2.3.11

EL DIA QUE CONOCÍ A CHARLY GARCÍA

Las cosas se dieron así. Mi hermano tenía un grupo de rock. El grupo tenía como cien fans, entre ellos una chica preciosa que yo había visto varias veces en bluyins, llamada Flor. Tocaban por el Oeste. Haedo, Morón, Ramos Mejía. La chica vivía en Padua.
Todas las letras de los temas hablaban de la droga, y no se terminaba de entender si a favor o en contra. En una oportunidad encarcelaron al guitarrista por tenencia, así que me inclino a creer que estaban a favor.
Flor era una incondicional del grupo y también había leído Playa quemada , y le había gustado un poco. Recuerdo que un día me dijo que iba a venir a visitarme a mi departamento del centro para que se lo firmara.
Se me hizo agua la boca. Yo tenía casi cuarenta años y ella parecía de veinte. Cuando la vi parada en el hall de mi edificio llevaba una pollerita tableada, camisa blanca, corbatita, medias tres cuartos y guillerminas. También mi libro. Se había rateado del colegio para venir a verme. Me sentí un abuelo, le firmé, le di un reto barato y la insté a que se volviera rápido en el Sarmiento, por temor a la tentación.
Flor era lo más parecido a Popotitos que hubiera en el planeta. Charly se debe haber enamorado por eso. El tema es que cuando Flor cumplió la mayoría de edad (al año siguiente al episodio de la firma), fue a festejar a un boliche de Palermo adonde él a veces aparecía a tocar el piano. Dijo que Charly la eligió: extendió su brazo largo por entre la gente que bailaba. “Vos”. La señaló con su índice. Y ella fue. Me quise morir.
Del noviazgo se ocuparon los medios, como pudieron. Lo único que voy a agregar al respecto es que ese fue el episodio inaugural, y para cerrarlo está el de Charly tirándose a una pileta desde el piso más alto de un hotel. Y en la mitad este que les voy a contar ahora.
El recital de mi hermano estaba por suceder en los fondos de un chalet de Castelar que queda en Carlos Casares, a tres cuadras de Arias. Habían improvisado una barra con un tablón sobre caballetes, y vendían solamente cerveza o Coca.
Flor me saludó y me dijo que tenía una sorpresa. Que tratara de ubicarme adelante. Yo me fui a comer una pizza y regresé cuando ya estaban tocando. La letra hablaba de unos chicos que se reunían en la esquina para tirar el viejo metal. No era que la entendiera adentro de ese sonido distorsionado y agresivo, la sabía de antes.
Me acerqué hasta donde estaba Flor. El metal que los chicos tiraban podían ser las latas vacías de cerveza, me dije. Pero las latas son de aluminio, que es un metal joven. ¿Qué había de viejo en el aluminio? Bueno, el rock barrial se podía permitir esas confusiones. Además es mi hermano, qué joder. Flor me abrazó. Estaba singularmente linda y contenta. Me apreté contra ella, emocionado. Entonces entró la tromba.
Fue así: dos personas, una tapada por una manta, abriéndose paso entre la (pequeña) multitud. Por menos que fueran, había allí unos cuarenta chicos y chicas gritando y saltando, me había costado llegar hasta el borde del escenario. El tapado me golpeó en un hombro cuando se trepó a las tablas. Se sacó la manta de la cabeza. Era Charly García, el ídolo de mi secundaria.

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