Por un lado está Mel Krieger, un famoso
pescador norteamericano, de esos que hacen de la pesca con mosca un arte
cercano a la meditación zen. Fundó escuelas en España, Islandia, Chile y
Argentina. Un tipo enamorado de Esquel, de Zapala y Junín de los Andes, que se
pasaba los años en el sur, con sus cañas y su silencio. Por otro lado, Diego
Ortiz Mugica, el otro personaje de esta historia: un fotógrafo argentino que
trabaja en la Patagonia. Sus fotos forman parte de la colección permanente del
MNBA. Es mosquero como Mel, y
comparte sus amores locales: los paisajes, la paz de los lagos. Bueno, decir
que es igual de mosquero que Mel tal
vez sea una exageración: Diego es, ante nada y como tantos otros pescadores del
mundo, un admirador de la técnica del americano.
Un día Diego estaba en su estudio de
Bariloche y recibió una llamada. “Hola, soy Mel Krieger”. No le creyó. “Y mi
abuelita es un salmón”, contestó, antes de cortar. Por suerte era un día de
buen humor para Mel, que volvió a marcar el número del fotógrafo. Creo que
entre ambos llamados hubo un mail de un amigo de Diego para avisarle que lo
estaba buscando el idealizado pescador. Casi se muere por el bluff.
Mel quería que Diego le hiciera el
testamento fotográfico. Le habían diagnosticado un tumor cerebral. Así le dijo.
Diego aceptó, sin saber todavía que los próximos dos años de su carrera los iba
a tener que emplear en el trabajo diario de seguirlo como una sombra. Como la
sombra de una trucha plateada sobre el fondo límpido de un lago. El producto es
un hermoso libro de grandes fotos en blanco y negro titulado “Fly Fishing
Moments”.