Yo llegaba de Retiro, cuando venía de las casas;
no era por hacerme el vivo que me iba al Italpark.
Bajaba del colectivo, caminaba aquellas cuadras,
dejaba la valijita y empezaba a garufear.
A girar la vuelta al mundo sin salir de la Argentina,
entrar en el tren fantasma, ni siquiera pestañar.
Como dijo aquel morocho, oriundo de Lobería:
el comunismo a la rusa le da gas pa´funcionar.
Me decías payuca, me decías pajuera,
pero te pasié en cisne por un mundo mejor.
Y el pájaro de plástico en el que ibas sentada
fue el testigo inocente de nuestro gran amor.
Iba en esos cochecitos que eran una maravilla,
manejar esos autitos, flipando velocidá.
Y chocar a los de Almagro o Esteban Echeverría,
yo que soy de Olavarría, no se puede comparar.
El super ocho y el samba, qué gran deleite del alma.
La calesita que rota sin perder integridá.
Y las sillas voladoras, y la piragua que flota,
no vale ni hacer la cuenta, pucha que bronca que da...
Me decías payuca, me decías pajuera,
pero te pasié en cisne por un mundo mejor.
Y el pájaro de plástico en el que ibas sentada
fue el testigo inocente de nuestro gran amor.
Para quién es ese parque en las orillas del Tigre
-¿qué quieren que haga, que emigre, para poder ir allá?-
Con entradas pa´bacanes y boletos de cien pesos
¿quién va a ir, dígame eso? Me dan ganas de llorar.
Itapark, quiero saberlo: el motivo de tu raje
de aquel predio tan gomía que fue pura sensación.
Ahora vamos a Retiro y directo pal trabajo
sin un gusto, sin la fiesta, para los del interior.
Me decías payuca, me decías pajuera,
pero te pasié en cisne por un mundo mejor.
Y el pájaro de plástico en el que ibas sentada
fue el testigo inocente de nuestro gran amor.
(letra: Gustavo Nielsen, música: Darío Landi)