7.3.11

DIBUJAR / Ñ

“Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche en casa. Su esposa había muerto. De modo que estaba visitando a los parientes de ella en Connecticut. Llamó a mi mujer desde lo de sus suegros. Se pusieron de acuerdo. Vendría en tren; tras cinco horas de viaje, mi mujer lo recibiría en la estación. Ella no lo había visto desde hacía diez años. Igualmente habían estado en comunicación. Grababan cintas magnetofónicas y se las enviaban. Su visita no me entusiasmaba. Yo no lo conocía. Y me inquietaba el hecho de que fuera ciego.…”

Así empieza “Catedral”, mi cuento preferido de Carver. El ciego finalmente llega a la casa en el pico de la discusión entre el marido y su mujer. El marido está fastidiado. Durante la visita ignora al ciego lo más que puede; su mujer lleva todo el trabajo de atenderlo. Llega la noche y los tres se ubican delante de la tele encendida a beber y a fumar marihuana. Ella está muy cansada; decide ponerse el piyama y finalmente irse a la cama. Los deja solos. El ciego, después de un silencio incómodo, pregunta qué hay en la pantalla. El marido responde: una Catedral. Como el ciego no sabe qué es y el marido tampoco sabe explicarle, decide dibujársela en un papel. El ciego le sostiene la mano con la lapicera, en un intento por comprender los trazos.

El marido dibuja arbotantes, pináculos, vitraux. Dibuja arcos góticos, terminados en punta. Dibuja el altar, a la gente congregada. Dibuja todo cuanto puede para poder explicar una Catedral. El ciego ha seguido los movimientos aferrado a su mano. El contacto lo hizo saber. Ha podido fabricarse una catedral propia en su cabeza. Y no es el único que cambió. Como un buen docente, el marido también aprendió algo de su alumno. El cuento deja en claro el éxtasis de la comunicación. Al final, el ciego dice:

“- Creo que ya está. Me parece que lo conseguiste. Echale una mirada. ¿Cómo quedó?
Pero yo tenía los ojos cerrados. Pensé mantenerlos así un poco más. Creí que era algo que debía hacer.
- ¿Y bien? –preguntó-. ¿Estás mirándolo?
Yo seguía con los ojos cerrados. Estaba en mi casa. Lo sabía. Pero no tenía la impresión de estar dentro de nada.
- Es verdaderamente extraordinario –dije.”

DIBUJAR ES LO VERDADERAMENTE EXTRAORDINARIO
Desde que existe, la arquitectura se la pasa preguntándose si es una de las bellas artes. La mejor definición al respecto se la escuché al arquitecto Lelé, de Curitiba: “La diferencia entre arquitectura y arte reside en que la arquitectura está para simplificarnos la vida, y el arte para complicarla”. La utilidad manifiesta del dibujo de arquitectura reduce su valor artístico, dicen los galeristas. Para mí lo ennoblece.

La mitad del tiempo trabajo con palabras, la mitad con imágenes. Siempre empiezo las tareas de arquitecto a mano. Con la escritura me pasa igual: escribo sin compu. Y siempre espero que las frases y dibujos de un inicio me manipulen, me deformen, me alteren desde su inexactitud de mamarrachos.

Mis borradores proyectuales son entusiastas. Hago modelos en plastilina, en telgopor. Cuanto más imperfectos, mejor. Normalmente diseño con plumines, pinceles o crayones. Otros pasan mis garabatos en Autocad y yo termino corrigiendo en pantalla. La tecnología me interesa solamente aplicada a esta práctica chancha. Con los libros me pasa igual: las primeras líneas son unos rayones casi ilegibles a los que parecen poder caberles otras historias, otros formatos.

Prefiero los híbridos a las exactitudes. Normalmente me alineo con procesos más que con resultados, elijo croquis a renders, maquetas de estudio a maquetas de presentación. Me gusta el cartón corrugado, el papel craft, el calco de cuarenta gramos y los tableros de MDF. Me gusta dibujar con lápices de mina blanda y aplicar pintura acrílica directamente con los dedos.

En el campo de las ideas prefiero comunicar con indefinición, aunque sepa lo que quiero, porque todos ven más en algo indefinido y salvaje. Yo veo más. Me encanta ese momento de la creación adonde nada está asegurado. Un borrador nunca tiene miedo, y sin embargo convive con el miedo del que mira. Un borrador puede ser el mismo miedo. La imaginación está ahí.

UTILIDAD VERSUS INUTILIDAD
La arquitectura es una profesión útil, que le soluciona problemas reales a la gente. La literatura también soluciona problemas, pero imaginarios. Y los tiene que inventar primero. En eso consiste su inutilidad. Suelo surfear entre la profesión y el oficio, lo mejor que puedo para no ahogarme. El dibujo es la tabla sobre la que siempre me paro.

En “La República”, Platón consideraba que la música era el campo por excelencia para educar a la gente, porque hacía que los seres humanos participaran sin saberlo de la matemática y del orden del cosmos. El dibujo, para Platón, era una de las artes más dudosas por la imprecisión y por la sumisión del trazado a los valores subjetivos del dibujante. ¡Pero qué mejor que esa duda subjetiva al servicio de la creación! El dibujo no servirá para fabricar un héroe, pero sí para fabricar otras cosas.

Con el lápiz medimos distancias, tomamos proporciones. Le damos forma a conceptos. Nos divertimos. Contamos qué vemos en nuestros viajes hacia adentro, y qué vemos de la realidad. Elaboramos planos para no perdernos. Diseñamos cosas que sirven y a veces que no sirven. Nos manejamos en la utilidad y perdemos el tiempo. Mostramos lo que dibujamos o lo guardamos para poder pensarlo en soledad.

Del dibujo salen ciudades, edificios, diagramas, cuadros, ilustraciones. Del dibujo salen las tapas de los libros pero también, muchas veces, los libros. Dibujar me sirve tanto para describir un despiece como para contar una historia.

En un acto de magia se dice que la mano es más rápida que la vista. Si pudiéramos congelar cada momento del acto en un dibujo, nadie nos podría engañar jamás. Y así con cada situación de nuestra vida. Dibujar es entender qué hay y qué falta, toda la realidad y toda la ficción. Dibujar es la alegría de estar continuamente atento a lo que nos rodea, a lo que somos y a lo que podemos ser.

(Sin los subtítulos, en Opinión de Ñ)

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