8.8.11

EDITORIAL REVISTA NOTAS / ARQUITECTURA ESCRITA

-Para saber de arquitectura hay que leer.
Esa fue la primera frase que le escuché decir al arquitecto Miguel Angel Roca cuando apareció, a principios de la democracia, a enseñar en la UBA. Vino con una lista de libros. Yo, que me consideraba un gran lector de todos los temas, no conocía casi ninguno de sus títulos. En mi único año de cursada en dictadura había tratado de averiguar por mis propios medios qué autores se debían consultar para aprender a diseñar. Las únicas respuestas me las dieron los de las técnicas: Somaruga, Sobrevila, Díaz Dorado, Primiano. Los compré, los leí. Llegué a suponer, por entonces, que la arquitectura era la cosa más aburrida del mundo.
Roca vino a abrirme los ojos. La arquitectura era fundamentalmente lo que yo había intuido, lo que yo bien deseaba: la más grande y completa de las artes. Algo genial, divertidísimo, de esas cosas para no envejecer. Una especie de tónico para la vida eterna.
La lista de Roca era corta. Por un lado estaban los libros específicos de la profesión: Forma y diseño, El espacio urbano, Complejidad y contradicción, El sentido del orden, Breve historia del urbanismo, Imagen e idea, La arquitectura de la ciudad, La poética del espacio, De lo rural a lo urbano. Pero también había novelas y cuentos, algunos que ya había leído. Ficciones, La invención de Morel, Las ciudades invisibles. Y otros que no, igual de extraños: El cine según Hitchcock, El elogio de la sombra, Sobre la fotografía, Arte y percepción visual, Madame Bovary, Crimen y castigo.
Teoría e historias mezcladas; poetas, críticos, pensadores, inventores, cineastas, dibujantes y urbanistas reunidos alrededor de un mismo fogón, en la noche del campamento universal.
La idea de este número de NOTAS CPAU es recrear ese intento de lectura complejo y entramado, combinando letras de arquitectos con edificios de escritores. Para explicarlo mejor: arquitectos contando ficción y escritores haciendo arquitectura. Todos hermanos. Por eso tenemos al Corbu o a Erbin recitando poesías, a Koolhas viajando en una pileta llena de agua; a un Calvino urbanista, a Jan, el del Planetario, transfigurado en místico para nombrar lo triangular y a Bradbury rompiéndole a pedazos el edificio.
A Vargas Llosa, a Loos, a Dante, a Palanti.
Quedaron afuera muchos. Borges hablando sobre la eternidad, el cuento completo de Carver que recomiendo buscar en Internet, una conferencia de Baudrillard que quizás salga más adelante, sobre la ausencia que dejan las torres que se fueron. Algo de Merleau-Ponty, de Focault, de Berger, de Barthes. Textos extensos, imposibles de cortar para encajarlos en este número.
Así que va una selección reducida y simpática. Siempre quedan cosas afuera de las enumeraciones, por más largas o precisas que sean. Es como hacer una lista de deseos, de regalos, de gente que uno quiere. Mejor no hacerlas, mejor seguir deseando y queriendo.
Porque se corre el riesgo que me pasó a mí un día, siendo aún estudiante, al agotar la lista de Roca, que era finita y clara. Y quedarme sin nada. Cómo sigo, Miguel, recomendame más, qué me falta leer.
-El resto –dijo él.
-¿Qué resto?
-Todos los demás libros de la historia del mundo.
En eso estoy.

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