18.12.12

FIEBRE / SILVIO MATTONI

Cuatrocientos cincuenta instantes, ella
durmió con la cabeza entre mi cuello
y mi pecho. Respiraba agitada
por la fiebre y en su ronquido rítmico
yo intentaba escuchar qué pasaría
con el sueño, con la enfermedad. Pero
¿soñaba acaso sin palabras sobre
una almohada de huesos, mi clavícula?
“Quisiera preguntarle al gran espejo
libre de gripe, a la velocidad
de tus meses de vida, que ahora oprimen
apenas mi garganta, qué será
de vos mañana, pasado, de aquí
en veinte o cuarenta años, cuando yo
no pueda sostenerte y lo que digas
dependa de otro mundo.” Traté entonces
de dormir: imágenes desconocidas
y signos dibujados por detrás
de los párpados sobre la pared
en mi noche secreta. Sólo supe
que no me traerías pesadillas
y que pesabas menos que una pluma.

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