"1.Publicaremos únicamente autores que admiremos muchísimo Chiri y yo, y jamás a los que únicamente son mediáticos.
2.La firma del contrato con el autor prescindirá de escribanos, abogados, buitres carroñeros y representantes de cualquier calaña (el supervisor será Comequechu, el pizzero de al lado).
3.La obra tendrá precios razonables en todos los países de habla hispana, sobre todo en aquellos llamados ‘emergentes’.
4.El autor percibirá no el nueve ni el diez, sino el cincuenta por ciento del precio de venta al público.
5.El otro cincuenta por ciento se utilizará para pagar imprenta, logística de envíos y sueldos de diseño, edición y corrección.
6.Los contratos no serán esclavos; después de doce meses, el autor podrá irse a donde quiera sin dar explicaciones ni sentirse atado.
7.Brindaremos al autor herramientas tecnológicas para que pueda revisar las ventas de su obra de manera directa, y cobrar sus royalties semana a semana.
8.Los derechos de la obra pertenecen al autor hasta la eternidad; y si el autor se muere de golpe, o se suicida, o desaparece en un pozo, los derechos pasan a su familia.
9.Cualquier malentendido se resolverá en sobremesa entre el autor y nosotros, y si eso falla, la culpa será siempre nuestra.
10.Si el sistema funciona, la industria editorial deberá explicar por qué sigue pensando que los autores somos imbéciles y los lectores somos piratas."
La nota completa, en ORSAi.
La opinión de Horacio Altuna, en Ñ.
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