23.3.12

LA AMABILIDAD DE LOS HOTELES / EL LLAO LLAO EN VIVA


Al XIII Premio Clarín de Novela le debo varias delicias de mi vida de escritor, pero sobre todo le debo dos relacionadas a mi mundo de arquitecto: conocer los edificios de Alejandro Bustillo que se estudian en la Facultad. Uno es el Hotel Provincial de Mar del Plata, al que asistí para dar una conferencia. Aunque era verano y estaba en La Feliz, me pasé todo el tiempo recorriendo el edificio. Los interiores resultaron buenos, pero el fuerte de esta obra sigue siendo su afuera: la plaza central. Para entender el Provincial no es imprescindible quedarse a dormir. No pasa lo mismo con el Llao LLao. Para entender el Llao Llao hay que hospedarse, como mínimo, un par de noches .
Fui invitado a la Residencia Creativa Interzona en agosto de 2011. La experiencia reunió en el Ala Bustillo a 6 escritores para que, en una especie de encierro de lujo, contáramos nuestras “Historias de hotel”. El producto final fue publicado por la editorial. Se puede leer ahí un relato hilarante de Robertita, un suelto melancólico de Arturo Carrera, una de suspenso de Edgardo González Amer, un policial de Ariel Magnus, un enigma literario de Sergio Chejfec y  una colección de microcuentos de mi autoría. Descansamos, comimos rico, paseamos por paisajes nevados y afianzamos lazos literarios, de esos que sin estas experiencias dejarían de existir en la soledad de nuestro oficio.
Fui tres veces. La primera, como dije, trabajé de escritor. En la segunda pernocté en el Ala Moreno, más moderna, y aproveché todo lo que sucede en el agua: la pileta fundida en el paisaje del Nahuel Huapi para hacernos creer que estamos en un sector climatizado del lago. También anduve en kayak, desde la Bahía Spiguel hasta la isla Conejas. En la tercera vez miré mis pantuflas, que dicen Golf y Spa, y le pregunté a Mirna, la encargada de la recreación, por qué nadie me había ofrecido hacer esas dos cosas imprescindibles.  “Nunca vi mentir a una pantufla”, afirmé.
El hotel fue tres veces diferente. Lo que se repitió fue la mullidez de sus almohadas, el exquisito perfume a manteca de las medialunas de los desayunos, la versión lounge de Rubias de New York sonando en el comedor, las lavandas del shower gel, la atención de los camareros, el crujir de las escaleras debajo de las alfombras. La amabilidad del Llao Llao que te hace pensar que toda la gente que aquí te recibe, desde los guest relations hasta las mucamas, son tus amigos disfrazados  que te estuvieron esperando todo este tiempo, y que están chochos porque volviste.

EMBOCARLA ES EL OBJETIVO DE ESTE DEPORTE
Esa es la impresión  que me queda después de que Marcelo, el instructor de arquería, me explica la semejanza de los tres deportes a los que destinaré mis próximas tardes, mientras tenso el arco, con la flecha apuntando hacia un globo. Estamos en el anfiteatro, se ve el edificio viejo asomando allá arriba, por lo que me prometo regresar para hacer un croquis. Nos acompaña Esteban, de marketing, que termina reventando más globos que yo. Los otros dos deportes son el golf y el golf crossing, una variante inventada en Australia para justificar el uso universal de las pelotas con forma de aceituna, y los arcos con forma de H. Los arcos son como antenas parabólicas sembradas sobre el parque.
Héctor se ofrece a hacer algunas fotos. Me dice que lo encuentre en el Club House. Llega manejando un auto eléctrico. Salimos con 2 bolsas. Recorremos los 18 hoyos de la cancha para que me vaya ambientando. Es un hermoso día de sol. Se ve el cerro López, el Tronador, la precordillera de los Andes. Llegamos a un lugar panorámico y Héctor dice “yo saco las fotos, vos posás”. Le digo que nunca jugué al golf. Se ofrece a darme la primera clase. Mis primeras clases de cualquier experiencia deportiva siempre fueron un bochorno. Me cambia la remera por la suya, que es de golfista. Me presta también una gorra pochito que dice Llao Llao. Agarro el palo. Contra todo lo que creo, no hago un papelón. Le digo que parece fácil y él me dice que el golf es un deporte tan amigable que siempre funciona en los primeros swings, para que te den ganas y vuelvas. Me saca unas fotos practicando, se prende en unos tiros y me sugiere que me anote para el golf nocturno.

