Ellos lo saben todo. Te preguntan “¿cómo la pasó?” porque
saben que es tu último día. Me van a ver cuando me lleve todos los frasquitos
de dulce de leche y de rosa mosqueta. Sé que es legal hacerlo, pero los escondo
como si me los estuviera robando. Los voy a necesitar en Barracas, cuando el
Llao Llao sea sólo un sueño que pasó.
De cada tres personas que se acercan a la mesa del
breakfast, una pide algo que no hay, y la pobre moza tiene que salir corriendo
a conseguirlo. Me pregunto cómo hacen para descubrir, en esta copiosa mesa, lo
que falta. Es como saber que tu hermano no está en la manifestación, porque
llegaste y no lo viste. Yo seguro que trato de pedir algo que no veo y la moza
me lo encuentra en la mesa. Estaba ahí nomás, bien a la vista, delante de los
ojos de todos.
El gordo que está con la rubia despampanante me mira con
ojos de decirme “boludo, por más que te esfuerces nunca te vas a parecer a
nosotros”. La pura verdad. Los frasquitos me abultan en los bolsillos. Van a
hacer tintín cuando le de la mano al
jefe de mozos, ese que de tan gaucho te aprieta fuerte y te sacude el cuerpo
con el saludo, en señal de afectuosa despedida.