabricar el gato con tres elementos: un espejo de mano, una pared blanca y un amigo.
Tenemos que sentarnos frente a nuestro amigo, quieto como una foto. La pared está a la derecha. Con la mano izquierda apoyamos el borde del espejo sobre el eje de simetría de nuestra nariz, con la parte espejada apuntándole a la pared. “Ahora habrá que rotar el espejo unos 45 grados hacia el muro –escribe Golombek–, de modo tal que el ojo derecho vea la imagen blanca, mientras que al izquierdo no le quede otro remedio que ver al amigo que está enfrente. Si ahora movemos la mano derecha por la pared (como borrando un pizarrón) veremos cómo partes de la cara del amigo desaparecen.”
Lo hice dos o tres veces sin resultado; cambié de tamaños de espejo, de ángulos, de distancias, de amigos. Cuando ya me daba por vencido, pasó. El susto es inolvidable. Golombek explica que los ojos informan acerca de partes del mundo ligeramente diferentes a un cerebro que es el encargado de combinar la data. Con el espejo rompemos la integración, haciendo que cada ojo vea cosas distintas. La percepción visual, especialmente sensible a los movimientos, elige hacer énfasis en el dato de la mano moviéndose más que en nuestro amigo quieto, borrándole las facciones en el aire. Como al gato, los ojos son lo anteúltimo que se borra. Lo último, la sonrisa.

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