AL AVISTAJE
No esperaba demasiado de la caminata con avistaje de aves, comparado con remar en el lago sonaba a chiche a cuerda al lado de una playstation, pero Zulema se presentó con su sonrisa a prueba de balas, más la guía de pájaros argentinos de Tito Narosky y dos juegos de prismáticos, y lo que pintaba como apenas un descanso se volvió una aventura. Zulema es de Buenos Aires, sin especificar barrio. Vino a Bariloche a mirar pájaros, y se quedó. Vimos unos gansos llamados Cauquenes, una colonia de Macás, un Fio Fio. Escuchamos a los Chucaos  y a los Zorzales. Paseamos por un bosque de Colihues y otro de Arrayanes. Encontramos un Maitén lleno de colibríes. Zulema me explica que se acaba de dar la floración masiva de la Caña Colihue, un episodio que se produce cada cincuenta años (la floración común es cada veinte), y se esperaba una invasión de ratas colilargas que no sucedió. La ceniza volcánica colaboró en la no proliferación. Una buena para anotarle al volcán. Me indica una isla en la que hay una pareja de Gaviotas Cocineras, para que la siga con los prismáticos. Todo le resulta asombroso. Esta chica contagia alegría. Me explica que el Llao Llao es un fruto de un parásito del Colihue y quiere decir, en idioma aborigen, Dulce Dulce. Me dan ganas de mirarle la sonrisa con los prismáticos, pero para eso debería estar lejos, y la verdad es que la prefiero a mi lado. Por lo menos hasta averiguar cómo se sale de esta selva.
Ceno solo en el Club House del Golf. El menú es Fondeau de cuatro quesos. Hay una entrada antes, pero paso. Ponen pan, manzanas, salchichas, panceta, verduras cortadas. Es raro comer una fondeau en soledad. Si se te cae el pan adentro, nadie te va a cobrar la prenda. Me da un poco de vergüenza, veo que al mozo también. Por suerte está Diego Ortíz Mugica, el fotógrafo del famoso pescador Mel Krieger, y contactamos rapidísimo. Está por salir a jugar golf nocturno con su gente. Me invita, lo sigo. Le digo a Alejandro, el instructor de la noche, que prefiero mirar todo lateralmente, para no molestar. Me dice: “vas a molestar menos en el field”.  Me ubica en un grupo con Sandro y Nelson, que están a punto de acabar un juego. Sandro vende autos en la Capital, Nelson es fotógrafo amateur. La pelotita es anaranjada y tiene luz adentro. En el aire de la noche es una brasa disparada. El hoyo 2 viene con una trampa de arena inmensa, la vemos porque está rodeada de pequeñas luces rojas que indican el peligro. El green está marcado con luces verdes y el fairway con celestes: parece una pista de aterrizaje. Sandro me acerca un palo y me da indicaciones para que juegue el hoyo 3. Suerte de principiante: hago bogey, lo que quiere decir que me pasé solamente un golpe de los mínimos sugeridos. Nos vamos a comer duraznos al malbec con crema americana al restó de los quesos, para festejar.

