Juan Carlos Cibelli, el primer militante que Ariel Hendler cita en su libro, dice que en el nacimiento de la célula revolucionaria FAL (Fuerzas Argentinas de Liberación) eran “cinco pibes de veinte años promedio, no teníamos ni la menor idea de nada y decidimos que íbamos a hacer la Revolución”. Esto pasaba en 1960. Las FAL nacieron antiperonistas, ingenuas, ágrafas. Estaban pegadas a “Los Demonios”, la novela panfleto de Dostoievsky, y se creyeron los demonios de la Argentina. No tenían ni media moneda, y fueron partidarios del concepto de violencia como un problema retórico, que no debía pasar de la teatralidad. Ni un tiro, por decirlo así. El tiempo, la organización y el progreso los “cuaquerizaron”, los llenaron de paranoias, y sufrieron el paso de la política y de los militares en una progresión que casi no tuvo descanso. Con algunos absurdos, por ejemplo seguir conspirando contra el Estado durante el gobierno de Illia.
“Ni nos enteramos de que gobernaba Illia, porque teníamos como norte la Revolución”, admite Cibelli. “Mucho más tarde tomé conciencia de lo progresiva que había sido la distribución de la riqueza en esa época; pero en ese momento no nos planteamos dejar de operar. Primero, porque nuestras acciones eran sin sangre; y segundo, porque nuestro objetivo era la acumulación, no hacer política coyuntural, así que no nos importaba mucho quien fuera el presidente”. ¿Qué acumulaban? Recursos: dinero, armamento, libros y volantes. Lo hacían en operativos bien planeados, a los que le llamaban “recuperaciones”. El cuento de la recuperación de armas en Campo de Mayo de 1969, ingresando mediante vehículos camuflados, no tiene desperdicio. Parece Cine de Súper Acción.
O el del secuestro del cónsul paraguayo Waldemar Sánchez en la Semana Santa de 1970, mientras Stroessner pescaba truchas en el Nahuel Huapi, episodio con el que Graham Greene escribiría su novela más vendida. No es casual que haya pasado esto, porque a la distancia, relatado por sus participantes o reinventado por la prosa inteligente de Hendler, parecen operaciones de ficción. Hasta Onganía nadie se imaginaba muy bien cómo iba a complicarse todo, y la ola de asesinatos que diseminó el Proceso de Reorganización Nacional, que aún seguimos recordando en los juicios vigentes.
Hoy leemos en el correo de la revista “Barcelona”, de vez en cuando, que un lector se queja de una suba en los precios y les increpa: “me imagino que será para hacer la Revolución”. A lo que ellos contestan “Por supuesto, por eso hacemos todo esto”. Y la cosa no pasa del chiste: las subas son por la inflación, no para hacer una revolución.
Los años 70 son una enciclopedia que nos enseña exactamente lo que somos ahora. El libro de Ariel Hendler, preocupado por retratar veinte años de lucha armada a través de la menos conocida de sus organizaciones, viene a llenar un vacío en el relato histórico de modo riguroso y a la vez atrapante.
Un gran libro para los que quieran comprender el tiempo presente de la Argentina.
“Ni nos enteramos de que gobernaba Illia, porque teníamos como norte la Revolución”, admite Cibelli. “Mucho más tarde tomé conciencia de lo progresiva que había sido la distribución de la riqueza en esa época; pero en ese momento no nos planteamos dejar de operar. Primero, porque nuestras acciones eran sin sangre; y segundo, porque nuestro objetivo era la acumulación, no hacer política coyuntural, así que no nos importaba mucho quien fuera el presidente”. ¿Qué acumulaban? Recursos: dinero, armamento, libros y volantes. Lo hacían en operativos bien planeados, a los que le llamaban “recuperaciones”. El cuento de la recuperación de armas en Campo de Mayo de 1969, ingresando mediante vehículos camuflados, no tiene desperdicio. Parece Cine de Súper Acción.
O el del secuestro del cónsul paraguayo Waldemar Sánchez en la Semana Santa de 1970, mientras Stroessner pescaba truchas en el Nahuel Huapi, episodio con el que Graham Greene escribiría su novela más vendida. No es casual que haya pasado esto, porque a la distancia, relatado por sus participantes o reinventado por la prosa inteligente de Hendler, parecen operaciones de ficción. Hasta Onganía nadie se imaginaba muy bien cómo iba a complicarse todo, y la ola de asesinatos que diseminó el Proceso de Reorganización Nacional, que aún seguimos recordando en los juicios vigentes.
Hoy leemos en el correo de la revista “Barcelona”, de vez en cuando, que un lector se queja de una suba en los precios y les increpa: “me imagino que será para hacer la Revolución”. A lo que ellos contestan “Por supuesto, por eso hacemos todo esto”. Y la cosa no pasa del chiste: las subas son por la inflación, no para hacer una revolución.
Los años 70 son una enciclopedia que nos enseña exactamente lo que somos ahora. El libro de Ariel Hendler, preocupado por retratar veinte años de lucha armada a través de la menos conocida de sus organizaciones, viene a llenar un vacío en el relato histórico de modo riguroso y a la vez atrapante.
Un gran libro para los que quieran comprender el tiempo presente de la Argentina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario