9.5.11

¡QUE VIVA LA CULTURA! / A PROPÓSITO DE LA INAUGURACIÓN DEL NUEVO CENTRO CULTURAL SAN MARTÍN

Casi siempre que mencionamos un centro de cultura o un museo estamos pensando en un edificio singular que destaca sus formas sobre los demás. Suelen ser exentos, raros, nuevos. Como la Bauhaus de Gropius o el Guggenheim que hizo Gehry para Bilbao. Son esculturas difíciles de descifrar, en un recodo especial de la ciudad, con vistas a un parque. Ejemplos locales son el Malba y el Centro Cultural Recoleta. Lo llamativo del edificio hace de imán para la cultura, como si su sola presencia encendiera una explosión de ganas de entrar.
Pero hay veces que a los edificios de la cultura le tocan lugares difíciles, terrenos entre medianeras, barrios peligrosos, débiles sótanos. Hablo particularmente del Centro Cultural General San Martín, de la Fundación Proa o del CCEBA de la calle Florida. ¿Qué hacer en esos casos para convocar a la gente con el mismo éxito de los centros que tienen una perspectiva para ser observados y para mirar?
Hay todavía un dato más que se ha colado en el infructuoso intento por volver invisible a nuestro querido CCGSM: la confusión con el Teatro General San Martín. Confusión entre sus nombres y en el hecho de que compartan manzana y arquitecto, comunicados por una galería trasera. Centro y teatro siempre fueron instituciones diferentes, con diferentes direcciones, actividades y programación. Pero la importancia del acceso de avenida Corrientes, la que nunca duerme, sobre la pobre Sarmiento de la vuelta, hizo que el matrimonio fuera desigual y la lectura del Centro Cultural pareciera, a veces, una mochila subsidiaria. Una institución escondida detrás de los teatros.
Y eso que el CCGSM tiene el mejor de los accesos que puede tener un edificio en la ciudad, para el que se vale de una plaza seca propia, de gran calidad. Esa es la verdadera Obra Maestra del gran arquitecto argentino Mario Roberto Álvarez para este lugar: crear distancia, abrir un aire urbano en el terreno apretado que le tocó. La estética del San Martín no sólo es una de las más modernas de Buenos Aires, junto al cine Gran Rex y al Edificio del Plata, sino que además, en el caso particular del Centro Cultural, dialoga amablemente con el espacio peatonal.
Bueno, por primera vez en la historia, la importancia entre los San Martines está a punto de equilibrarse mediante la inauguración de un poderoso edificio bajo tierra, de seis niveles por debajo de la esquina de Posadas y Sarmiento, como ampliación física del Centro Cultural.
Desde hace tres años el predio está vallado, y desde hace dos que desde el colectivo 102 que cruza Sarmiento espío una cúpula estacionada a un costado de la plaza, espejada, como si el espacio se hubiera contagiado de la pirámide del Louvre, y le hubiera salido una carpa de vidrio. Hoy tuve la oportunidad de pasear por adentro, y las fotos en mi camarita tiemblan por contarles todo lo que vi. Hice la visita guiada con su directora, María Victoria Alcaraz, y quedé deslumbrado.
La ampliación tiene algo de submarino, con la entrada saliéndole como un periscopio. Cuando las obras terminen el centro tendrá 35.000 metros cuadrados para dedicarlos a la actividad artística y a las nuevas tecnologías. Hoy en día entran 5000 personas diarias; para su cumpleaños número 41 están esperando duplicar esa cifra.
Admito que me gustan más las obras de construcción unos meses antes de que se inauguren, que cuando se inauguran. Tienen algo de borrador, de maqueta sin resolver. Después serán edificios. Esta parte de mis preferencias tiene más que ver con el escritor que con el arquitecto que soy. Mi arquitecto puede vislumbrar la obra terminada con poco esfuerzo. Mi escritor la reinventa. La imaginación está en los borradores.
Por cierto soy el único que quiere verla en este estado de mediatinta. María Victoria daría lo que no tiene por estar pasando ya películas en los dos cines que se abrirán, y convocando una performance en la sala multipropósito, o recibiendo a miles de visitantes para el centro multimedia. Los doscientos obreros que están trabajando en tres turnos seguramente también quieren terminar, tal vez para irse a sus casas o empezar otra construcción. Los finales de obra, extenuantes en detalles, cansan al más curtido.
En general se reflexiona poco sobre los contenedores de la cultura, esas estructuras que albergan a las instituciones culturales. Se habla del museo tal, pero no se habla que atrás de cada museo hay gente pensando desde los espacios hasta las cañerías, para que mágicamente todos los días el público disfrute de las muestras.
El CCGSM tuvo una historia de humildad edilicia, una vida entera como hermano menor del Teatro que da a Corrientes al mil quinientos. Casi en silencio, acaba de crecer seis pisos hacia abajo. Los pisos no se verán desde la calle, pero albergarán una potencia grandiosa. En la misma modestia de siempre, el edificio que pude imaginarme en este recorrido es mucho más de lo que esperamos de un proyecto cultural para la Argentina de hoy. Es una maravilla de diseño de esas que se sueñan para los futuros felices.
Por primera vez espero la inauguración con las mismas ganas de la visita a obra.

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