Salimos a
ganar, esa es la pura verdad. En el equipo blanco había uno peinado con gel que
quería jugar y filmar al mismo tiempo, y el comandante era un soldado alto que se
hacía el macho pero se lo veía muy metrosexual, con el pelo recogido en un
rodete. La novia lo seguía a dos pasos de distancia para sacarle fotos a su
amor. Había otro rival con barba candado… ¿qué soldier se deja una barba candado? En mi propio estudio de
arquitectura no toleramos hombres ni con Crocs, ni con barba candado, con eso
les digo todo. Menos que menos en una guerra… Uno solo tenía actitud, el de
rulos con cara Universidad de Palermo, y nada más porque gritaba un poco. Mi
plan inmediato, antes de conocer el resto de las consignas, fue barrerlo para
demolerles la moral.
Nosotros
los azules, en cambio, winners: nos
untamos la cara con caca de rotwailler antes de entrar al campo. Carlos
disparaba fumando Parisién sin filtro. Sebas te volteaba nomás con el olor a
chivo. Y Kike, bué. A Kike los rivales lo vieron mientras se ponía
el overol: tiene tatuajes tumberos por
todo el cuerpo. Tiene el dado. La espadita. La araña pollito. La v de Nike (pero
no la cheronca, sino la de verdad). Shasduit
jevi.
Yo comandé.
Los destrozamos sin esfuerzo ni compasión. Y después nos tomamos todos los tragos
que les ganamos. Al pibín de la orga paintbol le dieron lástima y decidió
otorgarles un pequeño triunfo al honor… ¡Honor! ¡A ese grupo de bailarinas!
Debe ser porque eran los que pagaban. También tenemos ese trofeúcho, aunque es
bien pedorrón, de güevo Kinder. Lo robó Carlos de la mochila del comandante de
los blancos cuando se distrajo para escuchar la conferencia de Lee Anderson.
Somos los
peores, la resaca de la humanidad. Malolientes, sanguinarios, valientes. Azules como el cielo de mi patria amada,
defendida en Viecnan.
Azules como Viagras.