18.10.11

CONDOMINIO EN EL MAMBA / BA 2011


Podemos habitar un condominio entrando con el auto hasta nuestro garaje, haciendo asados solamente para la familia, regando los árboles propios, sin saludar a nadie. O podemos disfrutar la pileta de todos, hacer gimnasia en el play room comunitario, festejando cumpleaños en otras casas; compartiendo salidas, películas, distracciones con el barrio. Saludando a los vecinos. 
Normalmente estas duplicidades ocurren hasta con las cosas más feas de la realidad. La basura, por ejemplo: ¿será un inconveniente o una posibilidad,  una molestia o algo útil? A veces es una fuente de infección; en ocasiones, de trabajo, de expresión. Podemos esconder, enterrar y quemar basura o transformarla en energía y en materiales de construcción. Y  exhibirla en un museo, convenientemente combinada, armando objetos singulares. En esto va la mano del artista.
El condominio que vemos está habitado por arquitectos que son amigos. Gente que se encuentra para dibujar, que se asocia y respeta. Hoy se propusieron trabajar con desechos urbanos. Cada uno hizo la suya, con cosas que encontraron tiradas, y armaron un relato conjunto que nombra a Buenos Aires sin deletrear su nombre. No son construcciones autistas,  los siete participantes hablan de lo que saben. Como lo que saben es la ciudad, lo que se ve es un consorcio feliz. Urbano. Nuestro.
Las torres de Solsona son dos viejas que salieron a barrer la vereda y dicen ¡oh!, frente al satélite chatarra de Sábato, que les cae del cielo sin tocarlas, apenas peinándole las escobas. La naturaleza nace en los árboles de la calle Borghini y en el bosque habitado, intenso, de Frangella. El saltimbanqui de Minond hace un giro en el aire con una silla como única compañía, partiendo desde un cantero para zambullirse de lleno en el follaje. Lo circense después se va a guardar con las esferas de colores en el placar de Testa, junto a las pocas monedas que hayan recibido en los semáforos. Y el descanso del humano llega, por fin,  al living de Bedel, de cortinas y alfombra negras, elegantes sillones desvencijados, whisky, tele y pantuflas.
La ciudad sigue, pero afuera. La vemos desde la ventana.