15.7.10

LA PATERNIDAD EN DOLI / OMAR GENOVESE

En Doli, ser madre o padre, el rol, es lo mismo. Distinta es la concepción. Lo mejor es el original, con la división familiar, grupal, social que se completa para lograr la armonía Menguele: el que llega después es un clon, el repuesto. Pasa que lo original dista mucho de la perfección. La falla (simbolizada en la muerte) ocurre en la concepción y engendro. ¿Será por el pecado original? ¿El monstruo de dos espaldas comete errores insalvables?
El novelista actúa como padre de sus engendros. Esos engendros que hacen su camino y a la vez rebotan en el tiempo de los otros, colisionan con el entorno de lecturas que los anteceden y los siguen.
Acrecentar el caudal de lecturas, estudiar la materia y el recurso de cada escritor, la erudición, no habilita a pensar que clonar los párrafos sea la única forma de producir instancias en la Literatura.
Porque la clonación genera esa especie de casta inferior dispuesta al sacrificio, y esa masa sub-humana, sin derechos, sin entidad más que como carne de freezer, está a mano del hombre cuando él disponga.
¿Por qué cierta fracción intelectual trata de pensar en la Literatura como un corral de textos cautivos, al antojo de quien los dispone en una biblioteca ávida como su memoria y ambición? Creo que ahí tenemos una réplica en miniatura del desprecio humano por la existencia ajena (ya un par, ya un animal, también un objeto dotado con valor estético).
La noción, por si no soy claro, es que el libro como objeto, su valor material al adquirirlo, genera pertenencia y propiedad, situación que menoscaba el contenido. Estar orgulloso de la biblioteca es un acto de soberbia desde esa posición territorial. La biblioteca, y ése es un riesgo del que hay que estar advertido, puede convertirse en un criadero de pollen: párrafos fuera de contexto, confusión, desparpajo, dispersión, epítetos que no alcanzan a describir la pérdida identitaria que sufren las obras de todos los escritores.
Es que estudiar la materia literaria, hacerla objeto, no deviene ciencia, conocimiento que dispone experimentos, comprobaciones, leyes que enmarcan una serie infinita de fenómenos predecibles, que se pueden reproducir, incluso modificando el estado de la naturaleza.
En eso la Literatura va muy retrasada porque su objetivo (si tuviera objetivo) no es detentar un poder en la sabiduría, porque su materia es el tiempo, el tiempo íntimo de la lectura, con una pulsión de una lengua que se guarda para desplegarse. Un resguardo de las visiones individuales.
Y ahí la idea de respeto (como el que se debe a la existencia, a la identidad), la clonación de textos, la fábrica de símiles (intertextualidad, la noción de continuo, el bestsellerismo) es la invasión fordista de una actividad estética.
Porque el problema de la estructura de dominio es que nada puede escapar al control, que lo social ocurre por el orden y el respeto a las normas. Pero todo ese andamio no respeta la creatividad, el ingenio, no soporta la pregunta y la duda respecto a quién se beneficia con esa puesta en escena en la realidad.
Atesorar libros es del orden de la avaricia, produce un efecto ególatra a nivel monárquico: esa biblioteca existe porque yo la hice. Y en la paradoja, en las librerías de viejo, esperan los ejemplares devaluados por haber pertenecido a otro.
Y uno no hizo nada más que acumular, como se hace con la grasa, los años, las arrugas y las fobias. La biblioteca existe porque existen los escritores, porque no hay muerte tras una novela.
La lengua en acto del escritor perdura en ella, porque la muerte está en nosotros, y es necesario mantener el rumbo para seguir disfrutando de las ideas: leemos para evitar la tortuosa insistencia del final, posponerla para sentirnos uno con nuestras limitaciones. Reconocernos y desconocernos, como en una pesadilla.

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