LA FELICIDAD FEMENINA DEL SPA
En el Health Club me atiende Gabriela, una masajista de Caballito convertida en fan de Bariloche. “Venía y venía: un día me quedé”, dice. “Habrá sido por amor”, le digo.
- Por amor al paisaje.
Después me dice si quiero masaje descontracturante suave o fuerte. Me hago el macho y pido fuerte. A medio masaje me arrepiento. Tengo muchos nudos. Ella también se arrepiente un poco de su respuesta tímida y agrega que acerté, que está casada con un camarero. El Llao Llao, al fin y al cabo, es como su casa, adonde ha pasado muchos años, y donde la han tratado bien. Pienso que ese era el objetivo de Bustillo: un hotel para pasar larguísimas temporadas, casi para vivir. Por eso tiene una calle interna con restaurantes, peluquería, comercios. La idea era que viniera Bioy Casares, se quedara una nevada completa y todas sus necesidades se vieran cubiertas con lujo y comodidad. Me levanto de la camilla hecho un fleco con olor a Mentoplus. Pensaba tomar una clase de pesca con mosca, pero lo cambio por el sauna.
Los hombres que salen del sauna parecen derrotados. Se les caen las toallas. Me pregunto cómo vamos a sobrevivir para llegar al Happy Hour de las siete y media en el Lobby Bar. Hoy es de Jack Daniels. Te dejan tomar gratis todos los tragos de la bebida del día, y las demás se pagan la mitad. Adentro del sauna hago control mental para poder superar la paliza de Gabriela y concentrarme en los copetes que vendrán.
La segunda masajista que me toca se llama Emilce. Es la primera nyc que conozco: “nacida y criada” en Bariloche, como ella misma se define. Dice que las demás son vyc, “venidas y criadas”. No pregunta si quiero fuerte o despacio. Me hace acostar en la camilla y me empieza a untar en aceites con hierbas concentradas. Lavandas, geranio y ciprés. La untada se llama hidratación; el masaje que me va a dar es desintoxicante. Después me pide que ingrese a una máquina con nombre de Manga japonés: el Ionozón. Es una especie de cápsula con un asiento adentro. Ella cierra el cofre, en un acto de falsa prestidigitación. Solamente la cabeza me queda afuera. El interior empieza a caldearse con vapor y ozono, hasta llegar a los 42 grados. El paisaje que hay en la ventana, digamos el cerro Catedral, ya es relajante de por sí. Imagínenselo con todo este agregado. Al salir comienza el meticuloso masaje. Como Gabriela, me encuentra un montón de nudos. Le digo que me voy a encomendar a la Virgen de los Desatanudos. Se ríe. El masaje se llama “fitobain” y sirve para terminar de extraer las impurezas. Las cremas son relajantes, francesas.
Emilce me indica que tengo que volver mañana a las 12 por un facial. Me suena a porno soft; me muestra la máquina para que no me espante. Temoforesis y cepillado para matar a todas las bacterias de la cara, promete. No me animo a decirle que amo a mis bacterias. Sé que después de todo esto voy a servir apenas como metrosexual, nunca más el macho que fui. Le doy un beso y salgo a comer truchas ahumadas.

LA COCINA DEL LLAO
Pero no como ninguna trucha porque el Chef del Hotel, mi amigo Federico Domínguez, me saca del Llao. “Vamos a Blest”, dice, la cervecería de unos conocidos suyos. El masaje desitoxicante me ha dejado en el cuerpo el efecto casi levitatorio de una leve borrachera, que es hora de reemplazar por una borrachera de verdad. En la cervecería artesanal tomamos una jarra de roja y una de negra. Los dos odiamos la stout, porque le agregan caramelo.
Le confieso que, esté donde esté -Barracas, Unquillo, Nueva York-, pienso en la palabra salmónidos y se me hace agua la boca. Le echo la culpa por ese reflejo condicionado, que adquirí la primera vez que degusté su exquisita “ensalada de salmónidos”, una de las entradas de la carta del Restaurante Patagonia.
Federico y su equipo de cocineros le dan de comer a novecientas personas por jornada. Mitad empleados, mitad pasajeros. Me confiesa que cuando ganaron el premio Hotelga 2011, el concurso de chefs de la Argentina, utilizaron mis croquis en la carpeta de presentación. “Para que nos trajera suerte”. El menú ganador es una sofisticada sopa de calabaza, un turnée de cordero con crocante de quinoa y una pelotita de golf de quesos sobre un field de algas. “Mis dibujos son tuyos”, le digo. Brindamos.
A pesar de que en esta estadía volví a elegir casi únicamente pescados crudos, el menú del Llao Llao también es fuerte en corderos, ciervos, jabalíes, frutos rojos y chocolates. Federico me pide que destaque eso. Mis otros platos preferidos fueron el “salmón cocido a baja temperatura con salsa mediterránea”, la ”sopa de tomates asados y langostinos” y el “risotto de frutos de mar con azafrán”.
Mi impresión, desde que estoy a un paso de los cincuenta años, es que para ser feliz se precisan muy pocas cosas lindas, pero si hay más, no importa. El más es el happy hour de la existencia, el Llao Llao de nuestras vidas.